El cielo atrapado en una c¨²pula
Ciudades de ensue?o en medio del desierto de Uzbekist¨¢n. Suntuosos minaretes, madrazas y palacios azulados deslumbran a lo largo de la Ruta de la Seda en un viaje por los dominios del gran Tamerl¨¢n
Son tres: Khiva, la que embruja; Bujara, la que fascina, y Samarcanda, la que asombra. Tres joyas que jalonaban anta?o el recorrido de esta m¨ªtica Ruta de la Seda que, en la antig¨¹edad, atravesaba Asia desde Xian, en China, hasta Estambul y Roma. Tres joyas que han quedado como unas de las herencias m¨¢s suntuosas de la historia de la arquitectura isl¨¢mica. Estamos en el coraz¨®n de Asia Central, en la rep¨²blica ex sovi¨¦tica de Uzbekist¨¢n, independiente desde 1991. Las calles son un crisol de razas y etnias donde conviven uzbecos, tayikos, kirguises, turcomanos o rusos, y donde se adivinan en los rostros los or¨ªgenes m¨¢s diversos, de mongol a chino o de turco a eslavo.
01 KHIVA
Empecemos por Khiva, la ciudad fundada, seg¨²n la leyenda, por Sem, uno de los hijos de No¨¦. Es la m¨¢s lejana (m¨¢s de mil kil¨®metros) de la capital uzbeca, Tashkent, y la m¨¢s aislada, hecha un ovillo en medio de un inh¨®spito desierto. Tambi¨¦n es la m¨¢s rec¨®ndita: est¨¢ escondida tras un doble cintur¨®n de murallas que el clima ¨¢rido ha ayudado a conservar perfectamente, y que protegen la itchan kala, la ciudad antigua. Al cruzarlas se realiza un salto repentino de siete u ocho siglos atr¨¢s: en este laberinto de callejuelas sinuosas donde los coches est¨¢n felizmente prohibidos hay que pasear al azar dej¨¢ndose guiar por las siluetas de las torres y de los minaretes que florecen por doquier.
Gu¨ªa
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Al entrar en el recinto ya surge la mayor de las madrazas (escuelas cor¨¢nicas), la de Mohamed Amin Khan, con una imagen que se va a repetir hasta m¨¢s no poder durante este periplo uzbeco: la de un suntuoso p¨®rtico de azulejos componiendo un camafeo azulado. Y, al lado, el emblema de Khiva: el enorme cilindro abigarrado, dominado por el color jade, de la torre Kalta Minor. Destinada a ser la m¨¢s alta de la regi¨®n, no pas¨® finalmente de los 26 metros: su construcci¨®n fue interrumpida con la muerte, en 1855, de su impulsor, Mohamed Amin Khan, que tuvo, sin embargo, tiempo antes de su fallecimiento de tirar desde la cumbre a su arquitecto, del que sospechaba de haberse comprometido a emprender otra m¨¢s alta en Bujara.
Hay que subir a una de las torres de la ciudad para contemplar el d¨¦dalo de techos ocres que configuran un panorama erizado de minaretes, donde cada calle parece tener su madraza y/o su mezquita. Tambi¨¦n hay que ver el mausoleo, suntuosamente decorado, del personaje m¨¢s pintoresco y m¨¢s venerado de Khiva, el patr¨®n de la ciudad: Pahlavan Mahmud, que a?ad¨ªa las virtudes del cuerpo a las del esp¨ªritu, ya que era a la vez, en pleno siglo XIV, poeta, erudito, h¨¢bil peletero... y atleta, un especialista en lucha libre con una fuerza herc¨²lea. Se le atribuye adem¨¢s el don de la fertilidad: las parejas est¨¦riles vienen aqu¨ª en romer¨ªa a pedir descendencia.
Al anochecer, cuando los (pocos) turistas se han replegado hacia sus hoteles, y cuando los vendedores de objetos t¨ªpicos han cerrado sus peque?as tiendecitas, el embrujo le invade a uno: el visitante que deambula por las callejuelas de Khiva tiene la sensaci¨®n de que en cualquier momento va a surgir de una esquina una de estas caravanas de camellos venidas de la lejana China que tra¨ªan la preciada seda, y con ella la riqueza a lo largo de todo su interminable recorrido.
02 BUJARA
Dejemos atr¨¢s estos espejismos del pasado y emprendamos camino hacia el este: 470 kil¨®metros de desierto ¨¢rido nos llevan a Bujara. Detr¨¢s de su aspecto de ciudad apacible de provincias, donde pasean sin prisa, en medio de las tiendas de alfombras, parejas de hombres cubiertos del gorro uzbeco y de mujeres con el vestido largo y multicolor, se esconde una impresionante riqueza monumental. Mezquitas y madrazas, que rivalizan en riqueza con sus azulejos azulados, est¨¢n esparcidas por todo el casco viejo. El visitante no sabe por d¨®nde empezar: por ejemplo, por la marcial fortaleza Ark, del siglo VII, con sus suntuosas salas del trono y de recepci¨®n con las que el emir de la ciudad quer¨ªa dejar constancia de su poder y de su opulencia. O por el monumento m¨¢s venerado, y m¨¢s antiguo, de la ciudad: un cubo de ladrillos con una brillante decoraci¨®n interior, edificado hace m¨¢s de un milenio, en el siglo X, y donde est¨¢ enterrado Ismail Samani, el emir que, tras renunciar al zoroastrismo para convertirse al islam, hizo de Bujara uno de los grandes centros religiosos y culturales de la religi¨®n musulmana.
Al pasear por la ciudad es imposible no divisar desde lejos otro de sus monumentos emblem¨¢ticos: el enorme minarete Kalon, que el emir de Bujara mand¨® construir en el siglo XII con la idea de que fuera (?una obsesi¨®n, aparentemente, por estas tierras!) el m¨¢s alto de la regi¨®n: este "venablo clavado en el suelo", como lo llamaba un cronista de la ¨¦poca, alcanza los 47 metros con sus 10 anillos superpuestos de ladrillos ocres. Tan impresionante aparec¨ªa que, seg¨²n la leyenda, fue uno de los pocos monumentos que Genghis Khan, sinceramente admirado por su majestuosidad, decidi¨® salvar de su af¨¢n destructivo planetario. El dirigente mongol no tuvo, sin embargo, la misma consideraci¨®n con la vecina mezquita Kalon, en la que entr¨® a caballo antes de instalar all¨ª los pesebres para las monturas de sus tropas. Felizmente reconstruida cinco siglos despu¨¦s, es hoy una de las m¨¢s amplias (puede acoger hasta 12.000 personas) y m¨¢s bellas del pa¨ªs. Uno no se cansa de deambular por su patio contemplando sus p¨®rticos adornados de azulejos y, a lo lejos, la silueta de las c¨²pulas azuladas anunciando otras joyas.
Bujara es tambi¨¦n la ciudad de los estanques. Nada m¨¢s agradable al atardecer, cuando empieza a remitir el calor abrasador propio de este clima continental extremo, que sentarse en una de las terrazas que los rodean para regalarse una generosa jarra de Sarbast, la omnipresente cerveza local, en medio de las parejas que ligan discretamente o de los grupos de rusos (muchos se quedaron tras la independencia uzbeca) que le dan generosamente al vodka: que sea en materia de relaciones entre los sexos o de alcohol, el islam uzbeco, diluido tras varios decenios de comunismo, no tiene nada de estricto. Se trata as¨ª de recomponer fuerzas antes de seguir camino hacia el este para recorrer los 300 kil¨®metros que nos llevan, a trav¨¦s de un paisaje cada vez m¨¢s verde, hacia Samarcanda.
03 SHAKHRISABZ
Poco antes de la m¨ªtica ciudad, parada obligada en Shakhrisabz para rendir homenaje al m¨¢s famoso de los hijos de este peque?o pueblo donde vienen a casarse muchos uzbecos: Tamerl¨¢n. Aunque supuestamente de origen mongol (el tema, sin embargo, da lugar a controversias), Timur, como lo llaman los lugare?os, naci¨® efectivamente aqu¨ª en 1336. Ayer todav¨ªa satanizado por los libros de texto sovi¨¦ticos, hoy est¨¢ siendo rehabilitado como el m¨¢s ilustre de los uzbecos, el que les llev¨® a dominar un gigantesco imperio que se extend¨ªa de Delhi a Estambul y de Mosc¨² a Bagdad. Un hombre, subrayan hoy los historiadores del lugar, que, m¨¢s all¨¢ de la leyenda negra de su crueldad, hizo de Samarcanda un gran centro de resplandor cultural, propio de un hombre que, aunque analfabeto, hablaba sin dificultad el turco, el ¨¢rabe y el farsi, y sosten¨ªa brillantemente debates sobre medicina y astronom¨ªa. Tamerl¨¢n reivindicado...
En medio de Shakhrisabz y frente al mayor espacio verde de la ciudad, el parque de la Victoria, dos enormes torres en ruinas, ¨²nicos vestigios que subsisten del gigantesco palacio de su ciudad de origen, dan idea del tama?o del conjunto. En una de ellas se puede leer todav¨ªa una inscripci¨®n tan desafiante como significativa: "Que el que dude de nuestro poder y de nuestra magnificencia contemple nuestras construcciones".
04 SAMARCANDA
Una vez rendido el debido tributo al m¨¢s famoso personaje de la historia uzbeca, la ¨²ltima etapa nos conduce a la ciudad a cuyo auge ¨¦l contribuy¨® de manera decisiva: Samarcanda est¨¢ ya solo a un centenar de kil¨®metros. Y qu¨¦ mejor manera de sumergirse de entrada en esta m¨ªtica perla de Oriente que empezar por su coraz¨®n: la plaza del Reghistan. Por m¨¢s que, en esta era de Internet, el visitante haya podido ver m¨²ltiples veces antes de su viaje reproducciones gr¨¢ficas del sitio, el impacto es total: la visi¨®n de lo que constituye tal vez el m¨¢s grandioso y suntuoso conjunto arquitect¨®nico que el islam haya dado al mundo es sobrecogedora. Cercando desde tres de sus lados la gran plaza, tres imponentes madrazas rivalizan, como en un esplendoroso desaf¨ªo, en suntuosidad. Aunque muy disputada, la palma de la belleza se la embolsa posiblemente la madraza Chir Dor, es decir, "la que lleva leones". Y es que los animales que incluye su brillante decoraci¨®n, obra de arquitectos persas (y por tanto, chi¨ªes), rompen de manera espectacular con el tab¨² del islam sun¨ª que proh¨ªbe la representaci¨®n de seres vivos.
Unos pocos turistas, uzbecos o de las rep¨²blicas vecinas en su mayor parte, contemplan embelesados este sitio m¨ªtico que fue anta?o sede de las ejecuciones p¨²blicas y hoy de m¨¢s pac¨ªficas manifestaciones populares. La plaza del Reghistan, en la versi¨®n finalmente heredada de los siglos tras muchas destrucciones, es obra del personaje m¨¢s importante de la historia uzbeca tras Tamerl¨¢n: su propio nieto, Ulugh Beg. Aunque siguiera a su abuelo en sus campa?as militares, Ulugh Beg fue, antes que nada, un erudito que hizo de Samarcanda un famoso centro cultural: versado en matem¨¢ticas, en historia, en medicina, en poes¨ªa, su verdadera pasi¨®n era la astronom¨ªa, y calcul¨® con una precisi¨®n asombrosa los ciclos de muchas estrellas. Todav¨ªa se puede visitar el observatorio que construy¨® en un cerro cerca de la ciudad.
Pero Samarcanda tiene m¨¢s joyas que ofrecer. Como la mayor mezquita de Uzbekist¨¢n, la de Bibi Khanum, de unas dimensiones y una suntuosidad tales que, como lo describ¨ªa un cronista de la corte de la ¨¦poca, "el cielo es una copia de su c¨²pula". Bibi Khanum, la esposa preferida de Tamerl¨¢n, encarg¨® la obra durante una de las m¨²ltiples campa?as guerreras de su esposo, con la esperanza de que fuera terminada antes de su vuelta. El arquitecto jefe, aparentemente sensible a sus encantos, exigi¨® de ella un beso para terminar la obra a tiempo. Pero el belicoso esposo, que no era precisamente un modelo de tolerancia en materia de hombr¨ªa, se enter¨® y los tir¨® a ambos del alto de las torres de la mezquita. La leyenda quiere, sin embargo, que a ella le salieran unas alas que le permitieron huir hacia La Meca.
La ciudad es tambi¨¦n rica en mausoleos, empezando por el del mismo Tamerl¨¢n, el Gur Emir: su p¨®rtico de entrada majestuoso, coronado por una enorme c¨²pula estriada por 64 nervaduras donde dominan el amarillo y el verde, contrasta con la casi desnudez del patio interior, que da entrada a las tumbas del m¨¢s famoso de los hijos de Uzbekist¨¢n y de varios de sus familiares. Pero el lugar m¨¢s sagrado de la ciudad es sin duda el espectacular mausoleo Chah-i-Zinda, una impresionante hilera de palacios azulados donde est¨¢n enterradas las mujeres de las familias reales que se sucedieron en el poder. La construcci¨®n se hizo por estratos cronol¨®gicos sucesivos: a cada cual m¨¢s decoradas, las tumbas m¨¢s antiguas datan del siglo XIV; las ¨²ltimas, del XX. Una continuidad que recuerda que si algo ha caracterizado de manera invariable la arquitectura uzbeca a trav¨¦s de los tiempos, es, sin duda, su culto al esplendor.
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