La estaca en el coraz¨®n
No recuerdo si me lo cont¨® Jon Lee Anderson, o lo he le¨ªdo en alguna de sus cr¨®nicas, pero el caso es que alguna vez entrevistaba en Bucarest al dictador Nicolae Ceausescu y el di¨¢logo llevaba mala fortuna porque aquel hombre desconfiado regateaba las palabras, hasta que al entrevistador se le ocurri¨® hablarle del legendario pr¨ªncipe Vlad, conocido como El Empalador, cruel y feroz con sus semejantes, pero que en la historia de Rumania pasa por un h¨¦roe de la resistencia contra los turcos.
Esta menci¨®n bast¨® para que a Ceausescu se le iluminara el rostro y empezara a extenderse sobre las haza?as patri¨®ticas de Vlad, con lo que quedaba claro que hablaba de s¨ª mismo. Ceausescu era Vlad, o se cre¨ªa Vlad, quer¨ªa encarnarlo.
La reciente exhumaci¨®n de los Ceausescu ha pasado bastante desapercibida
Nicolae Ceausescu se cre¨ªa Vlad El Empalador, quer¨ªa encarnarlo
El conde Dr¨¢cula, el personaje sediento de sangre, dotado de vida eterna y afilados colmillos, creado en su novela de 1897 por Bram Stoker, es un suced¨¢neo del viejo pr¨ªncipe Vlad, el mismo que tras empalar a sus v¨ªctimas recog¨ªa en un cuenco su sangre para remojar el pan que se com¨ªa, y que juzgaba la mejor de las salsas. Dr¨¢cula, tampoco lo olvidemos, significa diablo. Un diablo sediento de sangre humana.
Dr¨¢cula dej¨® hace tiempo las p¨¢ginas de la novela de Stoker, y entr¨® con sus propias alas a volar en el mundo de los vampiros, siendo el vampiro por excelencia, un mundo multiplicado por el cine y que cobra hoy una vigencia posmoderna en la literatura de consumo masivo, d¨ªgalo si no el ¨¦xito de las novelas en serie escritas por Stephenie Meyer, que comienzan con Crep¨²sculo, destinadas al p¨²blico juvenil, y de las que se han vendido 25 millones de ejemplares en 30 lenguas.
Los vampiros duermen en el d¨ªa el sue?o de los muertos y salen de sus sarc¨®fagos al irse la luz del sol para llevar adelante sus correr¨ªas, buscando clavar sus colmillos en el cuello de las doncellas y as¨ª convertirlas, a su vez, en vampiresas. Es lo que hemos visto tantas veces en las pel¨ªculas que recrean las haza?as del conde Dr¨¢cula, desde los tiempos de B¨¦la Lugosi y Boris Karloff, los vampiros m¨¢s veteranos del cine.
Pero regreso a Nicolae Ceausescu, que tanta inspiraci¨®n sacaba del pr¨ªncipe Vlad, alias El conde Dr¨¢cula, porque acaba de ser removido de su sarc¨®fago, junto con su esposa Elena, poco m¨¢s de 20 a?os despu¨¦s de que ambos fueran fusilados tras un juicio sumario el 25 de diciembre de 1989, bajo cargos de genocidio, enriquecimiento il¨ªcito, da?os a la econom¨ªa nacional y toda clase de abusos de poder.
No les cobraron en esa lista la megaloman¨ªa, el desorbitado culto a la personalidad ni los delirios de grandeza, pues las efigies y las estatuas de ambos esta-ban por todo Bucarest y por todas las dem¨¢s ciudades del pa¨ªs, y el Palacio del Pueblo, que hab¨ªan mandado construir en la capital, compet¨ªa por ser el edificio m¨¢s grande del mundo, solo comparable al Pent¨¢gono y, si no el m¨¢s suntuoso, el de peor mal gusto.
En el a?o 1989, el matrimonio Ceausescu se hallaba en la c¨²spide de su poder, despu¨¦s de haber empezado desde muy abajo, ¨¦l electricista y ella obrera textil, lo que no impidi¨® que la universidad le obsequiara el t¨ªtulo de doctora en Ciencias Qu¨ªmicas.
Eran due?os del mando supremo sobre el Ej¨¦rcito, sobre el aparato del Partido Comunista, sobre la burocracia gubernamental, sobre los servicios secretos, los tribunales de justicia, los sindicatos, las fuerzas de choque, las organizaciones juveniles y, en fin, sobre las masas que acud¨ªan a sus manifestaciones. Y due?os del poder, claro est¨¢, de mandar a empalar a cualquiera que no estuviera de acuerdo con el credo de que Ceausescu era el Gran Conductor, armado de un cetro real que ¨¦l mismo se hab¨ªa mandado hacer en oro puro. Ella, Elena, mientras tanto, se hac¨ªa llamar la Madre de la Naci¨®n. Pero es lo que pasa con todos los dictadores, que cuando creen hallarse en la c¨²spide es cuando la polilla se les ha comido el piso sin que se den cuenta.
Esa Navidad de 1989, Nicolae y Elena convocaron una manifestaci¨®n de apoyo a la que concurrieron miles, llevados igual que otras veces en autobuses desde todos los rincones de Rumania, y entre aquella masa vistosa en la que campeaban miles de retratos de la pareja, se hallaban como siempre los j¨®venes aguerridos de las juventudes comunistas que, tambi¨¦n como siempre, ocupaban las filas delanteras. Son los que comenzaron a abuchear a Nicolae y a Elena, que no entend¨ªan lo que pasaba, y lo que pasaba es que prend¨ªa la rebeli¨®n que acabar¨ªa ese mismo d¨ªa con su poder omn¨ªmodo.
Pueden verse esas im¨¢genes en YouTube. Mientras pronuncia su discurso y escucha los abucheos ensordecedores, Ceausescu trata de seguir, pero se interrumpe. No puede creerlo. La masa inmensa se agita en su contra.
Ella, que era mujer de armas tomar, orden¨® que abrieran fuego sobre los manifestantes. No le hicieron caso, y ambos huyeron en un helic¨®ptero, ya el Ej¨¦rcito tambi¨¦n en rebeli¨®n, y luego de ser capturados siendo pr¨®fugos fueron juzgados en juicio m¨¢s que sumario y sentenciados a muerte. Fueron puestos en el pared¨®n de fusilamiento con los abrigos de invierno que llevaban puestos.
Me he acordado de lo que cuenta Jon Lee Anderson en relaci¨®n al entusiasmo que la menci¨®n del pr¨ªncipe Vlad El Empalador despert¨® en Ceausescu cuando aquella entrevista en alguno de los aposentos del infinito Palacio del Pueblo en Bucarest, ahora que Nicolae y Elena han sido exhumados, no porque alguien fuera a clavarles la estaca en el coraz¨®n a fin de que nunca m¨¢s vuelvan a despertar, sino porque sus parientes buscan comprobar si verdaderamente son ellos los que yacen en sus sarc¨®fagos, ya que fueron enterrados en secreto ante el temor de que la gente enardecida profanara sus cad¨¢veres.
Es una exhumaci¨®n que pas¨® bastante desapercibida, pues reson¨® m¨¢s la que el presidente Ch¨¢vez hizo de los huesos del libertador Sim¨®n Bol¨ªvar, cuya calavera alcanz¨® a tener entre sus manos, y pudo interrogarla. Pero esa es otra historia.
Sergio Ram¨ªrez, fue vicepresidente de Nicaragua y es escritor.
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