Red de pardillos
Pocas son las personas que no desean dejar huellas de su paso por el mundo, o que aspiran a limitarlas lo m¨¢s posible, aunque alguna que otra he conocido. No eran individuos retra¨ªdos ni misantr¨®picos; al contrario, sol¨ªan ser simp¨¢ticos y cordiales, como si mostrarse hura?os o esquivos fuera ya una manera de llamar la atenci¨®n, lo ¨²ltimo que deseaban. Cuando es un personaje p¨²blico el que opta por retirarse, lo tiene particularmente dif¨ªcil porque parte de una contradicci¨®n en los t¨¦rminos. Ha sido el caso del escritor Salinger, muerto hace un a?o o menos. Tras alcanzar fama universal con sus cuatro libros publicados entre 1951 y 1963, sobre todo con el primero, la novela absurdamente titulada en espa?ol El?guardi¨¢n entre el centeno, no s¨®lo decidi¨® no dar nada m¨¢s a la imprenta (salvo un largo relato en una revista, creo que en 1965), sino que exigi¨® que las m¨²ltiples reediciones de sus obras aparecieran sin un solo dato biogr¨¢fico ni comentario alguno en las solapas o en la contracubierta. Como es bien sabido, no concedi¨® entrevistas, no se dej¨® fotografiar, y la ¨²nica imagen de tiempos recientes que ha visto la luz lo retrata iracundo y amenazante, precisamente porque se trat¨® de una foto tomada a traici¨®n o robada. La paradoja estrib¨® en que, cuanto m¨¢s se ocultaba Salinger y m¨¢s duraba su apartamiento, m¨¢s curiosidad atra¨ªa sobre s¨ª mismo, m¨¢s lo acosaban periodistas, fans y espont¨¢neos, m¨¢s crec¨ªa su leyenda y m¨¢s irritante resultaba su actitud para la mayor parte del mundo, que justamente en esta ¨¦poca intenta dejar tantas huellas como sea posible, aunque a nadie le importen ni las tenga en cuenta.
"Cuanto uno revela puede acabar utiliz¨¢ndose en su contra; ser objeto de burlas y chanzas"
Lo m¨¢s preocupante de este af¨¢n generalizado por estirar el cuello y estar presente, por gozar de cualquier grado de fama (as¨ª sea limitada y ef¨ªmera), por exhibirse e informar al resto de los propios pasos, actividades, opiniones y gustos, es que quienes lo padecen, abren perfiles en Facebook o alimentan Twitter con sus notitas por fuerza triviales, parecen haber perdido enteramente cierto instinto de conservaci¨®n que a lo largo de siglos ha hecho saber a la gente que no conven¨ªa dar demasiada informaci¨®n acerca de s¨ª misma y que hacerlo entra?aba peligro, porque cuanto uno revela puede acabar utiliz¨¢ndose en su contra; puede deformarse y tergiversarse, ser objeto de burlas y chanzas (y no de admiraci¨®n, como se pretende), ser aprovechado por sus superiores, sus empleadores, la polic¨ªa, la a veces abusiva Hacienda, el Estado. Hace poco se descubri¨® que en Alemania hab¨ªa empresas que fisgaban en Facebook y en otras redes sociales para decidir la contrataci¨®n o el despido de alguien. Los propios interesados, que deber¨ªan mantener en privado u ocultas algunas caracter¨ªsticas de su personalidad, sus creencias, sus simpat¨ªas pol¨ªticas, sus opiniones, aficiones o "vicios", estaban aire¨¢ndolas, tal vez con la idea ingenua de que s¨®lo sus amistades tendr¨ªan acceso a su perfil intern¨¦tico, cuando ya nadie ignora que en la Red no hay discreci¨®n ni secretismo posibles, y que ni siguiera la CIA o el Pent¨¢gono se resisten a las intrusiones de un h¨¢bil hacker.
El Gobierno alem¨¢n se erigi¨® en defensor de la "intimidad" -ir¨®nico llamarla as¨ª a estas alturas- de los usuarios, y prohibi¨® a las empresas esta pr¨¢ctica, o por lo menos valerse de los datos as¨ª obtenidos para extender o cancelar contratos de trabajo. Otra ingenuidad: esas empresas seguir¨¢n consultando Facebook y sus equivalentes, s¨®lo que fingir¨¢n no haberlo hecho y jam¨¢s aducir¨¢n motivos "sospechosos" para emplear o despedir a nadie, sino que se inventar¨¢n cualesquiera otros, de modo que no puedan ser acusadas de discriminar a alguien por ser homosexual, o ateo, por fumar tabaco o porros o participar en org¨ªas o posar desnudo o detestar a tal o cual partido pol¨ªtico, cosas todas ellas que los inocentes exhibicionistas habr¨¢n confesado en Internet alegremente, y sin que nadie les preguntara. Cuanto acaso habr¨ªan negado o callado de ser interrogados por un juez o por la polic¨ªa, o por sus propios padres si se trata de adolescentes, lo cascan gratis para que todo el mundo se entere, s¨®lo por vanidad y para que se les haga caso. Hay incluso quienes cuelgan noticias util¨ªsimas para ladrones: "Estoy desayunando en el aeropuerto de R¨ªo, y nos esperan dos semanas de maravillosas playas". Los cacos ya saben que disponen de ese tiempo para entrar en un piso vac¨ªo y desvalijarlo con parsimonia.
Para quienes contamos cierta edad, una de las escas¨ªsimas ventajas de haber vivido a?os bajo una dictadura es que aprendimos muy pronto el riesgo de que se supiera mucho de nosotros, y a no dejar algunos rastros. Hoy vivimos en un r¨¦gimen supuestamente democr¨¢tico, pero demasiada gente no se ha percatado a¨²n de que nuestras actuales democracias se asemejan cada vez m¨¢s a los Estados totalitarios, que se meten en todo y lo controlan y averiguan y esp¨ªan todo, y no vacilan en aprovecharse de ello y en utilizarlo, eso s¨ª, con m¨¢s o menos disimulo e hipocres¨ªa. La c¨¦lebre f¨®rmula Miranda, que hemos visto recitar centenares de veces en las pel¨ªculas americanas cuando se detiene a alguien ("Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga podr¨¢ ser utilizada ante un tribunal en contra suya"), acabar¨¢ por carecer de sentido si los ciudadanos siguen proclamando a los cuatro vientos todo lo habido y por haber sobre sus personas, costumbres y actividades, espont¨¢neamente y de antemano, como verdaderos pardillos.
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