La ciudad y la libertad
A menudo se describe la ciudad como un lugar hostil, donde el ser humano se siente irremediablemente solo. Pero habr¨ªa que comparar la ciudad con la realidad antecedente: la ciudad no se contrapone al para¨ªso; la ciudad se contrapone a la aldea. En una poblaci¨®n peque?a todos se conocen, todo se ve y todo se sabe. Una poblaci¨®n peque?a supone la pr¨¢ctica diaria de la vigilancia y la censura. La ciudad puede ser un lugar donde experimentar la soledad no deseada, pero el pueblo es infernal por lo contrario: porque en ¨¦l la soledad es imposible. El pueblo es el lugar p¨²blico por excelencia, mientras que la ciudad representa la conquista de espacios privados, espacios velados a la mirada de los otros y a la mirada, siempre inquisitiva, del poder constituido. La libertad se ejerce, sobre todo, en el ¨¢mbito privado, all¨¢ donde no alcanzan los mecanismos de control que impiden disentir de lo marcado.
Las pesadillas que ide¨® Kafka configuran una met¨¢fora de la soledad humana, pero conviene recordar que los h¨¦roes kafkianos nunca se encuentran solos: est¨¢n siempre acompa?ados. La obra de Kafka describe el mecanismo de intromisi¨®n agresiva que caracteriza a las sociedades opresoras, y el control llega al extremo de expropiar al ser humano todo instinto privado. En este mundo que enaltece constantemente lo p¨²blico, confiscar lo privado supone, de hecho, confiscar la libertad. La ampliaci¨®n de lo p¨²blico no es un avance, no es "progresista". La ampliaci¨®n de lo p¨²blico es reaccionario, porque nos devuelve a la tribu y a la aldea; nos sit¨²a de nuevo en ese infierno en el que nunca se est¨¢ solo, ni a salvo de la mirada ajena, del escrutinio p¨²blico o del capricho del bur¨®crata.
Las sociedades totalitarias emulan la claustrofobia mental de las culturas primitivas, donde era imposible disentir o comportarse al margen de lo establecido. La grotesca exaltaci¨®n de comunidades agr¨ªcolas y culturas tradicionales, mediante la que siniestros cooperantes pretenden impedir que ciertos grupos humanos accedan al desarrollo, tiene su correlato en la sociedad vasca, donde algunos hablan de "nuestros pueblos y barrios" porque intuyen que la ciudad, el concepto de ciudad, les es hostil y escapa a su proyecto totalitario. S¨ª, la ciudad se gobierna por reglas comunes, pero en ella las personas no tienen fines comunes; esto es algo que los colectivistas no soportan.
?Cu¨¢ndo surgi¨® la ciudad? Hubo un momento y un lugar. Nadie sabe si en la India, en Mesopotamia o en Egipto. Dos personas pasaron la vida entera en la misma poblaci¨®n sin cruzarse jam¨¢s, algo extraordinario hasta entonces. En alg¨²n lugar, cuyo nombre nadie sabe, se alcanz¨® el m¨ªnimo de habitantes necesario para que en la misma organizaci¨®n social participaran perfectos desconocidos. Y este hecho, a¨²n remoto e insuficiente, fue el primer paso en el largo camino hacia la libertad.
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