Gu¨ªa del rock para idiotas
Un peque?o cat¨¢logo de clis¨¦s que circulan por el universo musical. El uso reiterado de tres o m¨¢s avisa que se acerca peligrosamente la calcificaci¨®n mental. Cuidad¨ªn.
- Yo solo escucho m¨²sica en vinilo. O en MP3 o en cartuchos de ocho pistas (s¨ª, hay gente para todo). No entremos a discutir las ventajas s¨®nicas de uno u otro; mejor, dejemos esas cuestiones a los audi¨®filos. Lo que realmente importa es el contenido; derivar el ¨¦nfasis hacia el soporte revela inclinaciones fetichistas.
- Ya no se hace m¨²sica como en los ochenta. O los sesenta o los cuarenta. Ahora, pr¨¢cticamente todos los estilos del siglo XX est¨¢n siendo revividos, con olor a naftalina o con visi¨®n actualizada, en anal¨®gico o digital. Solo la ignorancia o el conformismo pueden justificar tan audaces afirmaciones.
Cuesta llamar conciertos a esos 'shows' audiovisuales controlados por un ordenador
- A m¨ª, X me gustaba en los primeros tiempos. Traduciendo: "X me val¨ªa cuando los conoc¨ªamos unos pocos, no ahora que los escucha hasta el frutero". Sin negar que la omnipresencia desgasta el encanto inicial de muchas propuestas, esa frase destapa un secreto del rock: a pesar de su vocaci¨®n democr¨¢tica, alienta el implacable elitismo de quienes tienen como principal objetivo vital estar a la ¨²ltima.
- 'Indie' significa "independiente". Eso sirvi¨® en otros tiempos. Hoy, es una est¨¦tica que se manifiesta en sellos peque?os... y grandes. La financiaci¨®n de la m¨²sica -sea por una corporaci¨®n o por un supuesto mecenas- no determina su naturaleza: hay multinacionales que dejan en paz a determinados artistas y compa?¨ªas diminutas que insisten en manipular a los creadores.
- Los nuevos modelos de negocio permiten la autonom¨ªa del artista. Encomiable en teor¨ªa, la pr¨¢ctica obliga al artista a plantearse d¨ªas de 48 horas. El sistema de la industria musical puede ser detestable pero se ha mantenido durante cien a?os. Hay razones s¨®lidas para que existan las discogr¨¢ficas, los representantes, los productores y, s¨ª, los encargados de crear contenidos para la Red. Entre otros motivos, para que el gorri¨®n pueda centrarse en lo suyo.
- Las cr¨ªticas no importan: los artistas no leen. Efectivamente, algunos artistas leen poco (?ni siquiera sus propios contratos!). Pero incluso el m¨¢s analfabeto tiene un prodigioso esc¨¢ner que detecta su nombre en un mar de letras. Por no hablar de una memoria de paquidermo, que le permite recordar, muchos a?os despu¨¦s de su publicaci¨®n, palabra por palabra, cualquier ofensa escrita.
- Los festivales son buenas ocasiones para descubrir m¨²sica. Aunque el espectador venga predispuesto a las epifan¨ªas, lo cierto es que los carteles festivaleros tienden a lo gen¨¦rico. Los grupos desfilan como aspirantes en una audici¨®n, repiten sets reducidos y se marchan ignorando si visitaron B¨¦lgica o Croacia.
- La radio musical no tiene sentido en la era de Internet. La promesa -que no realidad- de la fonoteca universal resulta embriagadora. Lo mismo que la infinita oferta de programaciones de todo el planeta. Sin embargo, ocurre una desconexi¨®n de la realidad circundante cuando el oyente abandona las emisoras locales o nacionales. En vez de hacerle parte de una comunidad mayor, su vagabundeo por el mundo digital le convierte en un freak, obsesionado por bandas desconocidas y esclavo de criterios distantes.
- La m¨²sica debe ser gratis; los artistas ya ganan bastante con el directo. A¨²n aparcando a aquellos que no pueden o no quieren actuar, pocos artistas aceptan ese trueque. Un efecto de ese desplazamiento del dinero podr¨ªa ser el baj¨®n en la calidad media de las grabaciones, frecuentemente hechas sin aportaci¨®n externa en estudios caseros. Menos discutible es la subida atmosf¨¦rica de las entradas para conciertos, si pueden llamarse as¨ª esos espect¨¢culos audiovisuales controlados por un ordenador.
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