Flamantes zapatos viejos
Supertramp no se aparta ni una coma del gui¨®n, pero demuestra como una m¨¢quina milim¨¦trica que su repertorio de los setenta es incombustible
Lo cantaba Rick Davies en Put on your old brown shoes, 28 a?os hace ya de aquello, y ayer lo repiti¨® nada m¨¢s arrancar su concierto en un Palacio de los Deportes casi lleno: "Ponte tus viejos zapatos marrones en los pies. Es hora de marcharse y ser libres el resto de nuestras vidas". Los chicos de Supertramp acumulan muchos kil¨®metros en las suelas desde que en 1970 rubricaran su primer vinilo, pero se mantienen fieles al calzado cl¨¢sico e impoluto de toda la vida. Nada sucedi¨® anoche que no pudiera haber ocurrido muchos a?os atr¨¢s, con menos incursiones canosas en el cuero cabelludo y m¨¢s energ¨ªa en las articulaciones. Y sin embargo, los botines resisten, inc¨®lumes, como si fueran un dise?o del mism¨ªsimo Louis Vuitton.
La banda de Rick Davies repite las mismas canciones en el mismo orden
La mejor noticia es que hay savia nueva para que el grupo prosiga su camino
Davies, con gesto impert¨¦rrito y camisa de blanco nuclear, se parapeta a sus 66 a?os tras el piano de cola en un lateral del escenario y cede el espacio protag¨®nico a su viejo amigo John Helliwell, el siempre m¨¢s extrovertido hombre de los saxos y clarinetes. Helliwell es un embaucador a la manera cl¨¢sica: se dice feliz en Espa?a "por el jam¨®n y el vino", exhibe (vaya por Dios) una camiseta del Real Madrid, informa sobre el marcador en el Bernab¨¦u y anima a adquirir a la salida una memoria USB con el contenido ¨ªntegro del concierto, "que hoy est¨¢ saliendo mejor que nunca".
Purita zalamer¨ªa. En realidad, Supertramp es una m¨¢quina milim¨¦trica e imperturbable aqu¨ª o en Sebastopol: repite las mismas canciones en el mismo orden, abomina de los aspavientos y lega todo el protagonismo a un repertorio que figura entre lo m¨¢s memorable de los a?os setenta. Pero un poco de variedad, de margen para la sorpresa, no les har¨ªa ning¨²n da?o.
Nueve m¨²sicos se reparten la tarea y ofrecen un sonido compacto, abrumador, desde el primer instante. El arranque, en cambio, se antoja algo romo: la iluminaci¨®n es fr¨ªa y est¨¢tica, no hay apenas proyecciones (y la de Gone Hollywood parece sacada de un documental hortera) y un tema como You started laughing, est¨¢tico y menor, tampoco parece la elecci¨®n m¨¢s convincente para los primeros minutos.
La parte visual, bien pensado, se queda muy corta para una banda que reivindica estatus m¨ªtico y un historial de cuatro d¨¦cadas. El v¨ªdeo para From now on, con una morenaza que alterna la ruleta rusa y el cubilete de dados, rezuma sensualidad de chiringuito; el tren antiguo que acompa?a el aceler¨®n final de Rudy tiene mucho encanto, pero lo hemos visto durante tres giras. Por fortuna, el tinglado se sustenta gracias a un arsenal portentoso de composiciones (Bloody well right, Another man's woman, Ain't nobody but me, Goodbye stranger) y a un sexagenario que, aun ce?udo y silente, conserva una fant¨¢stica voz rasposa.
La historia es conocida. La asombrosa sociedad que integraban Davies y Roger Hodgson se resquebraj¨® tras el ¨¢lbum Famous last words, en 1982. Fueron grandes amigos, pero desde entonces acostumbran a lanzarse fieros aguijonazos. Las alianzas tan pronto prosperan como se diluyen, pero parece claro que en este caso ambos socios han salido malparados. Por eso, y ante la duda, siempre queda la opci¨®n de echar la vista atr¨¢s y retornar a los cl¨¢sicos.
Admit¨¢moslo: Hodgson ha escrito en solitario una discograf¨ªa escasa y mediocre, y Davies... otro tanto de lo mismo. Supertramp acredita en este ¨²ltimo cuarto de siglo un historial intermitente y cuatro discos irrelevantes (salvo el ¨²ltimo y menos difundido, Slow motion). Pues bien, casi nada de lo publicado en este periodo decadente son¨® anoche en el pabell¨®n madrile?o, pero, por supuesto, ninguno de los casi 10.000 espectadores lo ech¨® en falta.
La gran inc¨®gnita en estos casos siempre radica en qu¨¦ har¨¢ la banda con los cl¨¢sicos de Hodgson. Davies se refugia en el ¨²ltimo extremo del escenario y se resigna a que suenen todos; incluso Breakfast in America, un tema que aborrece. La mejor noticia del a?o es que el nuevo sosias de Roger, el joven Jesse Siebenberg (hijo del bater¨ªa, Bob Siebenberg), canta infinitamente mejor que su antecesor en giras pasadas, Mark Hart, hoy en Crowded House. Y encima es guapete. Hay savia nueva, pues, para que Supertramp prosiga su camino. Con los zapatos de siempre, pero, sorpresa, flamantes como nunca.
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