Estilizaci¨®n
Lo primero que llama la atenci¨®n en las im¨¢genes del brit¨¢nico Julian Opie (1958) es, sin duda, su extraordinaria pregnancia, la inmediatez de su percepci¨®n, la manera en que logran producir ese "impacto directo" del que habla Ami Barak en la presentaci¨®n de esta muestra. Se trata, por cierto, de un impacto que a primera vista puede resultar enf¨¢ticamente inocuo, m¨¢s bien amable, incluso seductor. A este respecto, se dir¨ªa que Opie ha sabido aprovechar como pocos las viejas lecciones de Benjamin sobre la conversi¨®n de la imagen en proyectil, de la tradicional actitud contemplativa en una especie de vivencia sin huella en un sujeto cada vez m¨¢s impermeable a la profundidad de la experiencia.
Julian Opie
IVAM
Guillem de Castro, 118. Valencia
Hasta el 22 de agosto
Tomando en pr¨¦stamo elementos del pop y de la ilustraci¨®n gr¨¢fica, e incluso de la se?al¨¦ctica de los espacios p¨²blicos (y de la estampa japonesa), y sirvi¨¦ndose adem¨¢s con notable inteligencia de las nuevas tecnolog¨ªas digitales (dibujo por ordenador, paneles LED), Opie construye sus im¨¢genes apoy¨¢ndose en un proceso de reducci¨®n de los referentes a unos trazos m¨ªnimos, n¨ªtidos, gruesos, de los que surge una figura tan esquem¨¢tica y de tan inconfundible autor¨ªa, que vuelve a poner en juego -tal vez para esc¨¢ndalo de algunos- el olvidado concepto de estilizaci¨®n como pieza fundamental de la pr¨¢ctica art¨ªstica. Es as¨ª como sus incontables retratos de rostros ("todo el mundo tiene un rostro magn¨ªfico", afirma Opie con singular benevolencia) o sus figuras enteras (y eso hasta cuando las correspondientes cabezas se presentan como meros c¨ªrculos siempre iguales) responden tanto a unos rasgos presuntamente individuales, extra¨ªdos de personajes bien identificados, m¨¢s o menos pr¨®ximos al artista, ya sean reales o imaginarios, como a un potente y abstracto estereotipo.
Ahora bien, un estereotipo, un patr¨®n eventualmente trivial, una plantilla a manera de estarcido, un "poncif", era lo que Baudelaire dijo que se propon¨ªa crear en su momento, como tambi¨¦n lo subrayaba Benjamin. Y esto mismo es lo que tienden a evocar esas caras a la vez tan iguales y tan distintas (incluso cuando de pronto parpadean), o todos esos caminantes aparentemente incansables que andan sur place a un ritmo constante, pero cada uno a su modo; o esos esmerados estudios de danzantes, y m¨¢s a¨²n esa extra?a serie de siluetas negras que dispone Opie en las cristaleras de los edificios, como ahora en las del IVAM.
En su conjunto, desde luego, la obra de Opie cuenta con ese punto de ambig¨¹edad necesario para no dejar al espectador del todo tranquilo. Por un lado, se esfuerza en ofrecer unos signos clamorosamente transparentes y legibles; por otro, no para de evidenciar la indeterminaci¨®n o la insustancialidad de sus concretos significados. De hecho, es dudoso que sus im¨¢genes tengan mucho que ver con la "desconstrucci¨®n ingeniosa de la imagen del otro", como sostiene el citado Ami Barak. Aunque s¨ª es posible que puedan ser interpretadas como alegor¨ªas. Pero se tratar¨ªa entonces de alegor¨ªas que no remiten a nada en particular, sino m¨¢s bien a la problem¨¢tica situaci¨®n hist¨®rica de imagen misma, en general, como perdurable soporte de alg¨²n significado y, en el l¨ªmite, en donde se mueve Opie con patente maestr¨ªa, como el inquietante espacio de su ausencia.
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