La patria es una camiseta
El f¨²tbol es el medio m¨¢s eficaz para aglutinar sentimientos comunitarios - Los ¨¦xitos de La Roja desmienten el "d¨¦ficit de identidad" que la lastraba
Nada m¨¢s regresar de Sud¨¢frica, el seleccionador franc¨¦s Raymond Dom¨¦nech se vio obligado a comparecer ante los diputados para explicar su gesti¨®n durante la Copa del Mundo de f¨²tbol. Los conflictos internos entre los futbolistas, sus desplantes e insultos, la eliminaci¨®n del equipo tras una pobre actuaci¨®n, hab¨ªan avergonzado a la opini¨®n p¨²blica francesa desde el presidente de la Rep¨²blica, Nicol¨¢s Sarkozy, hasta el m¨¢s humilde de los articulistas. Los hechos hab¨ªan llegado al punto en el que Francia exig¨ªa una explicaci¨®n como si un resultado deportivo tuviera el mismo car¨¢cter que un acto de Gobierno. Unos d¨ªas despu¨¦s, el presidente de Nigeria, Goodluck Jonathan, decid¨ªa suspender durante dos a?os la actuaci¨®n de la selecci¨®n nigeriana a causa de su eliminaci¨®n, decisi¨®n que luego rectific¨®. Ambos sucesos son consecuencia del poder del f¨²tbol como s¨ªmbolo de identificaci¨®n nacional. Lo que pasa con la pelota se convierte en cuesti¨®n de Estado.
Todos elogiaron el car¨¢cter multi¨¦tnico de la Francia que gan¨® el Mundial 98
Tras el fracaso de Sud¨¢frica, la decepci¨®n despert¨® tintes xen¨®fobos
Las referencias a la guerra persisten en los duelos entre Holanda y Alemania
La selecci¨®n es la escuela catalana dirigida por un castellano estoico
Hace 12 a?os de la victoria de Francia en el Mundial de 1998, cuando la opini¨®n p¨²blica internacional celebr¨® la diversidad ¨¦tnica de una formaci¨®n capitaneada por Zinedine Zidane, un jugador de origen argelino que lideraba un grupo heterog¨¦neo con numerosos jugadores de procedencia africana. En medio de la euforia, esa naturaleza multicultural se interpret¨® como una consecuencia de la tolerancia y la fraternidad que emanaban de las ideas de la Revoluci¨®n Francesa, expresi¨®n que ocultaba cierto complejo de superioridad. Doce a?os despu¨¦s, algunos articulistas desempolvaron argumentos que diferenciaban a los jugadores entre chicos buenos y chicos malos, ego¨ªstas y maleducados, sustrato de barrios marginales. Aquel nacionalismo multicultural en el ¨¦xito gir¨® hacia ciertos tintes xen¨®fobos en el fracaso de Sud¨¢frica.
No es la primera vez que la pasi¨®n futbol¨ªstica ronda las fronteras permeables entre patriotismo, nacionalismo y xenofobia. Lo hab¨ªan advertido algunos fil¨®sofos. As¨ª lo expuso el escritor turco Orhan Pamuk, ganador del Nobel, cuando declar¨® que el f¨²tbol en Turqu¨ªa se "hab¨ªa convertido en una m¨¢quina para la producci¨®n del pensamiento nacionalista, xen¨®fobo y autoritario". Pese a todo, Pamuk manifest¨® que seguir¨ªa apoyando a su selecci¨®n.
Ning¨²n otro deporte ha contribuido a la sociolog¨ªa como el f¨²tbol, nacido como actividad de ocio para las clases urbanas de la revoluci¨®n industrial. Es desde sus or¨ªgenes un deporte de masas capaz de aglutinar un sentimiento de comunidad que transcurre desde el ¨¢mbito local a su expresi¨®n nacional. Un historiador como Eric Hobsbawn define el f¨²tbol como el medio m¨¢s eficaz para que los ciudadanos se identifiquen con una naci¨®n a trav¨¦s de un equipo formado por "unas personas j¨®venes que hacen de modo estupendo lo que pr¨¢cticamente todo hombre quiere o ha querido hacer bien alguna vez en la vida". Richard Giulanotti, el soci¨®logo m¨¢s reputado en sus ensayos sobre este deporte, califica el f¨²tbol como "una de las grandes instituciones culturales, como la educaci¨®n o los mass media, que da forma y cimenta la identidad nacional a lo largo del mundo". Tras las dos guerras mundiales, el f¨²tbol se convierte en un espect¨¢culo de masas en el que se enfrentan personas y equipos que representan localidades y estados-naci¨®n, un escenario privilegiado para dotar de sentido al patriotismo.
Numerosos han sido los ejemplos de pol¨ªticos ansiosos de encender el fuego del orgullo nacional esperando que sirva a sus intereses. Las actuaciones de las selecciones se presentan como asuntos de inter¨¦s nacional donde est¨¢ en juego el orgullo de la patria. El f¨²tbol ha provocado guerras (entre Honduras y El Salvador, en 1969) y conflictos diplom¨¢ticos. Su propio ¨®rgano rector, la FIFA, tiene m¨¢s afiliados que la ONU. Algunos peque?os territorios pugnan por entrar en la FIFA como paso previo a un reconocimiento internacional. Fue el caso de Palestina o los denodados intentos de Gibraltar. La FIFA dise?a su propia geopol¨ªtica: por ejemplo, Israel compite con Europa, fuera de su continente geogr¨¢fico. No es casualidad que la FIFA tenga su sede central en Suiza: a nadie da cuenta de su gesti¨®n.
La pasi¨®n envuelta en patriotismo hace del f¨²tbol una fuerza dominante. De haberse celebrado en Sud¨¢frica una final Alemania-Holanda se habr¨ªan vuelto a destapar viejos rescoldos entre estos dos pa¨ªses que datan del final de la guerra y que los medios de comunicaci¨®n contribuyen a resaltar (los soci¨®logos coinciden un¨¢nimes en el papel desarrollado por los medios a la hora de fortalecer el imaginario nacional).
La historia de esta rivalidad nacional futbol¨ªstica fue estudiada por los soci¨®logos holandeses Van Houtum y Van Dam. Holanda y Alemania disputaron dos partidos cuyo recuerdo todav¨ªa perdura en la memoria colectiva: la final de la Copa del Mundo de 1974, que gan¨® Alemania frente a la Holanda de Cruyff, y la semifinal de la Eurocopa de 1988, que dio la victoria a Holanda, quien gan¨® posteriormente el torneo. Algunos autores compararon las celebraciones callejeras de aquella victoria con la liberaci¨®n de Holanda en mayo de 1945.
"Despu¨¦s de 1974, la referencia a la guerra fue usada frecuentemente desde el lado holand¨¦s; 43 a?os de odio despu¨¦s de la guerra que acab¨® en 1945 encontraron expresi¨®n en esta victoria", se?alan los autores del estudio. "Esta traum¨¢tica experiencia fue un instrumento de legitimaci¨®n. En esta batalla simb¨®lica, los holandeses se representaban a s¨ª mismos como el bien, como el pa¨ªs tolerante y amistoso frente al diab¨®lico vecino". Van Houtum y Van Damm esperaban que estos sentimientos de impotencia y rivalidad decrecieran tras el triunfo de 1988, "pero el ritual de argumentos e insultos continu¨®. Tras este choque, toda confrontaci¨®n entre Holanda y Alemania siempre ha sido un evento especial".
La capacidad del f¨²tbol para despertar el orgullo nacional no es un fen¨®meno europeo resultado de dos guerras mundiales. Es un fen¨®meno que trasciende los continentes. Sorprendi¨® a las propias autoridades de Corea del Sur, un pa¨ªs de escasa tradici¨®n futbol¨ªstica, durante el Mundial de 2002 que organiz¨® junto con Jap¨®n. La actuaci¨®n de Corea fue sobresaliente. Se clasific¨® para las semifinales. El entusiasmo popular que se despert¨® result¨® una experiencia nueva: millones de coreanos siguieron los partidos envueltos en los colores de su bandera. Esto dio la impresi¨®n de un renacimiento nacional con la vista puesta en el vecino, Corea del Norte. El entrenador de Corea, el holand¨¦s Guus Hiddink, se convirti¨® en h¨¦roe nacional a una escala extraordinaria. El Gobierno explot¨® el ¨¦xito hasta el punto de que el ministro de Comercio, Shin Kook Hwan, recomend¨® a las grandes firmas coreanas que adoptaran "el estilo Hiddink" para atraer a nuevos inversores extranjeros.
El f¨²tbol ocupa una amplia bibliograf¨ªa como materia sociol¨®gica. Com¨²n denominador es su capacidad para fabricar identidades. En ese aspecto hay fen¨®menos nuevos por efecto de la globalizaci¨®n y la denominada Ley Bosman: los clubes se desnaturalizan convertidos en sociedades an¨®nimas que contratan los servicios de jugadores extranjeros. Ya no hay ¨ªdolos locales que faciliten la identidad. Todo es mercado. Los ¨ªdolos locales quedan reservados para las selecciones nacionales. Sin embargo, ciertas realidades despiertan dudas al respecto: ?Se identifican los aficionados del Arsenal con un equipo repleto de extranjeros, con un capit¨¢n espa?ol (Cesc F¨¢bregas) y un entrenador franc¨¦s (Arsene Wenger)? ?Ha decrecido la identificaci¨®n con la selecci¨®n inglesa al estar dirigida por un t¨¦cnico italiano (Fabio Capello)? ?No est¨¢ detr¨¢s del desapego que ha padecido Messi en su selecci¨®n el hecho de que sea un jugador formado en Barcelona y no en Argentina? En su momento, despert¨® inter¨¦s el proyecto de Florentino P¨¦rez de construir un Madrid global, convertido en un equipo admirado y querido en todo el mundo, pero el experimento result¨® ef¨ªmero.
Un caso especialmente estudiado por los soci¨®logos ha sido el espa?ol. A Espa?a se le reprocha un d¨¦ficit de identidad con su selecci¨®n en contraste con el arraigo nacionalista manifestado en Catalu?a respecto del Barcelona y en el Pa¨ªs Vasco con el Athletic de Bilbao. As¨ª, al menos, ha sido hasta ahora. Despu¨¦s de la guerra civil, los grandes ¨¦xitos de la selecci¨®n espa?ola se han limitado al famoso gol de Zarra ante Inglaterra en el Mundial de 1950 y al gol de Marcelino ante la URSS, que signific¨® la conquista de la Eurocopa de 1964. Fueron ¨¦xitos que el franquismo utiliz¨® en su provecho, ante dos enemigos de la Espa?a oficial: la p¨¦rfida Albi¨®n y el ogro comunista.
La paradoja espa?ola ha sido muy estudiada por soci¨®logos europeos: una identidad manipulada desde la dictadura ocasion¨® una aversi¨®n de una parte de Espa?a hacia la selecci¨®n nacional; por otro lado, el r¨¦gimen de Franco permiti¨® las inclinaciones del Athletic y el Barcelona por considerarlo una deriva nacionalista controlable, m¨¢xime si les coloc¨® el contrapeso centralista del Real Madrid de las seis copas de Europa, versi¨®n esta muy extendida entre los autores anglosajones. Llegada la democracia, las actuaciones de la selecci¨®n nacional abundaron en innumerables frustraciones mientras la rivalidad entre clubes a nivel internacional se equilibr¨®: Real Madrid y Barcelona se han repartido seis copas de Europa en los ¨²ltimos 13 a?os.
La selecci¨®n espa?ola quedaba a un lado, aunque su presunto d¨¦ficit de identidad contrastaba con los datos de audiencias televisivas. En cualquier caso, estaba en entredicho. El soci¨®logo Jos¨¦ Ignacio Wert acu?¨® el t¨¦rmino "anorexia patri¨®tica" para explicar ese d¨¦ficit en un art¨ªculo publicado en EL PA?S tras una derrota de la selecci¨®n en un partido ante Inglaterra. "El hecho es que tanto pensadores nacionales (Camacho, Del Bosque) como extranjeros (Cruyff)", escrib¨ªa Wert, "han puesto sobre el tapete la presunta vinculaci¨®n entre los mediocres resultados de nuestra selecci¨®n con la falta de sentimiento nacional de los espa?oles y, en este caso concreto, de los seleccionados (...) Vamos, que nuestros chicos no meten el pie aquejados de una cierta anorexia patri¨®tica cuando llevan el nombre de Espa?a bordado en la el¨¢stica (...) ?Estamos colectivamente aquejados de un d¨¦ficit patri¨®tico?". Wert respond¨ªa con un "s¨ª rotundo" y explicaba como factores el "patrioterismo excluyente que alentaba el r¨¦gimen anterior" y "los sentimientos nacionalistas que emergen en casi todas las autonom¨ªas".
Pero nace La Roja (una denominaci¨®n aceptada con naturalidad, no exenta de cierto gui?o). Y nace con un estilo muy alejado de la predemocr¨¢tica furia espa?ola. Nace con una escuela. Y no hace falta ir muy lejos para reconocer su origen: Barcelona. En paralelo con el conflicto suscitado por la sentencia sobre el Estatut de Catalu?a, sus consecuencias, las alusiones a la posible desapeso de los catalanes a la idea de un proyecto nacional, La Roja consolida sus ¨¦xitos con una hist¨®rica actuaci¨®n en el Mundial de Sud¨¢frica. No es menor este asunto.
La Roja que puebla Espa?a de banderas como no hab¨ªa sucedido nunca tras la Guerra Civil es una manifestaci¨®n de la escuela catalana dirigida por un castellano estoico como Del Bosque, quiz¨¢s otro grado de multiculturalidad muy diferente al elogiado en su d¨ªa con la selecci¨®n francesa. Esa es la composici¨®n qu¨ªmica de una selecci¨®n que ha roto una teor¨ªa asentada durante d¨¦cadas. Ser¨¢ a partir del pr¨®ximo domingo cuando los soci¨®logos tengan que evaluar si este ¨¦xito deportivo tiene alguna otra consecuencia.
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