El silencio del presidente
No es mera casualidad que en este comienzo de verano hayan venido a confluir las convocatorias de una manifestaci¨®n contra un fallo del Tribunal Constitucional, inicio quiz¨¢ de una larga crisis pol¨ªtica e institucional, y de una huelga de las llamadas salvajes, sin previo aviso ni servicios m¨ªnimos. El mismo d¨ªa en que el presidente de la Generalitat anunciaba que se pondr¨ªa al frente de una gran manifestaci¨®n, los trabajadores del Metro de Madrid, bajo la consigna de reventar la ciudad, dejaban sin medio de transporte a m¨¢s de dos millones de usuarios.
No importan aqu¨ª tanto los motivos esgrimidos, cuanto la gravedad de los hechos. Pues, por una parte, quien convoca la manifestaci¨®n catalana, adem¨¢s de presidente de la Generalitat y primera autoridad del Estado en la Comunidad Aut¨®noma, es dirigente del partido que lidera el presidente del Gobierno. Y, por otra, los que hablan de poner patas arriba la ciudad de Madrid pertenecen a los mismos sindicatos que hab¨ªa llamado con la boca peque?a a la huelga general para una lejana fecha de finales de septiembre. Quiere decir, pues, que ni el Gobierno ni el PSOE gozan de autoridad para manejar la situaci¨®n creada en Catalu?a, ni CC OO ni UGT la tienen para encauzar el malestar y la protesta de sus afiliados oblig¨¢ndoles a cumplir las leyes.
Con esto, el marco de confrontaci¨®n pol¨ªtica vuelve a ser la calle, como ya ocurriera en los lejanos tiempos de la transici¨®n. Manifestaciones y huelgas fueron entonces el pan de cada d¨ªa y sobre ese rumor de la calle se comenz¨® a urdir la trama de los pactos que condujeron a la formaci¨®n de un nuevo poder constituyente y a negociar las bases para hacer frente a la crisis econ¨®mica que hab¨ªa puesto fin al largo periodo de crecimiento de los a?os sesenta. La calle era infinitamente m¨¢s dura que la de ahora, con atentados, secuestros y enfrentamientos con la polic¨ªa que dejaron decenas de muertos en el camino. Pero exist¨ªa una decidida y compartida voluntad de superar obst¨¢culos y al fin hubo pactos y hubo Constituci¨®n.
La t¨®nica hoy dominante es que los pactos son indeseables y que la Constituci¨®n ha caducado: los dirigentes sindicales parecen navegar tan a gusto por el ancho r¨ªo de la demagogia y el Gobierno, que s¨®lo ha comparecido para repetir que el fallo del Constitucional es una derrota en toda regla del PP, no sabe qu¨¦ decir ni qu¨¦ historia contar. Espa?a plural y pol¨ªticas sociales fueron los dos argumentos fundamentales sobre los que se elabor¨® el nuevo relato socialista de comienzos de siglo: encaje definitivo de la naci¨®n catalana en Espa?a y Estado de bienestar con ampliaci¨®n ilimitada de derechos sociales. Pero esa hermosa historia, que ten¨ªa todos los ingredientes de un programa pol¨ªtico: vertebraci¨®n, m¨¢s socialdemocracia, m¨¢s el adorno del republicanismo a lo Petit, se ha desvanecido en el aire y su lugar lo ocupa un silencio espeso, apenas disimulado por un vano lamento de impotencia. Palabra de presidente: no he cambiado yo, han cambiado las circunstancias.
Son las circunstancias las que est¨¢n pidiendo a gritos un cambio en el presidente, antes de que provoquen un cambio de presidente. Hemos aprendido de esta nueva generaci¨®n de pol¨ªticos que para ejercer el liderazgo es fundamental elaborar una buena historia; de hecho, todos los partidos se rodean ahora de expertos en el gran negocio del storytelling. Y bien, es hora ya de disponer de otra historia, si no tan bella como la anterior, al menos cre¨ªble: no la que cada d¨ªa nos refriega, m¨¢s que nos cuenta, la secretaria de organizaci¨®n del PSOE, tampoco la que repite la vicepresidenta primera, sino una historia de verdad, que s¨®lo podr¨¢ contarnos el mismo presidente, autor y protagonista ¨²nico -lo del n¨²cleo duro es una broma; el n¨²cleo era blando- del relato que acaba de sucumbir.
Y para eso no vale refugiarse en una abstracta invocaci¨®n a la legitimidad. La legitimidad, en quien la ostenta, es un atributo legal, pero en quien la reconoce, es una creencia, doblada, como dir¨ªa Max Weber, de un m¨ªnimo de inter¨¦s. La calle, como escenario de la pol¨ªtica, puede ser un s¨ªntoma de vitalidad ciudadana; pero puede ser tambi¨¦n la revelaci¨®n de que la gente ha dejado de creer en la legitimidad de las instituciones y decide arreglar los conflictos a las bravas, poni¨¦ndose instituciones y leyes por montera. De que el Gobierno recupere la iniciativa y el presidente salga de su silencio, comparezca ante el p¨²blico y nos cuente una historia cre¨ªble depender¨¢ que al final resulte una cosa o la otra.
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