Juego peligroso
La crisis econ¨®mica ha puesto a prueba la Uni¨®n Monetaria Europea, iniciada en un periodo de prosperidad que, por el momento, se ha esfumado. Era evidente, desde el principio, que la construcci¨®n de la eurozona deb¨ªa conllevar, tras el ¨¦xito inicial del euro, la puesta en marcha de una instituci¨®n que coordinara las pol¨ªticas presupuestarias y que fuera el interlocutor del Banco Central Europeo para administrar de manera coherente el espacio de la moneda ¨²nica y maximizar el crecimiento econ¨®mico en el marco de la estabilidad de los precios.
Desgraciadamente no ha sido as¨ª, pues con la creaci¨®n del Banco Central Europeo solo hemos recorrido la mitad del camino. La otra mitad, la puesta en marcha de una instituci¨®n que coordine las pol¨ªticas presupuestarias, es una tarea pendiente. No tanto por la falta de conciencia de su necesidad, sino por la resistencia a ceder soberan¨ªa por parte de los Estados. Se ha creado el Eurogrupo, los ministros de Econom¨ªa se re¨²nen regularmente en el Ecofin, pero, a la hora de la verdad, cada cual hace lo que estima m¨¢s conveniente para sus ciudadanos sin tener en cuenta los intereses del conjunto de la eurozona. Ignoran, o pretenden ignorar, que la suma descoordinada de sus decisiones puede ser contraria, en un plazo no muy largo, a sus propios intereses nacionales. El abuso del corto plazo y del inter¨¦s nacional conduce inevitablemente a la ineficacia del conjunto.
El peligro que nos acecha es el de prolongar in¨²tilmente la salida de la crisis econ¨®mica
Los firmantes de la Uni¨®n Monetaria fueron conscientes de estos problemas desde el principio y por ello decidieron apuntalar el euro mediante la doble prohibici¨®n de que el d¨¦ficit p¨²blico de los Estados superase el 3% del PIB y la deuda p¨²blica excediese el l¨ªmite del 60% del PIB. Al principio todo fue bien, a pesar de que algunos Estados, entre ellos Alemania entre 2002 y 2005, superaron temporalmente el l¨ªmite del 3%. Los pa¨ªses cuya deuda superaba el 60% del PIB hicieron esfuerzos por reducirla. Gracias a ello, y al peso espec¨ªfico de la eurozona, el euro se ha consolidado como una moneda universal, compitiendo con el d¨®lar como moneda de reserva, lo que constituye un logro importante.
El ¨¦xito del euro no parece haber impresionado a los alemanes, que tienen el sentimiento de que la moneda ¨²nica solo les ha acarreado perjuicios. La realidad es muy diferente, lo que hace incomprensible el silencio de los principales responsables pol¨ªticos sobre este asunto. Seg¨²n los c¨¢lculos de la OCDE, Alemania ha sido el ¨²nico gran pa¨ªs de la eurozona que ha ganado de manera significativa cuota de mercado desde la entrada en vigor del euro, lo que contrasta con las fuertes p¨¦rdidas de Francia e Italia. Espa?a tambi¨¦n ha perdido cuota de mercado a la exportaci¨®n, aunque de forma moderada. Es cierto que las empresas alemanas han realizado grandes, y eficaces, esfuerzos por reducir sus costes, pero es indudable que la puesta en marcha del euro les ha ayudado considerablemente.
El impacto de la crisis actual, la m¨¢s severa desde 1929, ha puesto en tela de juicio las bases mismas del sistema. En realidad, deber¨ªamos haber reflexionado antes sobre los peligros a los que nos expon¨ªa el obstinado rechazo a ceder soberan¨ªa por parte de los Estados. La imposici¨®n de l¨ªmites a los d¨¦ficits y a la deuda era una forma de desentenderse de las responsabilidades de los firmantes del Tratado de Maastricht, que de alguna manera delegaron en los n¨²meros -el 3% y el 60% del PIB- las responsabilidades que no fueron capaces de asumir. El palad¨ªn de esta actitud fue Alemania, que desde el principio recel¨® de la capacidad de los dem¨¢s pa¨ªses de la eurozona para abrazar la cultura de la estabilidad que tan buenos resultados le hab¨ªa proporcionado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En vez de acelerar la puesta en marcha de un embri¨®n de gobierno econ¨®mico para la eurozona, se prefiri¨® la v¨ªa, m¨¢s f¨¢cil pol¨ªticamente, de los l¨ªmites fiscales.
Esta manera de proceder es un juego peligroso que equivale al intento de atravesar la mayor tormenta que se recuerda utilizando ¨²nicamente el piloto autom¨¢tico. Pocas personas embarcar¨ªan a bordo de un avi¨®n en el que se anunciara de antemano que el piloto no iba a intervenir para nada, pasase lo que pasase, en el pilotaje del avi¨®n. Y, sin embargo, esto es lo que hemos hecho en la Uni¨®n Monetaria.
En este contexto hemos iniciado una singular carrera en Europa para ver qui¨¦n ajusta m¨¢s y m¨¢s de prisa. Se ha fijado arbitrariamente el a?o 2013 para volver al 3% de d¨¦ficit p¨²blico y, lejos de intentar acomodar razonablemente los casos m¨¢s dif¨ªciles, se ha decidido que hay que reforzar el piloto autom¨¢tico para dar mayor credibilidad a los ajustes. Es como si, en medio de la tormenta, prescindi¨¦ramos por completo del piloto. De nuevo quien m¨¢s impulsa esta estrategia es Alemania.
Jugamos, juegan por nosotros, un juego peligroso. La respuesta, tanto presupuestaria como monetaria, que se ha dado a la crisis actual ha sido en l¨ªneas generales correcta y ha evitado una recesi¨®n mundial que no sabemos hasta d¨®nde podr¨ªa habernos llevado. Pero ahora, una vez evitado el mal mayor, parece como si no fu¨¦semos capaces de salir del atolladero, al menos en Europa. Los mercados se han vuelto hist¨¦ricos, lo cual no es una novedad, y penalizan a los Estados tanto por no ajustar sus econom¨ªas como por hacerlo. A veces esta histeria se alimenta, consciente o inconscientemente, desde los propios Gobiernos.
El peligro que nos acecha es el de prolongar in¨²tilmente la salida de la crisis. No se trata de evitar los rigores del ajuste, sino de conducirlo racionalmente. En el caso de Espa?a es evidente que hay que reducir el d¨¦ficit p¨²blico, que es uno de los mayores de la eurozona. El Gobierno, m¨¢s o menos forzado por las circunstancias, est¨¢ realizando esfuerzos en la buena direcci¨®n y lo ¨²nico que cabe esperar es que persevere. Pero la necesidad de estos esfuerzos no debe ocultar la asimetr¨ªa de un proceso de ajuste en el que los Estados m¨¢s fuertes pueden imponer la austeridad a los m¨¢s d¨¦biles, mientras que estos no pueden imponer a los primeros el relanzamiento de sus econom¨ªas cuando est¨¢n en condiciones de hacerlo o, al menos, la adecuaci¨®n de sus procesos de ajuste a los intereses del conjunto de la eurozona.
Lo que est¨¢ claro es que no podremos seguir indefinidamente a medio camino en la institucionalizaci¨®n de la Uni¨®n Monetaria. Las crisis suelen poner de relieve los problemas con una intensidad y una urgencia mayor de la habitual. Hay que creer que seremos capaces de avanzar por la senda de la racionalidad y colocar en su lugar unos intereses pol¨ªticos nacionales que, a la larga, pueden costarnos muy caros. De no hacerlo as¨ª, la Uni¨®n Monetaria, la Uni¨®n Europea y, en definitiva, Europa habr¨¢ iniciado el camino que conduce a la irrelevancia en el mundo.
Jos¨¦ Luis Leal fue ministro de Econom¨ªa y presidente de la Asociaci¨®n Espa?ola de Banca Privada.
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