La hora de las rebajas
La prensa da cuenta de una Diada de bajo perfil reivindicativo, de moderaci¨®n en los discursos y de renuncia a las consignas de unidad por parte de los partidos pol¨ªticos. En menos de dos meses, hemos pasado de la indignaci¨®n por la sentencia del Estatuto, de las apelaciones a la movilizaci¨®n masiva de la sociedad y de las vibrantes proclamaciones del fin del Estado de las autonom¨ªas a los rutinarios discursos tradicionales de cada una de las tribus del pa¨ªs. Artur Mas nos dice que antes de hablar de Estado propio hay que reforzar la naci¨®n -es decir, vuelve al pujolismo- y Montilla se propone como portavoz de los que no tienen veleidades soberanistas. ?Qu¨¦ ha pasado entre julio y septiembre? Dos cosas: que hay elecciones a la vista y que para transformar la indignaci¨®n en pol¨ªtica, para que esta no quede en un simple ejercicio testimonial, se necesita un proyecto pol¨ªtico con capacidad de arrastre sobre la gran mayor¨ªa de la sociedad. Y en este momento no lo hay. En julio, los partidos pol¨ªticos hablaban por y para los irritados; con la fecha electoral fijada, quieren hablar para todos.
El tripartito pudo ganar hegemon¨ªa social para la izquierda y tomar la centralidad del pa¨ªs. No supo hacerlo y ahora lo va a pagar
La unidad y la centralidad son dos mitos de la pol¨ªtica contempor¨¢nea. El t¨®pico dice que, en las sociedades con clases medias fuertes, gana el que ocupa el espacio del centro. El centro ser¨ªa el segmento de contacto entre la derecha y la izquierda, lejos de los extremos de ambos lados. Conforme a esta doctrina, para tener opciones electorales hay que desnatar el discurso propio, rebajar el componente ideol¨®gico y abandonar cualquier veleidad transformadora que pueda asustar. En la b¨²squeda de este lugar simb¨®lico llamado centro est¨¢n ahora los principales partidos pol¨ªticos. Toca moderaci¨®n. No hay mejor artista del momento centrista que Duran Lleida, que lleva dos semanas tratando de descafeinar los brebajes del soberanismo.
Dec¨ªa Fran?ois Mitterrand que para ganar unas elecciones lo primero y principal es hacer el pleno de los electores propios. Si se consigue, la conquista del centro se da por a?adidura, porque no tiene contenido, sigue la inercia dominante. Y le sali¨® bien: engull¨® a toda la izquierda y acab¨® ganando. A este reflejo responde el discurso de repliegue en la tribu. Ahora todos se acuerdan de sus electores tradicionales, vuelven a los discursos de siempre y se alejan de cualquier veleidad prometida en el fragor de las indignaciones.
El centro no existe. La centralidad no es un espacio fijo, entre el cuatro y el seis, de una escala del uno al diez, en que los ciudadanos se colocan seg¨²n su posici¨®n ideol¨®gica. El centro var¨ªa, porque el centro es el punto de condensaci¨®n de la hegemon¨ªa pol¨ªtica e ideol¨®gica en una sociedad determinada. El centro puede ser la moderaci¨®n, pero puede ser tambi¨¦n la revoluci¨®n o el cambio estructural cuando una sociedad decide romper con su pasado, como ha ocurrido en transiciones de los m¨¢s diversos pelajes. El PSOE de los ochenta era el centro, porque Felipe Gonz¨¢lez convenci¨® a una amplia mayor¨ªa social de que solo su Gobierno pod¨ªa consolidar la democracia en Espa?a, y por un tiempo, a su lado, todos los dem¨¢s parec¨ªan doctrinarios. La centralidad, por tanto, la marca la hegemon¨ªa pol¨ªtica. El tripartito tuvo una gran oportunidad de ganar cierta hegemon¨ªa social para la izquierda y conquistar de este modo la centralidad del pa¨ªs. No lo ha sabido hacer, porque en realidad nunca hubo un proyecto com¨²n real. Y ahora lo va a pagar.
La cuesti¨®n de la unidad, tantas veces evocada en este pa¨ªs, tiene que ver con la centralidad. La unidad no puede ser el fruto del acto voluntarista de ir todos detr¨¢s de la misma bandera. La unidad se construye a partir de un proyecto que sea capaz de atraer a la amplia mayor¨ªa de los ciudadanos y que, como consecuencia de ello, obligue a otras fuerzas pol¨ªticas, sin renunciar a la posici¨®n cr¨ªtica y propia de cada cual, a subirse a este barco. En Catalu?a, no hay unidad porque este proyecto no existe. O por lo menos no hay ninguna formaci¨®n que haya sabido convertirlo en proyecto colectivo con capacidad de atracci¨®n. Algunos sostienen que es m¨¢s f¨¢cil que se produzca la unidad espa?ola que la unidad catalana. Dicho de otro modo, el PSOE y el PP tienen un m¨ªnimo proyecto unitario com¨²n para el Estado espa?ol, mientras que no est¨¢ tan claro que las fuerzas pol¨ªticas catalanas tengan un denominador com¨²n equivalente. Y mientras sea as¨ª, tocar¨¢n las de perder. Y puesto que no consigo vislumbrar un proyecto aglutinador de suficiente calado, me temo que de aqu¨ª a las elecciones seguir¨¢n todos de rebajas, buscando el centro.
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