Turner o la impostura
No es precisamente hermosa o jovial la exposici¨®n Turner y los maestros que se expone actualmente en el Museo del Prado. Oscura, tenebrosa, abrumadora, desasosegante, el recorrido va conduciendo por una de esas muestras que, si tambi¨¦n atraen al turista, no lo retribuyen ni con el az¨²car a granel de Sorolla ni con las arom¨¢ticas violetas de Monet. Aqu¨ª, con Turner, se trata de un paisaje como de ultratumba que traspasa grandes escenarios tan brumosos que podr¨ªan haber nacido todos en la laguna Estigia. Inquietud y malestar entre una luz que, en su mayor¨ªa, es palmatoria, mortecinos o enfermos los focos que ba?an el cuadro.
Y no solamente se trata de la luminotecnia interior, sangrante y ayuna, sino que Turner (1775-1851) es por s¨ª un autor que, si se except¨²an sus acuarelas, parece volver m¨ªsera y rancia a¨²n la m¨¢s bella influencia del pret¨¦rito. Por si faltaba poco, es grande el incomodo que se deriva de sus pesados plagios, siempre inferiores al original, tanto en sus figuras toscas como mu?ecos como en su angustiosa obsesi¨®n por ser Claudio de Lorena.
El pintor que despinta con luz lo que no sabe pintar claramente
El legado total de Turner se compone de unos trescientos ¨®leos y alrededor de treinta mil dibujos y acuarelas. Muy pronto revel¨® sus extraordinarias cualidades para el dibujo y, sin precedente familiar alguno puesto que su padre era un peluquero en Covent Garden, su educaci¨®n no hab¨ªa pasado de primaria y era fe¨ªsimo, logr¨® ingresar en la reci¨¦n fundada Royal Academy con 14 a?os.
Entrar all¨ª y prestar obediencia estricta a la pintura de los grandes maestros ya muertos era una misma cosa. De ah¨ª su devota imitaci¨®n de Poussin, Rembrandt, Watteau o Rubens e incluso de predecesores como Gainsborough, Constable o Wilson.
La copia era la regla pero la regla del copyright tambi¨¦n empez¨® por esa ¨¦poca (1774), un a?o antes de su nacimiento. Aprender copiando, s¨ª, pero no vender algo plagiando. Aunque, como siempre y seg¨²n experiment¨® Turner, no faltaban compradores de copias, ricos comerciantes que no quer¨ªan o no alcanzaban a pagar por un Wilson o un Girtin aut¨¦nticos.
De este modo Turner, gran copista, fue ganando el dinero que no ten¨ªa: P. G. Hamerton, precoz bi¨®grafo de Turner escribi¨® de ¨¦l: "ten¨ªa la pasi¨®n del arte (...) y la pasi¨®n mucho m¨¢s extendida de amasar dinero".
Aprender copiando ser¨ªa, sin eufemismos, el lema de la exposici¨®n que celebra El Prado. ?Fue m¨¢s all¨¢ de este quehacer copista la potencia creadora del artista? Hasta hace relativamente poco la disputa entre quienes tuvieron a Turner por "tosco" y quienes lo consideraban "genial" no hab¨ªa dejado de crecer. Ahora, no obstante, se ha convertido en lugar com¨²n exaltarlo como un "descomunal" innovador y l¨¢baro del impresionismo.
La realidad expositiva, para quienes deseen vivir esa penumbra de las salas en Turner y sus maestros, ser¨¢, como es l¨®gico, de acuerdo al ojo con que aquello se mire: the beauty is in the eye of the beholder.
"El pintor de la luz" se le denomina en los textos del cat¨¢logo pero m¨¢s preciso ser¨ªa llamarle el pintor que despinta con luz lo que no sabe pintar claramente. Luz que vela la insuficiencia, resplandores que falsean la nada preexistente. O que lo pretenden.
Baste un solo y rotundo ejemplo para hacerse cargo de su incompetencia: la comparaci¨®n entre el cuadro Puerto con la Villa M¨¦decis realizado por Claudio de Lorena en 1637 (Galleria degli Uffizi) y la r¨¦plica de toda su composici¨®n en R¨¦gulo (Tate Britain) hecha por Turner cuando era ya un se?or de 62 a?os.
?Un genio Turner? A la historia de la pintura le convienen las cosas claras y a las escuelas o los museos tambi¨¦n. Por admiraci¨®n, por reverencia, por deseo de contactar con lo sagrado, las colas populares para comprobar "la magia de Turner" continuar¨¢n acaso hasta su clausura el 19 de septiembre. Otra cola, sin embargo, mucho m¨¢s corta pero todav¨ªa posible ser¨ªa la que tuviera como saludable finalidad, constatar el largo efecto profesional de una impostura.
Babelia
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