EL CASTILLO DE LOS SUE?OS
Fui a Irlanda en busca del gran so?ador, lord Dunsany, cuya memoria yace en su viejo castillo, poblado de armas, fieras y fantasmas. Viajaba inmerso en mis propios sue?os de leyendas, amores y aventuras. De entrada, deseaba ardientemente ver una foca. Mi imaginaci¨®n, enferma de reyes vikingos, banshees, leprechauns, fusileros irlandeses y poemas de Yeats hab¨ªa sintetizado todos los prodigios de la isla en la imagen anhelada de uno de esos mam¨ªferos marinos recostado en una playa. En cuanto llegu¨¦ a Dubl¨ªn me dediqu¨¦ a interrogar a todo el mundo por las focas y el mejor lugar para observarlas. Enric Juncosa, director del Museo de Arte Moderno de la ciudad, me recomend¨® Howth, el puerto de pesca a 20 minutos del centro.
Focas, el amor imposible de Yeats y el rastro del SS Otto Skorzeny en Irlanda. En la mansi¨®n de Lord Dunsany, encuentro un tigre y medio rinoceronte
No fue sino bastante despu¨¦s, sin embargo, cuando pude al fin ver mi foca gracias a la gentileza del beckettiano taxista Andrew Molloy -que me acompa?¨®- y en jornada tan se?alada como el Bloomsday. Hab¨ªamos ya oteado en la bah¨ªa un chorlitejo grande -que recibe el formidable nombre local de fead¨®g chladaigh- y a unas j¨®venes modelos en biquini que apenas nos desviaron un rato de nuestro objetivo, cuando llegamos a la Joyce Tower, en Sandycove, una de las torres Martello construidas para prevenir la invasi¨®n napole¨®nica, convertida en museo del escritor y a la saz¨®n en tan se?alado d¨ªa llena de gente extravagante ataviada como personajes del Ulysses (la novela empieza aqu¨ª). En fin, Enjoyce. Pero nosotros, Molloy y yo, ¨ªbamos a lo nuestro y sin dejarnos distraer por el literario festejo divisamos por fin dos focas flotando. Una result¨® ser una boya, pero la otra era una foca con todas las de la ley: se mec¨ªa panza arriba en la espuma del mar con la gracia de una nereida y la imagen llen¨® de una absurda felicidad mi coraz¨®n. Quiz¨¢ les parecer¨¢ una tonter¨ªa, sobre todo si las focas a ustedes ni fu ni fa. Pero d¨¦jenme recordarles la leyenda irlandesa de las selkies, las j¨®venes seductoras con piel de foca a las que atraes con siete l¨¢grimas sobre una roca, y los versos de Yeats: "Siendo pobre, tengo solo mis sue?os, / los he puesto bajo tus pies / anda con cuidado sobre ellos / porque lo que pisas son mis sue?os".
Me encanta Yeats, que tambi¨¦n escribi¨® aquello de "no tengo nada sino un libro" y aquel poema a la manera de Ronsard, When you are old: "Recuerda, un poco triste, la huida del amor / que all¨¢ en lo alto camina en las monta?as / y su faz oculta entre una multitud de estrellas". En la National Library de Dubl¨ªn hay una estupenda exposici¨®n sobre su vida y obra que enfatiza su largo y no correspondido amor por la guapa activista Maud Gonne. Ella sosten¨ªa que, en el fondo, dando calabazas a Yeats le hac¨ªa un favor a la poes¨ªa, porque no hay buenos poetas felices y la poes¨ªa m¨¢s bella proviene de la infelicidad. As¨ª que, ya saben, es mejor ser mal poeta, o no enamorarse de chicas a lo Maud Gonne. De Maud, no me resisto a explicar aquello tan g¨®tico de que hizo el amor con su amante Lucien en la cripta donde reposaba su hijo Georges, muerto de meningitis a los dos a?os, con la esperanza -cre¨ªa en la reencarnaci¨®n- de que el alma del ni?o fallecido transmigrar¨ªa a la nueva criatura concebida. Tomaron hach¨ªs y realizaron un ritual teos¨®fico y como resultas de todo ello (y de alguna cosa m¨¢s) naci¨® su bella hija Iseult -a la que por cierto Yeats tambi¨¦n le tir¨® los tejos-.
Y lo del ambiente g¨®tico nos sirve para volver al inicio de esta cr¨®nica, lord Dunsany. Edward John Moreton Drax Plunkett (1878-1957), 18? bar¨®n Dunsany, era un escritor angloirland¨¦s creador de maravillosos relatos fant¨¢sticos. Educado en Eton y en Sandhurst (Marte tam Minerva), sirvi¨® como oficial en la guerra contra los b¨®ers y en la I Guerra Mundial, fue un empedernido cazador y gran viajero, un mal pol¨ªtico y un genial ajedrecista. Trab¨® amistad con Kipling, Hassanein Pach¨¢ y Peter Fleming. Lovecraft lo consideraba una de sus mayores influencias literarias. Tolkien y Harry Potter le deben tambi¨¦n algo. Sus cuentos (una selecci¨®n de los cuales ha publicado este a?o Alfabia) desbordan de mundos on¨ªricos, raras mitolog¨ªas y reinos de exotismo extra?o que inducen una vaga melancol¨ªa enso?adora. Sus memorias -como The sirens wake o Patches of sunlight, conseguidas dej¨¢ndome una pasta en la librer¨ªa de lance dublinesa Cathach Books- acercan al secreto de una creaci¨®n (la vida ociosa, diletante, aristocr¨¢tica y viajera) que se caracteriza por la capacidad de inventar nombres evocadores (las fabulosas Larkar, Pegana, Babbulkund o Perd¨®ndaris) y atm¨®sferas fe¨¦ricas. Hay mucha belleza en Dunsany: auroras y crep¨²sculos de colores inimaginables, confines de jaspe, capiteles de plata, p¨¢lidas barbacanas, dioses ignotos, islas secretas, poemas lejanos que hacen brotar l¨¢grimas de felicidad...
Visit¨¦ el castillo de lord Dunsany en County Meath, al noroeste de Dubl¨ªn, un lugar tan arrebatadoramente rom¨¢ntico que casi amenaza la cordura. Est¨¢ rodeado de prados y bosques y en su abad¨ªa en ruinas, en la que vi un zorro, se rodaron escenas de Braveheart. El actual lord Dunsany, el 20?, es el pintor Edward C. Plunkett, nieto del escritor, pero est¨¢ enfermo, as¨ª que la que recibe es su mujer, Maria Alice de Marsillac, lady Du. El castillo contiene, adem¨¢s de un tesoro escondido, dos van dyck, y el imprescindible fantasma (que reside en el comedor); tambi¨¦n, los manuscritos de lord Dunsany y sus preciosos dibujos, y una colecci¨®n de armas y de trofeos de caza de ag¨¢rrate: armaduras, espadas, pistolas, picas, pieles de leopardo y tigre, medio rinoceronte empotrado en una pared, una cabeza de cocodrilo que pis¨¦ sin querer y un pedazo de le¨®n -cazado por el abuelo Dunsany en 1913 en Likipia, Kenia- metido en una vitrina en la sala de billar. En el sal¨®n verde hay unas roderas en el suelo de madera: lord Dunsany sol¨ªa disparar, como pasatiempo, un peque?o ca?¨®n. ?Yo querr¨ªa vivir aqu¨ª!
La comida, servida en el comedor por Rosal¨ªa, la asistente portuguesa, incluy¨® ciervo de la propiedad y fue deliciosa, aunque se desarroll¨® bajo la mirada severa de todos los Dunsany, entre ellos un obispo canonizado, un guerrero con armadura, un tipo vestido de criquet y con la indumentaria caqui de los famosos gu¨ªas de la frontera noroeste de la India, el capit¨¢n Randal Plunkett, padre del actual bar¨®n.
Si piensan ustedes que la n¨®mina de irlandeses extravagantes acaba aqu¨ª es que no me conocen. He descubierto gracias a Hitler's irishmen, de Terence O'Reilly (Dubl¨ªn, 2008), la historia de dos que sirvieron en las Waffen SS e incluso participaron en algunas de las aventuras b¨¦licas del personaje emblem¨¢tico de los comandos nazis: ?Otto Skorzeny! Los fusileros irlandeses James Brady y su amigo Frank Stringer eran dos pillos tipo El hombre que pudo reinar que cayeron prisioneros de los alemanes (estaban en el calabozo cuando lleg¨® el enemigo) y fueron reclutados por los servicios secretos de Canaris para realizar acciones encubiertas en Irlanda. Acabaron enrolados en el batall¨®n de Skorzeny y metidos en los mayores fregados: la represi¨®n de Valkyria, el golpe de mano en Hungr¨ªa contra Horthy, la defensa de la l¨ªnea del Oder, la batalla de Berl¨ªn... Ambos sobrevivieron a la contienda y fueron juzgados por traici¨®n. Por cierto, la relaci¨®n de Skorzeny con Irlanda es grande: tras la guerra, compr¨® una finca, Martinstown, en Kildare...
Una coda rom¨¢ntica: en la National Gallery de Dubl¨ªn tienen -se muestra solo con cita previa- la hermos¨ªsima acuarela de Frederic William Burton Encuentro en las escaleras de la torre (1864). Burton, muy influenciado por los prerrafaelistas, aunque no form¨® parte del grupo, pint¨® un episodio de la tr¨¢gica historia de los amantes medievales Hellelil y Hildebrand que se despiden antes de afrontar su destino (¨¦l mata en combate a los siete hermanos varones de su amada y muere de las heridas, ella se quita la vida: un total desastre) sin mirarse a los ojos. La m¨¢s triste y bella despedida amorosa de la historia del arte. Una estampa digna de Dunsany, y de Yeats: "Oh, coraz¨®n, oh, coraz¨®n, si ella solamente hubiese girado la cabeza / habr¨ªas conocido la locura de ser consolado".
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