Mart¨ªn Kohan, literatura bajo control
Siempre voy a estar mejor en un bar que en mi casa", dice Mart¨ªn Kohan, el escritor argentino ganador del Premio Herralde 2007 con Ciencias morales y autor de la novela Cuentas pendientes (Anagrama), desde el Literarisches Colloquium de Berl¨ªn, una residencia para escritores y traductores donde permaneci¨® un mes, contradiciendo su costumbre de regresar a su ciudad lo antes posible.
-Cada vez que me invitan a alguna parte digo: "Bueno, voy, pero tendr¨ªa que volver enseguida". No es que extra?e mi casa. No me gusta estar en un mismo lugar demasiado tiempo y la casa de uno es ante todo eso: un mismo lugar. Pero escribo en bares y cuando paso mucho tiempo fuera extra?o la sociabilidad de bar de Buenos Aires.
Cuentas pendientes
Mart¨ªn Kohan.
Anagrama. Barcelona, 2010.
184 p¨¢ginas. 15 euros.
"Qu¨¦ importa que en la computadora sea m¨¢s r¨¢pido si la literatura es lenta"
Nacido en 1967 fue, hasta los seis a?os, un ni?o de la tele: alguien que protagoniz¨® publicidades: de un flan, de jugos, de pantalones.
-Un d¨ªa me cans¨¦. Cuenta la leyenda familiar que me sent¨¦ frente a mi pap¨¢ y mi mam¨¢ y les dije: "Trabajar y estudiar para un chico es mucho. Dejo las publicidades".
Atraves¨® una infancia feliz, de f¨²tbol y de bicicletas, aunque con zonas de timidez que todav¨ªa persisten y que lo llevan a retraerse, a permanecer mudo en cualquier reuni¨®n que involucre a m¨¢s de cuatro.
-Yo ten¨ªa mucho desagrado respecto a la adolescencia. As¨ª que estir¨¦ hasta la estupidez la infancia. Ten¨ªa la idea de que era muy triste que la infancia se terminara. Viv¨ª eso con la absoluta certeza, que todav¨ªa conservo, de que la edad m¨¢s dichosa era esa, y que se estaba terminando.
De modo que, para que esa edad dichosa no se terminara, clausur¨® todo rito de pasaje y empez¨® a cultivar costumbres que a¨²n conserva: no fumar, no beber alcohol, no tomar caf¨¦ (s¨®lo en los bares) y vestirse con diversas versiones de la ropa que usaba por entonces: camisetas, zapatillas, jeans.
-Cuando fui a recibir el Premio Herralde mi mam¨¢ me dec¨ªa: "Ponete una camisita". Y yo no uso camisas. As¨ª que me puse mi camiseta de gala, que es una de esas que tienen cuello.
No est¨¢ del todo claro si eso tiene que ver con la infancia, pero Mart¨ªn Kohan, que estudi¨® Letras, que se pag¨® la carrera trabajando como comentarista deportivo -es fan¨¢tico de Boca-, que se cas¨® y que no fue a su fiesta de bodas -odia las fiestas-, escribe a mano, con lapiceras Parker y cuadernos de marca Rivadavia, escolares, de 50 o de 94 horas, sin anillar.
-Hay un problema con la computadora, y es que los dedos van demasiado r¨¢pido en el teclado. Cuando yo escribo a mano el tiempo del dibujo de la letra se acompasa con la cadencia que busco en la frase, y con el tiempo de aparici¨®n de las frases en la cabeza. El teclado es una desgracia, porque la mano escribi¨® demasiado r¨¢pido cuando todav¨ªa la palabra siguiente no apareci¨®. Qu¨¦ importa que en la computadora sea m¨¢s r¨¢pido si la literatura es lenta.
Lentamente, con ritmo de orfebre, escribi¨® una obra prol¨ªfica que empez¨® en 1993 con La p¨¦rdida de Laura, sigui¨® con cuentos, ensayos y novelas, y tuvo su punto de inflexi¨®n en Dos veces junio (Sudamericana, 2002), que lo coloc¨® en un sitio de prestigio entre los autores de su generaci¨®n. La novela, protagonizada por un conscripto, transcurre durante la dictadura militar argentina, pleno Mundial 78, y arranca con una pregunta: ?a partir de qu¨¦ edad se puede empezar a torturar a un ni?o? La pregunta desata la b¨²squeda del m¨¦dico que es quien puede dar una respuesta y la historia est¨¢ narrada con un lenguaje austero que transforma en horror todo lo que toca: "El doctor Padilla detect¨® un intenso silbido respiratorio y calcul¨® la existencia de agua acumulada en los pulmones. Por tales motivos recomend¨® la suspensi¨®n temporaria de las t¨¦cnicas interrogativas de inmersi¨®n, siempre y cuando existiera la necesidad de preservar la vida de la detenida". El recurso del idioma falsamente imp¨¢vido se extrema en las dos novelas siguientes: Ciencias morales (donde Mar¨ªa Teresa, preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires, un emblem¨¢tico colegio del Estado, se esconde en el ba?o de varones con el pretexto de descubrir a quienes se ocultan para fumar, mientras la dictadura se cuela en la trama como un flujo siniestro) y Cuentas pendientes, donde Kohan vuelve sobre otro recurso presente en sus libros anteriores: el fino arte del merodeo, el estremecimiento creado al sesgo y por elevaci¨®n.
El protagonista de Cuentas pendientes es Gim¨¦nez, un hombre de 80 a?os que alquila un departamento en un edificio donde tambi¨¦n viven su ex mujer y su ex suegra, una anciana postrada e incontinente. La vida del hombre transcurre entre ese paisaje s¨®rdido y un bar, al que acude para revisar el peri¨®dico en el que busca ofertas de autos que puedan resultar negocio para Vilanova, el militar de cuyas manos recibi¨®, siendo beba, a su hija adoptada, hija sin duda de desaparecidos. La historia comienza con Gim¨¦nez abriendo la heladera, buscando un huevo, encontrando dos. "A Gim¨¦nez le viene entonces una clara idea a la mente, y es que existe un m¨¦todo de prueba poco menos que infalible que sirve para determinar, sin necesidad de romper la c¨¢scara, cu¨¢ndo un huevo est¨¢ cocido y cu¨¢ndo no. Consiste en lo siguiente: se hace girar el huevo con una especie de pellizco ampliado, como se lo har¨ªa con un trompo o, en escala menor, con una perinola. Seg¨²n el huevo gire o no gire, o mejor dicho seg¨²n gire, porque girar gira siempre, con mayor libertad o con mayor empastamiento, se puede deducir su estado en el interior: si crudo o cocido. Gim¨¦nez hace la prueba, resuelve, repite la operaci¨®n, confirma. Guarda en la heladera el huevo que seg¨²n su juicio no ha conocido nunca hervor y se queda con el otro, al que da por duro".
-Conoc¨ª a una persona as¨ª, como Gim¨¦nez. Era dif¨ªcil decidir si no estaba entendiendo las cosas, o si las estaba entendiendo demasiado bien. Hay algo en la obsesi¨®n que me interesa. En t¨¦rminos literarios lleva a un tipo de recursividad en el lenguaje, una clase de minuciosidad verbal que me seduce. Esa concentraci¨®n excesiva en el detalle, esa pasi¨®n por la insistencia con lo mismo, conlleva necesariamente una cierta desconexi¨®n con el entorno. Detenerse en cada palabra, elegir cada palabra, sopesar cada palabra. Me gusta escribir as¨ª. Probar esa intensidad de la escritura.
Pero si Gim¨¦nez aparenta ser un hombre abatido por el infortunio -adeuda cuatro meses de alquiler; lo aqueja una impotencia humillante que se transforma en erecci¨®n ante el cuerpo de su suegra cenagosa; padece una diarrea invencible- poco antes del final todo cambia: tocan timbre, es el Due?o que pretende cobrar lo que le deben y aquel hombre que era el sin¨®nimo de la derrota se devela en facetas complejas, inquietantes, gracias a un di¨¢logo que s¨®lo en apariencia es inocente y que resulta, en verdad, un acontecimiento tortuoso y policial. "Gim¨¦nez me mira. Me mira incisivamente: dirime, sopesa. Me parece que en este momento est¨¢ empezando a poner en duda todo: que yo sea profesor, que tenga afici¨®n por la lectura", dice la voz del narrador -que es el Due?o que es, a su vez, escritor- en ese final que cambia por completo todo lo que se ha le¨ªdo hasta entonces.
-Pens¨¦ en una novela que diese un giro tal que cambiara repentinamente no todo lo que iba a pasar desde ese momento, sino todo lo que hab¨ªa ido pasando hasta entonces.
Una novela que cambia ya no el futuro sino el pasado, que ejerce el control m¨¢s extremo, el imposible: el de cambiar lo que no existe: lo que ya pas¨®.
-Yo no pretendo que lo que vivo y lo que escribo se junten en alguna parte. Como tampoco pretendo que se junten lo que escribo y lo que soy, aunque fatalmente hay traspasos y evidencias. Para m¨ª la literatura es contraste, es la compensaci¨®n, a m¨ª la literatura me gusta porque es el lugar de lo otro, de los otros, donde puedo descansar de m¨ª y de las cosas que vivo.
Mart¨ªn Kohan no trasnocha, no es un hedonista, detesta todas las derivaciones de la palabra diversi¨®n, no se droga -ni se ha drogado-, no se emborracha -ni se ha emborrachado-, y lleva una agenda invertida, en la que no anota lo que debe hacer sino lo que ya hizo, con la ilusi¨®n de que ese registro minucioso le permita tener su rutina bajo control.
-S¨¦ bien que no es as¨ª, o no tanto como quisiera, pero de hecho me calma. No me gusta nada que me saque de mi eje. Por eso no tomo alcohol, no me drogo. En la literatura tambi¨¦n siento que estoy controlando. Que las novelas salen controladitas.
-?Ten¨¦s Internet en tu casa?
-No. Voy a un ciber cuando preciso ver algo. Con Internet es f¨¢cil dejarse llevar, y a m¨ª no me gusta dejarme llevar. -
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