Los juglares y la historia
Las novelas hist¨®ricas les gustan a muchos lectores, muy pocos cr¨ªticos y algunos historiadores. A ver si podemos averiguar por qu¨¦ es as¨ª, y empezamos con los muy pocos.
Es verdad que hay cr¨ªticos aficionados y eruditos que ensalzan las buenas novelas hist¨®ricas y condenan las malas. Pero la inmensa mayor¨ªa las miran con desprecio. Y eso antes de haberlas le¨ªdo. De peque?o cre¨ªa -y me lo dijeron- que el arte es cuesti¨®n del C?MO, no del QU?. Ahora, a mi edad, ya no tengo que creer todo lo que se dice, y me pregunto c¨®mo se puede despreciar algo que no se ha le¨ªdo. Y si el arte est¨¢ en el C?MO, en la escritura me parece insensato decir basta ya antes de leer la novela solo porque es hist¨®rica.
Es normal pensar que a uno no le puede gustar todo. Hay ateos que no aprecian la Divina Comedia y pacifistas que no pueden con la Il¨ªada. Incluso hay aficionados a la novela hist¨®rica a quienes no les gusta Jos¨¦ y sus hermanos, de Thomas Mann. Pero no es normal sino infame hacer de su gusto personal una ley general -no me ha gustado una novela hist¨®rica, entonces todas las novelas hist¨®ricas son mala literatura-. ?Y el Jos¨¦ de Thomas Mann? Ah, no, se?or, no es novela hist¨®rica porque es de Mann, y el Raskolnikov no puede ser novela negra porque es de Dostoievski. Despu¨¦s hablan de obras originales de arte, por un lado, y de "literatura de g¨¦nero", por el otro.
Confieso que no comprendo por qu¨¦ la Politeia de Plat¨®n o la Utopia de Moro no son consideradas "de g¨¦nero", pero s¨ª la ciencia-ficci¨®n. ?Lo que se llama fantasy es g¨¦nero, pero no lo es la ¨¦pica art¨²rica? Novela negra, hist¨®rica, de horror, todas son de g¨¦nero, ?pero no son gen¨¦ricas las novelas psicol¨®gicas de iniciaci¨®n, las tragedias de reyes en endecas¨ªlabos? ?Y es tan original escribir gen¨¦ricos sonetos petrarquianos?
Claro que hay diferencias, pero no est¨¢n en la materia, en el QU?, sino en la escritura, el C?MO, y de eso no se puede decir nada sin abrir antes el libro. Todo ese asunto de las definiciones es problem¨¢tico. Peor a¨²n: me aburre. Las definiciones solo sirven a los que las definen, les dan razones de pasar por alto todo lo que est¨¢ fuera de ellas. Ya hace muchos a?os que tengo la sospecha de que son pretextos para ocultar otra cosa. Tomemos un ejemplo fuera de lo "gen¨¦rico" para acaso ver con m¨¢s claridad. Del gran Rudyard Kipling escribi¨® Henry James que hab¨ªa esperado de ¨¦l algo como la obra de un Balzac ingl¨¦s, pero que Kipling "solo escribe sobre soldados, campesinos, trabajadores, hind¨²s, animales e incluso m¨¢quinas, nada de sentimientos delicados", nada de almas refinadas discutiendo en salones; y Oscar Wilde llam¨® a Kipling "nuestra autoridad suprema en lo que es secundario". Es decir, que para un verdadero homme de lettres el 99,99% del universo es balad¨ª y solo vale la pena poner en un libro lo poco que se refiere a las almas refinadas.
No menos monstruoso y a¨²n m¨¢s franco es lo que ha dicho el m¨¢s grande de los cr¨ªticos alemanes de las ¨²ltimas d¨¦cadas, Marcel Reich-Ranicki. A ¨¦l solo le interesan libros escritos por intelectuales sobre intelectuales para intelectuales. Es decir, libros no sobre la realidad sino sobre el peque?¨ªsimo mundo literario. "Oye, Kipling, solo vamos a leerte si finalmente escribes sobre nosotros". Y aplicado a la novela hist¨®rica lo hemos visto varias veces en los ¨²ltimos a?os. Dos ejemplos: Daniel Kehlmann, en su novela La medici¨®n del mundo, cuenta las vidas y haza?as de Humboldt y de Gauss; Patrick Rambaud, en La batalla, nos hace ver la batalla napole¨®nica de Aspern. Ambos libros son novelas hist¨®ricas, pero Humboldt y Gauss son intelectuales, y la batalla de Aspern la vemos a trav¨¦s de los ojos de Marie-Henri Beyle, alias Stendhal, otro intelectual y adem¨¢s escritor, y por eso no pueden ser novelas hist¨®ricas sino alta literatura, y por eso los han cubierto de premios literarios.
Es posible actuar de otra manera, pero parece que para eso se necesita un esp¨ªritu realmente intelectual. He aqu¨ª un caso ilustre e ilustrativo, no del ¨¢mbito hist¨®rico sino del detectivesco. Con ocasi¨®n de la muerte de Edgar Wallace, Jorge Luis Borges escribi¨® en 1932 que no hab¨ªa le¨ªdo su obra, pero que ten¨ªa el prop¨®sito de corregir esa omisi¨®n, "porque no soy de los que misteriosamente desde?an las tramas misteriosas", y que, al contrario, "la organizaci¨®n y la aclaraci¨®n de un suculento asesinato o de un doble robo exige un trabajo intelectual que es muy superior a la f¨¦tida emanaci¨®n de sonetos sentimentales o de di¨¢logos entre personas de nombre griego, o de poes¨ªas en forma de Carlos Marx o de ensayos siniestros sobre el centenario de Goethe, o de meritorios estudios sobre el problema de la mujer, Oriente y Occidente, la ¨¦tica sexual, el alma del tango y otras inclinaciones de la ignominia". Despu¨¦s de corregir la omisi¨®n, despu¨¦s de leer las tramas de Wallace, Borges las juzg¨® intolerables, repito: despu¨¦s de leerlas, no despu¨¦s de ver que la cubierta de un libro dec¨ªa "novela negra" o "novela hist¨®rica".
Si queremos narrar una historia de personajes y de acontecimientos ocurridos hace un a?o en Madrid, o M¨²nich o Mosc¨², tenemos que indagar y documentarnos: si esa cafeter¨ªa realmente est¨¢ situada en tal esquina, si all¨ª se venden los cigarrillos que compra y fuma el protagonista, si el autob¨²s en el cual ve a su amada besando a tal sucio tipo realmente pasa por esta calle, y si la palabra ins¨®lita que usa para maldecir a ellos ya estaba de moda hace un a?o. Sin olvidar el partido de f¨²tbol que mira en la tele o los disparates secretados por tal pol¨ªtico en las noticias de la tarde. Es decir, que tenemos que indagar circunstancias y condiciones para intercalar personajes ficticios en la historia contempor¨¢nea evitando errores. El resultado se llama novela; nunca he o¨ªdo hablar de algo como novela hist¨®rica contempor¨¢nea. No comprendo por qu¨¦ ha de tratarse de otra manera, de otro g¨¦nero, si hay m¨¢s de un a?o -cien, mil- entre lo narrado y la narraci¨®n. El trabajo es el mismo: indagar, intercalar, evitar errores. Hay que inventar personajes cre¨ªbles, escribirles di¨¢logos pronunciables, combinar acci¨®n, conflictos y tensi¨®n, colores y olores, lenguaje y trasfondo para un conjunto plausible, algo como una buena pel¨ªcula en la cabeza del lector. Si es el mismo trabajo, ?por qu¨¦ calificarlo de manera diferente?
Lo de evitar errores nos lleva a otra consideraci¨®n: la cooperaci¨®n entre autor y lector. Seg¨²n la famosa frase de Coleridge, el lector debe contribuir a la "voluntaria suspensi¨®n de la incredulidad" mientras dura la lectura. Hablando de narraci¨®n tradicional, el autor y el lector estamos en una esfera m¨¢gica, y libro y lectura solo pueden lograr su cometido si esta no se rompe. El autor debe trabajar a conciencia, ya que todo lo que es falso -un tono, una palabra, un hecho- puede romper la esfera. Augusto no dice okay, Dar¨ªo no tiene estribo, un etrusco no sabe nada de minutos o segundos, un cartagin¨¦s no puede hablar de sadismo. En lo que se llama ucron¨ªa, pariente de la novela hist¨®rica, todo eso es posible, pero en una novela hist¨®rica acaba por romper la esfera m¨¢gica, el libro est¨¢ muerto y no funciona.
Para nosotros, los autores, los cr¨ªticos y los historiadores son instrumentales. De los cr¨ªticos esperamos que nos se?alen los errores que hemos cometido para mejorar la pr¨®xima vez. Rara vez nos viene bien un peque?o encomio, claro que solo si es merecido. Pero que no nos digan que a priori lo que hacemos no tiene ning¨²n valor. De los historiadores esperamos ayuda e informaci¨®n; muchas veces nos la dan, pero, muy a menudo, en sus sabios textos se olvidan de lo que para nosotros es materia prima. Un egipcio de 1500 antes de Cristo no puede hablar de Egipto, del Nilo, de Menfis, ya que estas palabras son variantes griegas de palabras asirias muy posteriores -pero no s¨¦ en cu¨¢ntos libros de historia he buscado para finalmente saber que el rome de 1500 antes de Cristo vive en el pa¨ªs de Tameri en la ciudad de Men-nofre, al borde del Yotru, y me lo han dicho los egipt¨®logos, no los historiadores. Todos podemos hallar cu¨¢ndo muri¨® Augusto, pero qui¨¦n me dir¨¢ si se cortaba (?con qu¨¦?) o se filaba las u?as.
Coincidencia curiosa: la mayor¨ªa de los cr¨ªticos no leen una novela porque es hist¨®rica, la mayor¨ªa de los historiadores no leen esa novela porque solo les interesa la historia y entonces leen el texto como si se tratase de un estudio. Los hay que se?alan que tal detalle no corresponde a la verdad hist¨®rica, y eso es grato y necesario, pero muchas veces no hay verdad, es inaccesible, solo podemos llegar a cierta plausibilidad. Y ella nos otorga otras leyes -no de mentir, sino de cuidar de la esfera m¨¢gica-. Para m¨ª, Alejandro Dumas es el gran padrino, el fundador (no Scott, demasiado lento para m¨ª, pero eso es gusto, no una ley), y s¨¦ que el "verdadero" D'Artagnan, el soldado hist¨®rico, era un tipo m¨¢s bien aburrido y nada chistoso, pero sigue siendo mi amigo el otro, el del libro. Supongo que no estoy solo cuando digo que me importan m¨¢s Alonso Quijano o Sherlock Holmes que Cervantes o Conan Doyle.
Todos queremos contar y escuchar historias -?qu¨¦ has hecho ayer, c¨®mo va tu abuela? Y cu¨¦ntame lo de tu hermano-. Son las historias, la memoria de la tribu (lo dec¨ªa Kipling). En ella, en el principio acaso hubo un rey soberano, guerrero y sacerdote a la vez; y hubo un juglar que cantaba la historia de la tribu y hac¨ªa un chiste cuando el rey se pon¨ªa demasiado serio. Despu¨¦s vino la divisi¨®n del trabajo; el rey dejaba de incorporar todos los oficios, hubo guerreros y chamanes, y algunos de los juglares quisieron hacerse serios, arciprestes de s¨ª mismos. Son ellos los que ahora hacen la Alta Literatura, y los asisten los chamanes de la cr¨ªtica. Nosotros, los juglares, no hacemos nada de serio ni sagrado, solo queremos escribir el libro que nos gustar¨ªa leer, pero que todav¨ªa no podemos comprar. Entonces, al trabajo -para nosotros y para los lectores-. No para los chamanes.
Gisbert Haefs (Wachtendonk, Alemania, 1950) es autor de novelas como An¨ªbal, Troya o Alejandro, el unificador de Grecia, y de novela policiaca.
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