La pol¨ªtica, sola ante el peligro
Los vertidos en el golfo de M¨¦xico y la crisis financiera son rotundos fracasos tecnol¨®gicos. Se equivocaban los tecn¨®cratas. Vuelve la pol¨ªtica como retorno del Estado, recuperaci¨®n de la l¨®gica y gesti¨®n de riesgos
En nuestro imaginario colectivo la t¨¦cnica aparece como una amenaza potencial. Esta sospecha tiene su origen en el hecho de que, hace no muchos a?os, tanto la derecha como la izquierda conceb¨ªan a la t¨¦cnica como una realidad fuerte, exitosa e incontestable. Unos esperaban que las cuestiones pol¨ªticas pudieran ser resueltas (o incluso disueltas) gracias a la clarividencia de los expertos y a la exactitud de sus procedimientos, otros lamentaban este proceso de despolitizaci¨®n tecnocr¨¢tica que se traducir¨ªa en control, manipulaci¨®n, destrucci¨®n y homogeneizaci¨®n. En cualquier caso, las valoraciones ven¨ªan despu¨¦s de coincidir en que esa tecnificaci¨®n del mundo era algo que terminar¨ªa por imponerse.
La pol¨ªtica no se ha reforzado por la perfecci¨®n de la t¨¦cnica sino por su fracaso
Sin Estados que funcionen no hay manera de hacer frente a inseguridades y peligros
La realidad es hoy bien distinta: adem¨¢s de las que han sido beneficiosas, estamos rodeados de t¨¦cnicas que han fracasado. Algunos casos actuales nos han hecho cada vez m¨¢s conscientes de que hay riesgos producidos por el ser humano que est¨¢n crecientemente fuera de control. Los vertidos t¨®xicos en el golfo de M¨¦xico, la crisis econ¨®mica producida en buena parte por el fracaso de esos sofisticados dispositivos tecnol¨®gicos que son los productos financieros, el cambio clim¨¢tico inducido por nuestro modelo de desarrollo no son solo desastres con graves repercusiones sociales, sino, de entrada, rotundos fracasos tecnol¨®gicos. La imagen de Obama librando un combate contra BP podr¨ªa pasar por la imagen de esta nueva situaci¨®n. Se equivocaban los tecn¨®cratas, podr¨ªamos concluir a la vista de tales fiascos, pero tambi¨¦n quienes tem¨ªan los ¨¦xitos de la t¨¦cnica y no tanto sus fracasos.
Lo interesante de este giro de la historia es que ha modificado radicalmente nuestra manera de entender la articulaci¨®n entre pol¨ªtica y tecnolog¨ªa. Ni la derecha tecnocr¨¢tica ni la izquierda neomarxista de los a?os sesenta y setenta hab¨ªan pensado que la renovaci¨®n de la pol¨ªtica pudiera proceder un d¨ªa del fracaso de la t¨¦cnica. Lo que imaginaban era m¨¢s bien su carrera triunfante, para bien o para mal, celebrada o temida. La cr¨ªtica a la tecnocracia ha quedado actualmente superada por el hecho de que tenemos m¨¢s bien una t¨¦cnica torpe y una pol¨ªtica cuya intervenci¨®n es reclamada desde diversas instancias. Est¨¢bamos esperando que la pol¨ªtica nos protegiera frente al poder de la t¨¦cnica y ahora resulta que la pol¨ªtica es reclamada para resolver los problemas generados por la debilidad de la t¨¦cnica.
Lejos de convertir a la pol¨ªtica en un anacronismo, la t¨¦cnica (mejor dicho, sus fracasos sonados o sus riesgos potenciales) ha reforzado el prestigio de la pol¨ªtica, de la que ahora se espera lo que otras instancias no han acertado a proporcionar. Por eso no es exagerado afirmar que la gesti¨®n de estos riesgos puede ser una nueva fuente de legitimaci¨®n de la acci¨®n pol¨ªtica. Otra cosa es que la pol¨ªtica est¨¦ acertando a la hora de ejercer esta responsabilidad o que disponga de los instrumentos necesarios para ello.
As¨ª pues, vuelve la pol¨ªtica en tres aspectos fundamentales: como retorno del Estado, como recuperaci¨®n de la l¨®gica pol¨ªtica y como exigencia de gestionar democr¨¢ticamente los riesgos. Veamos brevemente cada uno de estos tres aspectos.
De entrada, cat¨¢strofes como las financieras o las medioambientales apuntan en la l¨ªnea de una nueva forma de estatalidad reguladora. Mientras que el giro neoliberal supuso una retirada del Estado, la progresiva conciencia de los peligros de la civilizaci¨®n tecnol¨®gica impulsan al Estado a asumir nuevas tareas, aunque sea en un contexto muy diferente de aquel en el que estaba acostumbrado a actuar soberanamente. Y es que conviene no dejarse llevar en este punto por lo que podr¨ªamos llamar una ilusi¨®n ¨®ptica neokeynesiana: el Estado que vuelve no es un rico soberano, sino un Estado endeudado y necesitado de cooperaci¨®n. Cuanto antes comprendamos esta nueva realidad y exploremos sus posibilidades de intervenci¨®n, menos tiempo perderemos en celebrar que la historia nos ha vuelto a dar la raz¨®n.
Podemos vivir un momento de repolitizaci¨®n en funci¨®n precisamente del descr¨¦dito de los supuestos expertos. Han fracasado quienes monopolizaban la exactitud y la eficacia; se ha vuelto ideol¨®gicamente sospechosa la apelaci¨®n a la ciencia y a la t¨¦cnica para poner punto final a las controversias; el mundo de los expertos se ha revelado tan poco un¨¢nime como nuestras sociedades plurales. Todo esto significa que estamos devolviendo al sistema pol¨ªtico el poder de definir la situaci¨®n, que tenemos una posibilidad in¨¦dita de recuperar la pol¨ªtica, es decir, del arte de trasladar en decisiones nuestra falta de evidencia.
La gesti¨®n de los riesgos, peligros y cat¨¢strofes puede ser tambi¨¦n un elemento de democratizaci¨®n. Un mundo m¨¢s incierto no tiene por qu¨¦ ser menos democr¨¢tico que el desaparecido mundo de las certezas, m¨¢s bien al contrario. Un ejemplo de ello puede ser la propia evoluci¨®n del movimiento ecologista. El discurso ecol¨®gico, que en los a?os sesenta ten¨ªa una ¨¦pica antiestatal, se transform¨® despu¨¦s en una reivindicaci¨®n del Estado regulador. La misma introducci¨®n de la protecci¨®n del medio ambiente como una tarea del Estado abri¨® una fuente de legitimaci¨®n para la pol¨ªtica regulativa una vez que parec¨ªa agotada aquella legitimaci¨®n del Estado de bienestar centrada en la pol¨ªtica de redistribuci¨®n. Someter los riesgos tecnol¨®gicos a procedimientos pol¨ªticos formales ha hecho que el conflicto entre la econom¨ªa y la ecolog¨ªa se haya introducido en el sistema de gobierno, que no tenga ya nada de subversivo o desestabilizador. El desarrollo de Los Verdes, especialmente en Alemania, es un ejemplo elocuente de ello. Despu¨¦s de una larga discusi¨®n, ha terminado por imponerse la facci¨®n que prefer¨ªa integrarse en las coaliciones de Gobierno a la que abogaba por el control exterior. Lo que algunos llamaron "la guerra civil ecol¨®gica" en torno a la energ¨ªa nuclear no condujo a desbordar las autoridades pol¨ªticas de la Rep¨²blica Federal de Alemania, como muchos hab¨ªan temido o deseado. Todav¨ªa recuerdo de mis a?os de estudiante en Alemania a principios de los ochenta aquella evoluci¨®n de los ecologistas, que comenzaron discutiendo la abolici¨®n del monopolio estatal de la violencia y terminaron reconociendo que sus fines solo pod¨ªan alcanzarse por medio de la pol¨ªtica y el derecho.
As¨ª pues, bien puede afirmarse que mientras que las cat¨¢strofes antiguas pod¨ªan ser la puerta para estados de excepci¨®n antidemocr¨¢ticos, los conflictos de la "sociedad del riesgo" han tenido una funci¨®n democratizadora y han impulsado una cultura pol¨ªtica del di¨¢logo y la resoluci¨®n de conflictos. Nuestra manera de concebir el modo como deben afrontarse los peligros en una sociedad democr¨¢tica se diferencian claramente de la licencia autoritaria que se concede el soberano para resolver las situaciones excepcionales. Los peligros de la "sociedad del riesgo" no exigen un estado de excepci¨®n en el sentido tradicional. Lo que exigen es, m¨¢s bien, practicar toda la normalidad que sea posible en la gesti¨®n de las amenazas.
Estamos, por consiguiente, frente a una extra?a paradoja: la pol¨ªtica no se ha reforzado por la perfecci¨®n de la t¨¦cnica sino por el fracaso de la t¨¦cnica. La t¨¦cnica necesita m¨¢s que nunca de la regulaci¨®n pol¨ªtica. Cuando los fracasos de la t¨¦cnica son percibidos como graves amenazas para los derechos de la ciudadan¨ªa, a la pol¨ªtica se le exige la responsabilidad de crear las condiciones que nos permitan hacer frente como sociedad a tales consecuencias. Sin los recursos de la legitimaci¨®n democr¨¢tica y unos Estados que funcionen (ahora tambi¨¦n bajo la forma de una gobernanza global), no hay manera de hacer frente a las inseguridades, peligros y accidentes que las modernas tecnolog¨ªas plantean.
Donde antes pens¨¢bamos que no hab¨ªa ning¨²n problema para el que no encontrar¨ªamos en el futuro una soluci¨®n t¨¦cnica, hoy se invierte el enfoque -aunque con mayor modestia- y m¨¢s bien podemos estar razonablemente seguros de que los problemas generados por la t¨¦cnica o los resolvemos pol¨ªticamente o no los resolveremos de ninguna manera.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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