Los herederos de Facundo y Mart¨ªn Fierro
I Acad¨¦micos y peripat¨¦ticos coinciden en proclamar al ensayo como el g¨¦nero literario de mayor predicamento en el continente latinoamericano durante el siglo XIX. Y sucedi¨® as¨ª en la Argentina, a impulsos del proceso independentista y la consecuente b¨²squeda de una identidad nacional, siempre esquiva. Desde Mariano Moreno hasta Jos¨¦ Ingenieros el ensayo tuvo un enorme peso en la consolidaci¨®n de nuestra naci¨®n.
No obstante, las dos obras mayores de la literatura argentina de ese amplio periodo, Facundo y Mart¨ªn Fierro, no son ensayos; aunque quiz¨¢ lo sean sesgadamente, pues el inclasificable texto de Sarmiento participa tanto del ensayo como de la narrativa y el panfleto pol¨ªtico, mientras que el estupendo poema de Jos¨¦ Hern¨¢ndez tiene una insoslayable veta de fuertes planteos sociales.
Concuerdo con Piglia en que han resultado ineludibles para consolidar las actuales escrituras Rodolfo Walsh, Manuel Puig y Juan Jos¨¦ Saer
Pero bien puede afirmarse que reci¨¦n hacia el Centenario (1910) la literatura nacional alcanza un punto de desarrollo y por ende de diversificaci¨®n tal que le permite exhibir frutos maduros tanto en el ensayo como en poes¨ªa, teatro, cuento y novela.
II En buena medida ese fen¨®meno se debi¨® a la revulsiva presencia de Rub¨¦n Dar¨ªo a orillas del Plata por m¨¢s de cinco a?os. Luego de su cruzada el lenguaje pas¨® a ser el gran protagonista de nuestra literatura; y los movimientos renovadores que nos depar¨® el siglo XX: modernismo, vanguardias y boom de la narrativa en los sesenta no hicieron m¨¢s que profundizar las huellas del nicarag¨¹ense.
Durante la d¨¦cada de los sesenta se fueron afirmando nuevas voces, que la dictadura posterior intent¨® acallar impiadosamente pero que conformaron la plataforma a partir de la cual despegaron y emprendieron vuelos propios los escritores que vienen produciendo entre las postrimer¨ªas del XX y los comienzos del nuevo siglo.
Concuerdo con Ricardo Piglia en que tres de ellos son fundamentales y que m¨¢s all¨¢ de su heterogeneidad o precisamente por ella han resultado ineludibles para consolidar las actuales escrituras: Rodolfo Walsh, abatido por la dictadura en 1977; Manuel Puig, muerto en Cuernavaca en 1990, y Juan Jos¨¦ Saer, que la mitad de su vida residi¨® en Par¨ªs, donde muri¨® en 2005.
III El ensayo ha diversificado su tronco en m¨²ltiples ramas: pol¨ªtica, filos¨®fica, literaria, cient¨ªfica, etc¨¦tera. Y no pocas veces ha acentuado un rasgo con antecedentes: los ensayistas incursionan con igual o mayor fortuna en otros rubros, de la poes¨ªa a la narrativa. Ya Borges, Ezequiel Mart¨ªnez Estrada y Ernesto S¨¢bato ejemplificaban plenamente ese fen¨®meno antes de 1980; pero ese a?o Ricardo Piglia publica Respiraci¨®n artificial, su primera novela, que es una sutil indagaci¨®n escrituraria en la cual una fuerte corriente ensay¨ªstica se deja sentir bajo el oleaje narrativo (ensayos y cuentos de Piglia hab¨ªan precedido y seguir¨ªan transitando similar camino).
Otro ejemplo muy diverso lo constituye Juan Gelman, que adem¨¢s de ser el mayor poeta argentino vivo es un agudo e inclaudicable ensayista pol¨ªtico. U otro, fuera de serie, como corresponde al personaje: C¨¦sar Aira, que por aquella fecha comenz¨® su harto f¨¦rtil trayectoria de narrador y, a?os despu¨¦s, publica un Diccionario de autores latinoamericanos, con varias entradas que constituyen agudos miniensayos.
De donde ensayistas de pura cepa no abundan en la actualidad. Horacio Gonz¨¢lez, Beatriz Sarlo y Ricardo Forster se cuentan entre los m¨¢s reconocidos; como tambi¨¦n Jos¨¦ Pablo Feinmann, de muy extensa y despareja obra en m¨²ltiples terrenos.
IV Podr¨ªa afirmarse que hoy la narrativa y la poes¨ªa "ganan la partida". En el primer rubro, los nombres mayores corresponden a mujeres: Juana Bignozzi y Diana Bellessi, para ser escueto. Con respecto al segundo, la abundancia hace que resulte muy dif¨ªcil -y seguramente muy injusta- cualquier menci¨®n. Sin embargo, arriesgo.
La Argentina, que ha producido en lengua castellana alt¨ªsimos ejemplos en literatura fant¨¢stica, policial e historieta, tiene hoy dos notables escritores que han sabido utilizar los recursos de esos g¨¦neros: Guillermo Mart¨ªnez y Pablo de Santis. No son los ¨²nicos: diversamente, Marcelo Cohen, Juan Sasturain, Mempo Giardinelli y Juan Martini, bordeando los mismos terrenos, suscribieron obras de envergadura. Si bien ellos no quedan encerrados dentro de ning¨²n l¨ªmite gen¨¦rico, pues si algo caracteriza en nuestro pa¨ªs a cuentistas y novelistas es su notoria independencia frente a padres y modelos, su libertad de procedimientos en la(s) escritura(s). A los nombres antes consignados agregar¨ªa los de Sergio Chejfec, Mart¨ªn Kohan, Alan Pauls, Carlos Gamerro, Leopoldo Brizuela, Eduardo Muslip, Pablo Ramos, y de varias escritoras, entre otras, Claudia Pi?eiro, Ana Mar¨ªa Sh¨²a, Liliana Heder, Vlady Kociancich y Sylvia Iparraguirre.
V Si en los a?os sesenta g¨¦neros como la historieta rompen los l¨ªmites de la marginalidad cr¨ªtica, volcando sus caudalosas aguas en el r¨ªo sin orillas de nuestra literatura (el solo nombre de H¨¦ctor Germ¨¢n Oesterheld despeja cualquier duda al respecto), no debe entonces asombrarnos la enorme expansi¨®n de los textos dedicados a los ni?os y adolescentes (literatura infantojuvenil), con el impulso inicial de una escritora "faro", Mar¨ªa Elena Walsh. De ella a nuestros d¨ªas se ha ido conformando una corriente arrolladora de voces, que conforman hoy un coro inmenso, deslumbrante; entre esas muchas voces se?alo algunas de extendida trayectoria: Elsa Bornemann, Graciela Montes, Laura Devetach, Ana Mar¨ªa Ramb, Gustavo Rold¨¢n, Graciela Cabal, Sh¨²a... en un oleaje que no cesa.
La gran literatura nacional -Borges, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Julio Cort¨¢zar, Puig, Saer, Gelman- se ha enriquecido en las ¨²ltimas d¨¦cadas con los aportes de varios de los escritores que he mencionado y de otros que el espacio remiso y mi ignorancia no han permitido subir al papel. Muchos est¨¢n recibiendo el reconocimiento internacional de editores y lectores; otros seguramente pronto lo van a recibir.
Lector hed¨®nico, a medias selectivo y algo distra¨ªdo, no puedo sin embargo sustraerme a declarar mis afinidades electivas. Reitero entonces: Pablo de Santis, claro alquimista del verbo y la trama; sumo: Elvio E. Gandolfo, a quien se le deben cuentos estupendos, donde los claroscuros se resuelven con in¨¦ditos fulgores; y pongo punto final, sumido a¨²n en la tristeza: d¨ªas atr¨¢s muri¨® Fogwill, para quien respirar era escribir o, tal vez mejor, a la inversa: su escritura era su misma respiraci¨®n.
Jorge Lafforgue (Esquel, Chubut, 1935) es editor y cr¨ªtico argentino.
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