Contra los creyentes
Tambi¨¦n acerca de la Ilustraci¨®n dieciochesca, ese pronunciamiento cultural antisupersticioso por excelencia, se han fraguado supersticiones. Una de ellas asegura que los grandes ilustrados, cuyo ep¨ªtome es Voltaire, persiguieron a los creyentes. No es cierto o, al menos, no lo es salvo que precisemos bien y de forma contraintuitiva los creyentes a quienes nos referimos. Porque en el sentido m¨¢s acogedor del t¨¦rmino, todos somos creyentes... en el siglo XVIII y hoy en d¨ªa.
Los conocimientos bien fundados fueron y son demasiado escasos para lo que requieren nuestros anhelos de comprender la vida y actuar en la urgencia del momento presente. Como dijo Wittgenstein, incluso cuando tengamos todas las respuestas cient¨ªficas a¨²n no habremos comenzado a responder las preguntas que m¨¢s nos importan. De modo que siempre necesitaremos creer adem¨¢s de saber para poder organizar racionalmente nuestra existencia humana.
Ninguna fe puede convertirse en un eximente para incumplir las leyes civiles
Cuidado con los moralistas que se sienten legitimados para emanciparnos
Esta obviedad parad¨®jica nunca se le escap¨® a Voltaire, Diderot ni al resto de los m¨¢s esclarecidos miembros de la cruzada enciclopedista. Cuando ellos denunciaron y combatieron a los "creyentes", nunca pretendieron acabar con quienes conjeturan m¨¢s all¨¢ de lo que pueden comprobar -ellos mismos lo hac¨ªan constantemente- sino con los que en nombre de su inverificable certidumbre persiguen y coaccionan a quienes viven seg¨²n convicciones diferentes. Porque el creyente peligroso no es quien reivindica su fe como un derecho personal, sino quien pretende convertirla en un deber "para todas y todos", como dicen ahora. Voltaire les caracterizaba con el lema "piensa como yo o muere", todav¨ªa vigente hoy de forma literal en algunas siniestras teocracias aunque en nuestras sociedades democr¨¢ticas haya sido sustituido por una f¨®rmula menos sanguinaria: "Piensa como yo o muere... socialmente".
El laicismo del Estado, que es uno de los pilares -amenazados, ay- de la democracia contempor¨¢nea, no pretende erradicar creencias personales sino a aquellos que intentan prescribirlas o proscribirlas. Es decir, el Estado se mantiene laico para que los ciudadanos puedan serlo o no serlo seg¨²n su criterio.
Y las convicciones de cada cual as¨ª amparadas no se refieren solamente a cuestiones religiosas o metaf¨ªsicas, sino tambi¨¦n a estilos de vida. Son estos ¨²ltimos los m¨¢s dif¨ªciles de soportar para los creyentes actuales, que solo se encuentran a gusto en la unanimidad de comportamiento y est¨¢n dispuestos a exigirla de acuerdo con elevados principios morales... que dejan de serlo, claro, en cuanto se les impone por decreto. La institucionalizaci¨®n democr¨¢tica no debe pretender instaurar el cielo en la tierra -lo ¨®ptimo en dignidad humana, decencia y costumbres edificantes- sino permitir el marco pol¨ªtico en el que, dentro de una regulada convivencia, cada cual pueda ir al cielo o al infierno por el camino que prefiera, seg¨²n postul¨® Voltaire. Lo contrario es volver a los usos teocr¨¢ticos... aunque sea nominalmente para desautorizarlos y prohibirlos.
A diferencia de lo que pretenden los creyentes, el Estado laico no debe entrar en ning¨²n tipo de pol¨¦micas religiosas. Ninguna fe puede convertirse en un eximente para incumplir las leyes civiles, pero tampoco en motivo para penalizar conductas que no se vetan expl¨ªcitamente en los usos profanos. Si un conductor de autob¨²s musulm¨¢n (el caso ha ocurrido en Reino Unido) no permite subir en su veh¨ªculo a un invidente acompa?ado de su perro gu¨ªa, no es cosa de comenzar a discutir si realmente la saliva del animal esimpura o no seg¨²n no s¨¦ qu¨¦ ortodoxia: la ley de ayuda a las minusval¨ªas debe cumplirse y punto.
De igual modo, una joven de la edad legalmente determinada debe poder comprar la p¨ªldora poscoital en la farmacia sin trabas, tenga la persona que regenta el establecimiento la opini¨®n moral que fuere sobre esa transacci¨®n.
Pero tampoco hay derecho a prohibir velos o tocados a nadie porque se les suponga significados religiosos indeseables seg¨²n el creyente persecutorio de turno (algunos muy eruditos, eso s¨ª), cuando no despertar¨ªan recelo si se los justificase en nombre de la moda o de la extravagancia.
La indudable superioridad de las democracias laicas sobre las teocracias es que en las primeras las mujeres pueden ponerse el velo que quieran y en las otras en cambio no se lo pueden quitar. En cuanto a las disquisiciones teol¨®gicas, quedan para los ¨¢mbitos acad¨¦micos y las fiestas de guardar.
Como los creyentes ejercen su santa coacci¨®n en beneficio de las almas de los dem¨¢s, su presa favorita suelen ser las mujeres, cuyas almas tradicionalmente han sido consideradas m¨¢s vulnerables que el esp¨ªritu de los varones.
Sea que se tapen demasiado o que se ofrezcan desnudas al mejor postor, siempre deben ser reprimidas y encauzadas porque solo llegar¨¢n a ser libres cuando se las convenza de lo da?ino que es hacer lo que les d¨¦ la gana.
Antes, cuando la hembra era siempre revival de Eva tentadora, tras cada desvar¨ªo masculino alguien advert¨ªa: ?cherchez la femme!; ahora, como ya solo est¨¢n autorizadas a ser v¨ªctimas, en cuanto se recatan o se descocan demasiado los creyentes claman: ?cherchez l'homme!
Porque se da por hecho que es un hombre siempre el que las desv¨ªa del recto sendero de la raz¨®n y la decencia. Desgraciadamente es muy frecuente que sean varones quienes las intimidan y mangonean, pero entonces ser¨¢ contra esos tiranuelos contra quienes habr¨¢ que actuar sin dejar de reconocer que ellas tienen tambi¨¦n voluntad propia.
?Que no se puede permitir la esclavitud, ni siquiera voluntaria? No hay esclavos ni esclavas felices salvo en la ¨®pera de Arriaga y sin embargo todos nos esclavizamos gustosos de mil maneras por devoci¨®n o por ambici¨®n. Cuidado con los moralistas que sin escuchar nuestra opini¨®n se sienten legitimados para emanciparnos a fuerza de decretos...
A lo largo de su biograf¨ªa, los creyentes a veces mejoran de dogmas y pasan del comunismo a la socialdemocracia o el liberalismo, de la ortodoxia teol¨®gica al cientifismo y la evoluci¨®n, de las adicciones juveniles a la salud p¨²blica, incluso hay ex can¨ªbales que acaban vegetarianos o antitaurinos.
Pero lo que nunca pierden es el celo persecutorio que les asegura el subid¨®n de adrenalina pol¨ªtica. Los dem¨¢s son cavern¨ªcolas oscurantistas, ellos siempre paladines ilustrados inasequibles al desaliento.
Practican lo que Michael Oakeshott llam¨® en un ensayo memorable la "pol¨ªtica de la fe", es decir, tratan de imponer gubernamentalmente la perfecci¨®n social seg¨²n la gu¨ªa de quienes ya vieron la luz de la verdad. O sea, siguen confundiendo pol¨ªtica y religi¨®n... aunque se crean laicos.
Fernando Savater es escritor.
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