Lecturas en corto y ruido en la Red
En esta ¨¦poca de prolongaci¨®n de la longevidad, cuanto m¨¢s largas se hacen las vidas humanas, m¨¢s cortas resultan las lecturas que permiten guiar el flujo vital. La demanda de mercado lo demuestra bien, pues solo se venden microrrelatos, ensayos breves o novelas que parecen largas, pero que se leen como se escriben: de un solo plumazo. Y en la Red no digamos, pues donde est¨¦n los post de los blogueros que se quiten los art¨ªculos sesudos (como presume de ser este). Es la moda impuesta a la manada por las redes gregarias como Twitter, que requiere textos de forzada brevedad (longitud m¨¢xima de 140 caracteres). Algo que este mismo peri¨®dico acaba de emular con su ¨²ltimo lanzamiento digital, el microblogging 'Eskup'. Y lo mismo ocurre con la prensa, donde ya casi nadie lee las apretadas columnas de los art¨ªculos, content¨¢ndose con los titulares a modo de r¨¢pido resumen. Para lo cual no hace falta leer el peri¨®dico de papel, pues puede hacerse en sus p¨¢ginas digitales en la Red, donde para retener o al menos captar la atenci¨®n del lector hay que cambiar los titulares de prensa cada poco rato.
Las viejas novelas buscaban un sentido a la realidad; los microrrelatos se quedan en nada
La prensa se ha convertido en un miope instrumento de los especuladores de corta distancia
Curiosa inversi¨®n de las relaciones entre lectura y realidad. Cuando la vida era corta, necesitada e incierta, como ocurr¨ªa antes del Estado de bienestar, solo las lecturas largas, constantes y duraderas permit¨ªan domesticarla y controlarla a voluntad, someti¨¦ndola a reglas programadas previsibles de antemano. De eso se encargaba la pr¨¢ctica de la lectura, que adiestraba a los sujetos en el esp¨ªritu letrado tras hacerles incorporar el h¨¢bito lector.
Pero tras el advenimiento de la sociedad posindustrial, la lectura de la vida ha invertido su signo. Hoy los sujetos est¨¢n duraderamente asegurados por su familia o por el Estado, y la pr¨¢ctica de la lectura ha dejado de ser una inversi¨®n productiva (un h¨¢bito rentable) para convertirse en un consumo gratuito entre otros (v¨¦ase la m¨²sica y el cine en la Red): un pasatiempo tan f¨²til y banal como hacer crucigramas o sudokus, esas ociosas microescrituras. Lo cual ejerce imprevistas consecuencias sobre la realidad.
Cuando la principal gu¨ªa de acci¨®n eran las lecturas largas de los relatos lineales, la vida se programaba en forma de flecha del tiempo. Justo como si estuviera disparada por un arquero, la figura arquet¨ªpica que serv¨ªa de ex libris a Ortega y Gasset. Pues eso era lo que suger¨ªa la pr¨¢ctica de leer: disparar una flecha hacia el futuro, emprender una carrera hacia la meta, adoptar una estrategia en pos de objetivos ¨²ltimos, iniciar un sendero de sentido ascendente hacia el porvenir.
De ah¨ª que la inspiraci¨®n extra¨ªda de las lecturas largas per-mitiera reconstruir la propia vida en forma de relato programado a largo plazo en busca de su mejor desenlace como destino ¨²ltimo. Y el mejor ejemplo fue la novela de formaci¨®n (bildungsroman), como el Wilhelm Meister de Goethe.
Mientras que con las lecturas cortas de hoy en d¨ªa, entrecruzadas como microrrelatos en la Red, ya no sucede as¨ª. En lugar de tener forma de flecha del tiempo, el formato de la lectura corta es circular o c¨ªclico, como el de una ruleta, una noria o un tiovivo. Aqu¨ª resulta obligado citar a Stephen Jay Gould, el gran neoevolucionista hace poco desaparecido, autor de un libro certero, La flecha del tiempo (Alianza, 1992), en el que contrapon¨ªa dos estructuras de la temporalidad cient¨ªfica: la lineal, en forma de flecha o vector, y la c¨ªclica, simbolizada por la rueda del tiempo. Pues bien, las lecturas cortas de hoy en d¨ªa, privadas como est¨¢n de linealidad causal, se suceden al azar arracim¨¢ndose en conglomerados gregarios sin m¨¢s orden y concierto que el derivado de la promiscua casualidad. ?D¨®nde va Vicente?: donde va la gente. Es la rueda de la fortuna, donde la atenci¨®n lectora discurre al azar movida por las fluctuantes corrientes de la audiencia medi¨¢tica, trazando as¨ª una trayectoria tan incierta y aleatoria como el corcho que flota a la deriva.
Y esa metamorfosis del formato lector ejerce sus funestos efectos tanto a escala macro como a escala micro. Este ¨²ltimo nivel de las interacciones personales es el m¨¢s comentado y evidente (yo mismo he aludido a ¨¦l en otras ocasiones an¨¢logas a esta), por lo que casi no hace falta recordar lo obvio. Por decirlo a la manera de Richard Sennett, la pr¨¢ctica de la lectura corta es causa y efecto de la corrosi¨®n del car¨¢cter (Anagrama, 2000). Si la lectura larga ense?aba a comprometerse duraderamente tanto con los dem¨¢s (parejas, amigos o compa?eros) como con uno mismo (conducci¨®n met¨®dica de la propia vida), la lectura corta solo adiestra en la veleidosa pr¨¢ctica del nomadismo inconstante, quiz¨¢s aventurero y promiscuo, pero potencialmente tr¨¢nsfuga y desertor. Y ello debido a que las lecturas cortas dejan de ser eslabones de una cadena vinculante (o escalones de ascenso y descenso a cielos e infiernos) para convertirse en medios autosuficientes (fines gratificantes en s¨ª mismos) pero tambi¨¦n intrascendentes, ya que no ejercen consecuencias significativas ni conducen a ning¨²n sitio. De ah¨ª su car¨¢cter recurrente y adictivo, condenados como est¨¢n al eterno retorno de lo mismo.
Pero si las lecturas cortas encierran a las vidas privadas en el dudoso para¨ªso artificial de la versatilidad irrelevante, algo bastante peor sucede a escala macro con la vida p¨²blica. Pues le¨ªda en corto en la Red, la esfera p¨²blica queda reducida (como en Macbeth) a un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que carece de significado. Lo hemos le¨ªdo en estos dos a?os que llevamos de gran recesi¨®n, pues la crisis del cr¨¦dito ayer privado y hoy p¨²blico ha estado sometida a la doble tiran¨ªa de la especulaci¨®n financiera que apostaba en corto a la baja y de la lectura medi¨¢tica que apostaba en corto por la ruina. Una com¨²n cortedad de vista que se ha propagado por pura miop¨ªa como una doble epidemia de desconfianza acreedora en los mercados financieros y de alarmismo catastrofista en los mercados informativos.
La especulaci¨®n en corto puede esperarse de los mercados porque est¨¢ en su naturaleza predadora y oportunista, dado el car¨¢cter de alacr¨¢n que precisa forjarse el especulador que aspira a medrar en las ruletas del capitalismo de casino. Pero no ocurre lo mismo con los medios de comunicaci¨®n, que est¨¢n obligados a leer a la larga la realidad social con mayor distancia cr¨ªtica, apostando por acertar en el futuro con sus flechas informativas. Y mucho menos con los Gobiernos, que tambi¨¦n est¨¢n obligados a leer la realidad con mayor amplitud de miras que los mercados o los medios, tratando de programar el futuro de la sociedad a su cargo. Pero no ha ocurrido as¨ª.
Por el contrario, la prensa se ha convertido en un miope instrumento de los especuladores en corto. Y los mismos Gobiernos que un d¨ªa hicieron de la crisis una lectura keynesiana a largo plazo no han tenido inconveniente ni escr¨²pulos en cambiarla al a?o siguiente por una neoliberal lectura en corto. El resultado ha sido que los acontecimientos fluyen a borbotones dislocados por turbulencias contradictorias, sin que nadie sepa interpretarlos proponiendo un relato estructurado con sentido significativo.
Y en ausencia de ese relato largo se imponen las microlecturas reactivas, como acto reflejo ante la vor¨¢gine de la urgencia medi¨¢tica. Enfrentados a cada instante en la Red, periodistas y gobernantes se dejan llevar de la mano por las lecturas en corto que hacen los especuladores en los mercados y los analistas financieros en los blogs de la prensa color salm¨®n.
En consecuencia, pugnando todos entre s¨ª por ver qui¨¦n extrae a corto plazo mayor rentabilidad especulativa, period¨ªstica y electoral, unos y otros renuncian a proporcionar un relato lineal con perspectiva de futuro y sentido de la realidad, dejando por defecto que en la Red se construya por agregaci¨®n de microrrelatos un cuento coral de terror carente de significado: una cacof¨®nica historia de zombis iletrados que est¨¢ causando la ruina colectiva de la comunidad civil.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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