Matt Bellamy, el nuevo mes¨ªas
Muse y el island¨¦s J¨®nsi maravillan en el concierto central del Xacobeo
?C¨®mo reconducir de la aton¨ªa a la euforia a una multitud de 25.000 almas en poco m¨¢s de ocho minutos? Matthew Bellamy, el cantante, guitarrista y sumo sacerdote de Muse, dispone de la soluci¨®n. Sumin¨ªstrense de forma encadenada un par de pepinazos como Uprising y Supermassive black hole y ya ver¨¢n c¨®mo ni el m¨¢s pusil¨¢nime del lugar resiste con el culo pegado al grader¨ªo. Ni crisis, ni el final del verano, ni un mal dolor de muelas, ni farrapos de gaita: estos chicos brit¨¢nicos se confirmaron en la madrugada del s¨¢bado compostelano como los m¨¢s eficaces (e implacables) agitadores de masas que han pisado suelo peninsular desde que Bono y su cuadrilla irlandesa se doctoraran, 23 a?os atr¨¢s, en el Santiago Bernab¨¦u.
Pet Shop Boys es una m¨¢quina de ¨¦xitos de pop bailable y elegante
Nadie en el mundo canta como J¨®nsi, con sobrecogedores maullidos de gato
Hab¨ªa much¨ªsima expectaci¨®n en el Monte do Gozo por ver de qu¨¦ era capaz el tr¨ªo de Devon (al teclista que les respalda en directo no le conceden ni un triste foco) en el Xacobeo 10, la principal cita musical del a?o santo. Y s¨ª, los hechos parecen indicar que Bellamy es casi infalible. Aunque no dirige la palabra al p¨²blico en toda la noche, enardece al personal como un perfecto embaucador. Al tipo le encanta haberse conocido, claro, pero esa es una condici¨®n indispensable para mantener en vilo a la muchedumbre.
Hubo en la velada santiaguesa un momento que lo resume todo. Muse le hinc¨® el diente a la bomb¨¢stica United states of Eurasia, su particular actualizaci¨®n de Bohemian rhapsody, y el auditorio al completo alz¨® los pu?os al cielo como cuando hab¨ªa que hacer a?icos el muro de Pink Floyd. Ah¨ª radica el m¨¦rito de estos treinta?eros seriotes y lac¨®nicos: todas sus referencias estil¨ªsticas son de acreditada eficacia para la excitaci¨®n colectiva. Sumen la afectaci¨®n de Queen, el rugido rocoso de Led Zeppelin, la sofisticaci¨®n electr¨®nica de Depeche Mode, la doctrinilla populista de U2 y el ramalazo cultureta de Radiohead: el resultado es Matthew Bellamy, el nuevo mes¨ªas de los estadios.
Las camisetas de Muse, a 25 euros la pieza, se han convertido en la pieza m¨¢s codiciada del merchandising moderno. Pero como en todo culto, siempre surgen disidentes. Es el caso de J¨®nsi Birgisson, el cantante de Sigur R¨®s, que un par de horas antes de subir a escena se confesaba algo estupefacto con el predicamento que han alcanzado los ingleses. "A m¨ª me parecen mucho m¨¢s molones y divertidos los Pet Shop Boys, la verdad", admit¨ªa. J¨®nsi se bas¨® en su primer disco en solitario, Go, para ofrecer un concierto bell¨ªsimo a todo el que quiso escucharlo. Para quienes solo buscaban alborozo guitarrero, el universo de este peculiar¨ªsimo cham¨¢n island¨¦s, aparentemente nacido en alg¨²n bosquecillo encantado, result¨® una perfecta marcianada.
Nadie en el mundo canta como J¨®nsi, emitiendo esos sobrecogedores maullidos de gato escaldado. "?Un gato? Un amigo dice que m¨¢s bien parezco una ballena atormentada", corrige ¨¦l con sonrisa guasona. En escena luce sombrero plum¨ªfero y una camisa con hebras de colores, como un perfecto hechicero c¨®smico. Su novio, el diminuto Alex Somers, juguetea mientras tanto con unos pianitos minimalistas, promueve una maravillosa tormenta de vibr¨¢fonos y luce traje rojo de duende. El bater¨ªa, tocado con una diadema negra en forma de corona principesca, corrobora la sensaci¨®n de que nos hemos colado en una primorosa org¨ªa tribal.
Pocas fuerzas quedaron ya para Pet Shop Boys, programados demasiado tarde y con el p¨²blico en desbandada. Neil Tennant es un perfecto gentleman ir¨®nico y una m¨¢quina escupiendo ¨¦xitos de pop bailable y elegante, pero las fuerzas escaseaban tras tanto derroche de adrenalina.
A ello contribuy¨® que alg¨²n genio de la organizaci¨®n decidi¨® prohibir las bolsas de comida, acaso temiendo que las rodajas de salchich¨®n o las matutano atentaran contra el orden p¨²blico. Contemplar en la entrada esas enormes monta?as de fruta y bocatas condenados a la basura constitu¨ªa un bochorno de dif¨ªcil encaje en el contexto jubilar. El rock no siempre resulta pecaminoso; tirar comida, sin duda, s¨ª.
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