Sin novedad desde el Renacimiento
?C¨®mo se explica la desproporci¨®n entre la gran rueda delantera y la peque?a rueda trasera en las primeras bicicletas? Cada nuevo objeto resuelve problemas concretos, pero ?cu¨¢ndo surge un cambio revolucionario?
Se puede hablar del lenguaje de la ciencia, de la tecnolog¨ªa, de la m¨²sica, de la escultura, de la museograf¨ªa... aunque ninguno de estos lenguajes es, por cierto, la particular jerga con la que se entienden cient¨ªficos, m¨²sicos, escultores o muse¨®grafos... Es la idea de Walter Benjamin. Hay lenguajes que viven dentro de otros: dentro del lenguaje de la m¨²sica se puede hablar del lenguaje rom¨¢ntico o del barroco y, dentro del lenguaje barroco se puede hablar del lenguaje de Bach o del de Pergolesi... Un mirlo distingue otro mirlo de cualquier otro p¨¢jaro por su lenguaje, pero tampoco se le escapa que tal otro mirlo tiene un acento que "no es de por aqu¨ª"... Un museo que opta por la pieza original como la palabra museogr¨¢fica emplea un lenguaje muy diferente a otro que se entrega a la r¨¦plica o al lenguaje propio de los multimedia.
Una de las grandes aportaciones de los dinosaurios a la evoluci¨®n fue la pelvis
Cada personaje de 'Las Meninas' aparece en un tiempo de reacci¨®n diferente
Los lenguajes, con sus palabras y con sus reglas para combinar palabras, se usan para adquirir y transmitir conocimiento, es decir, sirven para contar historias.
Pero todo cambia con el uso, tambi¨¦n el lenguaje. A veces, una historia requiere la invenci¨®n de una palabra y as¨ª crece el diccionario y se mueve la gram¨¢tica entera. Hablemos por ejemplo de dinosaurios. Una de sus grandes aportaciones a la evoluci¨®n fue sin duda la pelvis. Los andares de un cocodrilo todav¨ªa se expresan en rancio lenguaje prep¨¦lvico. La locomoci¨®n del cocodrilo en tierra es imperfecta porque no puede mover una pata sin que se resienta el resto del cuerpo. La pelvis es una palabra nueva que refresca la gram¨¢tica del concepto tetr¨¢podo porque cada pata se independiza de las otras tres. Con pelvis se camina mejor y con m¨¢s gracia. Es verdad que los dinosaurios hace tiempo que ya no existen, mientras que los cocodrilos perseveran muertos de risa con su lenguaje corporal retro para entrar y salir del agua. Sin embargo, la palabra pelvis no se extingue. Se inventa y reinventa. La pelvis revoluciona el lenguaje del movimiento en seco y alcanza cotas de pura poes¨ªa en el vuelo de las aves. ?Hay algo que el ser humano haya envidiado m¨¢s que el vuelo de, digamos, una gaviota? El ¨²ltimo ancestro com¨²n entre los mam¨ªferos y los dinosaurios no lleg¨® a disfrutar de una pelvis, as¨ª que hubo que reinventarla por pura convergencia... ?Qu¨¦ hubiera sido de Elvis sin su pelvis?
Con el lenguaje cultural ocurre algo parecido. Dise?amos objetos, los objetos son palabras y cuando triunfa una palabra nueva, se renueva todo el lenguaje. Existe la selecci¨®n natural de la selecci¨®n cultural. La tecnolog¨ªa, por ejemplo, tiene su lenguaje y hay palabras en desuso (extinguidas) cuyo significado tendemos a olvidar. Hace pocas semanas, paseando por un museo de tecnolog¨ªa, me detuve frente a una de las primeras bicicletas de la historia. ?Qu¨¦ inc¨®modo artefacto! No es extra?o que la selecci¨®n natural castigara el dise?o sin contemplaciones, pero ?c¨®mo se explica la grotesca desproporci¨®n entre la gran rueda delantera y la peque?a rueda trasera? El gu¨ªa se encogi¨® de hombros: "Es una cuesti¨®n est¨¦tica, sencillamente les dio por ah¨ª". Me entretuve preguntando a los visitantes y, en efecto, eso es lo que casi todo el mundo cree, como si los antiguos fueran conscientes de su condici¨®n de tales y dise?aran en consecuencia. Inaceptable. La bicicleta fue en su d¨ªa una palabra nueva del lenguaje de la locomoci¨®n, pero por aquel entonces faltaban a¨²n ciertos menudillos ortogr¨¢ficos como la cadena de bicicleta o los pi?ones de distinto di¨¢metro. Sin ellos, el nuevo lenguaje naufraga en su propio arca¨ªsmo. En efecto, una vuelta completa de un pedal solidario al centro de la rueda significa un avance igual a pi veces el di¨¢metro de aquella. As¨ª que a mayor di¨¢metro de la rueda motriz, mayor avance. La rueda trasera era peque?a solo para no cargar el artefacto con un peso excesivo... Ahora s¨ª.
La revoluci¨®n de un lenguaje liquida una era e inaugura otra nueva. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n tales revoluciones? Pues que raramente lo parecen. El lenguaje digital jubila explosivamente al anal¨®gico, pero, en general, el lenguaje revolucionario arranca imitando al lenguaje obsoleto.
Los primeros autom¨®viles eran carruajes sin caballos. Todav¨ªa se conservaba el pescante elevado para mirar por encima de los inexistentes animales, incluso se preve¨ªa un generoso espacio para engancharlos, usaban ruedas de carro con llantas met¨¢licas... La palabra nueva, en este caso el motor de explosi¨®n, no cambia instant¨¢neamente el lenguaje del rodar por esos caminos. La primera motocicleta fue una bicicleta con un motor adosado como quien adosa una maleta. El primer cine fue teatro filmado: la c¨¢mara a modo de un espectador clavado en una butaca contemplando actores que entran y salen de un escenario inm¨®vil. Al cine le tom¨® d¨¦cadas encontrar su propio lenguaje.
Lo revolucionario no lo es solo por nuevo, por estridente o porque alguien insista en proclamar que lo es. La pintura rupestre naci¨® con un problema original en su lenguaje: representar un volumen de tres dimensiones sobre una superficie de dos. Los artistas de Altamira ya eran conscientes de la cuesti¨®n. No en vano buscaban las protuberancias de las rocas para representar con ellas la tercera dimensi¨®n de los cuerpos. Pero atenci¨®n, 10.000 a?os despu¨¦s, en Mesopotamia el problema segu¨ªa sin resolverse. Se dice pronto: ?ning¨²n progreso en 10 milenios! La Edad Media tampoco aport¨® nada significativo y muchos debieron obsesionarse como ocurre siempre que un problema adquiere el prestigio de no tener soluci¨®n. (As¨ª ocurri¨® durante milenios con el sue?o de volar como un p¨¢jaro y as¨ª ocurre hoy con el control de la fusi¨®n termonuclear). Giotto intuy¨® la soluci¨®n sin llegar a dar con ella (las l¨ªneas de fuga de sus composiciones a¨²n no se cortan limpiamente en un punto).
Y, por fin, el Renacimiento. Genios como Brunelleschi, Mantegna y Massaccio resuelven el lenguaje de la proyecci¨®n de 3-D sobre 2-D con la invenci¨®n de la perspectiva geom¨¦trica, la perspectiva de la luz y la perspectiva del color.
En Las Meninas, Vel¨¢zquez sublima este lenguaje tridimensional en dos dimensiones y se permite incluso insinuar un paso m¨¢s: la introducci¨®n del tiempo como una cuarta dimensi¨®n, algo as¨ª como el espacio-tiempo de Minkowski en la f¨ªsica relativista. Michel Foucault lo sugiere en el inspirador pr¨®logo de Les mots et les choses: cada personaje de esta celeb¨¦rrima escena aparece en un tiempo de reacci¨®n diferente respecto de la irrupci¨®n del rey Felipe IV y de la reina Mariana en la estancia (se reflejan en el espejo del fondo de la sala): Vel¨¢zquez ha bajado la paleta y mira hacia el espectador (?cielos, el Rey!), la infanta Margarita a¨²n tiene la cara girada hacia el perro, que acaba de recibir una patada del buf¨®n Nicolasito, pero sus ojos ya miran hacia el espectador (?cielos, mi padre!), la dama de compa?¨ªa que ofrece agua a la infanta a¨²n no se ha percatado de nada, pero la otra dama ya ha iniciado una reverencia hacia el espectador (?madre m¨ªa, el Rey!), Mari B¨¢rbola se ha quedado petrificada (?Dios m¨ªo, mi Rey!)... Vel¨¢zquez propone, sin proclamarlo, una revoluci¨®n que apunta m¨¢s bien hacia el lenguaje cinematogr¨¢fico (tres dimensiones de espacio y una de tiempo). Las nuevas tecnolog¨ªas del 3-D, la estereoscopia o las holograf¨ªas, en cambio, proclaman a gritos una revoluci¨®n del lenguaje, pero no superan las tres dimensiones en ning¨²n sentido. Sin novedad desde el Renacimiento, ?qu¨¦ queda hoy de la euforia de las holograf¨ªas? La pr¨®xima revoluci¨®n acaso est¨¦ en el 4-D, pero donde las cuatro dimensiones son espaciales. La primera palabra ya est¨¢ inventada. Salvador Dal¨ª la pinta en su misterioso Corpus Hypercubicus (1951), mientras matem¨¢ticos como Thomas Banchoff reorientan su vida profesional. Pero para que culmine esta revoluci¨®n quiz¨¢ no baste con enga?ar al cerebro, igual hay que cambiarlo.
Jorge Wagensberg es f¨ªsico y muse¨®grafo, y acaba de publicar Las ra¨ªces triviales de lo fundamental (Tusquets).
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