Redescubrir la escultura espa?ola de vanguardia

A pesar de las aportaciones cruciales de los artistas espa?oles para el desarrollo de la escultura vanguardista del XX, es ¨¦sta una historia que no ha suscitado la atenci¨®n que merece, ni en lo que se refiere a publicaciones ni en el terreno exhibitivo. Ha habido, desde luego, honrosas excepciones, que cobran una mayor importancia dram¨¢tica cuando el objeto de estudio y de exhibici¨®n se ha centrado en el estudio de la escultura espa?ola del primer tercio de la citada centuria, precisamente el de la muestra que ahora comentamos, que ha contado con el comisariado de Carmen Fern¨¢ndez Aparicio, responsable de las colecciones de esculturas e instalaciones del MNCARS, la cual ha escrito para el cat¨¢logo de la misma un enjundioso ensayo, al que hay que sumar los complementarios textos de otras dos autorizadas especialistas en el tema: Adelina Moya y Josefina Alix, y un riqu¨ªsimo ap¨¦ndice documental con testimonios al respecto de Jorge Oteiza. Por lo dem¨¢s, para dar una informaci¨®n del alcance y ambici¨®n de esta exposici¨®n, hay que se?alar que re¨²ne obras de los 23 escultores espa?oles m¨¢s significativos del momento hist¨®rico y de los problemas rese?ados en esta convocatoria.

La tesis de esta exposici¨®n tiene un dise?o conceptual y cronol¨®gico muy claro, que pauta el proceso de modernizaci¨®n de la escultura espa?ola. Las claves conceptuales est¨¢n formuladas expl¨ªcitamente en los tres t¨¦rminos del t¨ªtulo de la muestra: forma, signo y realidad, mientras que la secuencia cronol¨®gica est¨¢, por su parte, segmentada en tres momentos: el del alargado fin del siglo XIX, la d¨¦cada de 1920 y la de 1930. De esta manera, el punto de arranque recoge las primeras tentativas de los escultores espa?oles para responder al desaf¨ªo de Gauguin y Rodin, pero tambi¨¦n el consiguiente renacimiento del clasicismo, abri¨¦ndose a continuaci¨®n el muestrario de la compleja y variada miscel¨¢nea de interpretaciones de orientaciones surrealistas y realistas. Por ¨²ltimo, se revisa asimismo la experimentaci¨®n de la escultura en hierro soldado, que, entre fines de los a?os veinte y durante los treinta, llevaron a cabo Pablo Picasso y Julio Gonz¨¢lez, que liquid¨® la concepci¨®n de la escultura como bloque compacto a trav¨¦s del "dibujo en el espacio".

Con tan s¨®lo lo hasta aqu¨ª apuntado se comprende que esta exposici¨®n se articula necesariamente sobre la bisagra de lo local y lo internacional, que afect¨® de manera particular a la vanguardia hist¨®rica de nuestro pa¨ªs en todos los niveles y especialidades art¨ªsticos, aunque quiz¨¢ cobre una mayor singularidad desde la perspectiva de la escultura, no s¨®lo porque es un arte que se rehace por completo durante la primera mitad del XX, sino porque, en consecuencia, la casu¨ªstica del debate local est¨¢ cargada de un sinf¨ªn de matices, cuyas consecuencias se dejaron sentir todav¨ªa con bastante fuerza en la segunda mitad de este mismo siglo.

Aunque en este comentario se debe obviar por fuerza la inteligente urdimbre con que se ha presentado este nada f¨¢cil asunto en la exposici¨®n, creo que es imprescindible resaltar, por una parte, la estupenda selecci¨®n de obras, y, por otra, el sobresaliente montaje de las mismas, muy bien distribuidas en el maravilloso espacio del Museo Oteiza. Est¨¢n, por supuesto, algunas de las esculturas m¨¢s conocidas y pr¨¢cticamente la totalidad de los autores m¨¢s decisivos, pero, entreveradas en este contundente entramado, hay piezas menos conocidas de calidad emocionante, como, por ejemplo, las de Daniel Gonz¨¢lez y A. Garc¨ªa Lamolla. En suma: se trata de una exposici¨®n ciertamente esencial desde el punto de vista de la historiograf¨ªa del arte espa?ol del XX, pero que adem¨¢s se recorre con ese placer y avidez que te hace lamentar que se termine. Nadie que la pueda tener a su alcance se arrepentir¨¢ de girar una visita a esta exposici¨®n, albergada en uno de los museos m¨¢s bellos e interesantes de nuestro pa¨ªs.