Turismo literario
Los escritores sentimos cierta curiosidad por las vidas de otros escritores, supongo que es natural que as¨ª sea. Un oficio, y sobre todo un oficio elegido, uno que no se cambiar¨ªa por otro , ni se abandonar¨ªa por un golpe de fortuna, termina por ser m¨¢s que una forma de ganarse el pan y se convierte en la parte del le¨®n de la existencia. Conozco escritores que llevan esta curiosidad hasta extremos delirantes, pero son los menos, la mayor¨ªa, creo, nos limitamos a visitar ciertas tumbas y ciertas casas en ciertas ciudades o pueblos donde moraron en su d¨ªa ciertos escritores. Cada uno de nosotros maneja su propio santoral, por m¨¢s que muchos santos coincidan, al fin y al cabo, no hay m¨¢s que un Proust, por poner un ejemplo evidente de uno de esos autores que resulta casi imposible no compartir con cualquiera que alguna vez se haya sentado seriamente delante de una m¨¢quina de escribir. De todos esos santos, los escritores admirados, se va haciendo algo parecido a una fe, una gu¨ªa personal de conducta en la escritura, que con frecuencia supone m¨¢s una aspiraci¨®n imprecisa que un reflejo. Ninguno de entre nosotros, mas all¨¢ del rango de nuestros m¨¦ritos, pretende ser otro escritor sino ¨¦ste, uno que lleve su propio nombre con m¨¢s lustre, aquel que considera posible llegar a ser, y sin embargo me resulta dif¨ªcil, por no decir imposible, no detenerme al menos un instante delante de la tumba de Kafka, no tomarme al menos un daiquiri a la salud de Hemingway en el Floridita de la Habana, no acercarme a la barra del White Horse donde Dylan Thomas tom¨® su ¨²ltima copa en Manhattan o no acercarme de puntillas al nido de amor escondido de Ezra Pound frente a la Giudecca en Venecia. No soy de los que planean sus vacaciones con un mapa de visitas literarias, pero de una manera no premeditada siempre acabo por tomar ese peque?o desv¨ªo que casualmente pasa por delante de aquellos lugares donde algunos escritores vivieron, o murieron, o por esos otros, los mares del sur o Transilvania, que, en ocasiones sin siquiera conocerlos, imaginaron. Lo m¨¢s curioso es que una vez all¨ª, en ese bar, ese cementerio o esa casa, uno no sabe muy bien qu¨¦ hacer ni a qu¨¦ ha venido exactamente. Imagino que algo parecido deben de sentir quienes visitan el estadio de su equipo favorito el d¨ªa que no hay partido. Se obliga uno a sentir algo, pero lo cierto es que all¨ª ya no sucede nada, y por tanto nada nos acerca a aquello que admiramos. Frente a la casa en la que vivi¨® la Dur¨¢s su infancia en Vietnam, o en el jard¨ªn por el que pase¨® Lope de Vega en Madrid, tengo la desasosegante sensaci¨®n de que mi presencia no a?ade nada, con el daiquiri de Hemingway en la mano, y una vez pasada la infantil excitaci¨®n del primer sorbo, me siento un completo imb¨¦cil, y merodeando alrededor del nido de amor de Pound no puedo evitar considerarme por un instante un mir¨®n impertinente. Es de suponer que aquellos que pagan fortunas en las subastas por un vestido de Marilyn Monroe, por el sombrero blanco que Hank Williams perdi¨® al morir, o peor a¨²n, por la tarjeta caducada que se dej¨® Keith Richards en un restaurante, comprenden esta sensaci¨®n de grotesco vac¨ªo. Admirar no nos acerca en absoluto al objeto de nuestra admiraci¨®n, de la misma manera que por mucho que uno pegue la nariz a los cristales de la pasteler¨ªa no se aproxima en realidad ni un mil¨ªmetro a la tarta de chocolate.
"Una vez all¨ª, en ese bar, cementerio o casa, uno no sabe muy bien qu¨¦ hacer"
No se c¨®mo ser¨¢ para otros colegas, pero en mi caso, el turismo literario, por m¨¢s que quiera imaginarlo accidental, resulta siempre una experiencia agridulce. Soy consciente de que la escritura sucede en lugar diferente de aquel donde habit¨® este escritor o aquella escritora, pero me cuesta no detenerme delante de esas placas reales o imaginarias que dicen "Aqu¨ª vivi¨®...".
Ignoro si alg¨²n d¨ªa abandonar¨¦ esta mala costumbre de asomarme por las ventanas de los dem¨¢s, de poner flores que nadie ha pedido sobre las tumbas, de beberme las copas de los muertos, puede que s¨ª, pero si no lo consigo espero al menos que aquellos fantasmas que ya han sido molestados y esos otros a los que molestar¨¦ sin duda el pr¨®ximo verano acepten estas l¨ªneas a modo de disculpa.
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