El errado proceso de paz de Obama
Desde su comienzo en Oslo, hace casi dos d¨¦cadas, el proceso de paz israelo-palestino ha estado obstaculizado por el mal funcionamiento de los sistemas pol¨ªticos de las dos partes.
La capacidad de mando del primer ministro israel¨ª, Benjam¨ªn Netanyahu, reh¨¦n de una coalici¨®n imposible y de un movimiento proasentamientos de fan¨¢ticos que van por libre, est¨¢ gravemente comprometida.
Sus hom¨®logos palestinos no est¨¢n en mejor posici¨®n. Hoy, la camarilla que rodea al presidente palestino, Mahmud Abbas, encarna la amarga decepci¨®n que ha sido para los palestinos el proceso de paz que se inici¨® con el acuerdo de Oslo. Adem¨¢s, la Autoridad Palestina no ha llegado a representar a la mayor¨ªa de los palestinos ni a gobernar por medios democr¨¢ticos.
No se puede avanzar escuchando solo a los amigos y marginando a los ganadores de unas elecciones
En lugar de en el Estado jud¨ªo, Israel debe centrarse en que se reconozcan sus fronteras
El mandato presidencial de Abbas ha expirado y se est¨¢n aplazando constantemente las elecciones. El primer ministro de la Autoridad Palestina, Salam Fayad, como sus hom¨®logos de Gaza, gobierna mediante decretos, mantiene inactivo el Parlamento y silencia a la oposici¨®n. Al carecer de legitimidad democr¨¢tica institucionalizada, la Autoridad Palestina ha de depender por fuerza de sus fuerzas de seguridad y de las del ocupante, Israel, para imponer el cumplimiento de sus ¨®rdenes.
Naturalmente, a lo largo de la Historia los movimientos de liberaci¨®n nacional han tenido que marginar a sus elementos radicales y fan¨¢ticos para llegar a la Tierra Prometida. As¨ª fue en el caso del sionismo, del Resurgimiento italiano y, en ¨¦poca m¨¢s reciente, de los cat¨®licos de Irlanda del Norte. Pero la facci¨®n marginada nunca represent¨® a la mayor¨ªa democr¨¢ticamente elegida, as¨ª que no es probable que un proceso de paz concebido para debilitar y aislar a los vencedores de unas elecciones -Ham¨¢s- avance demasiado.
Como George W. Bush, el presidente Barack Obama limita sus contactos diplom¨¢ticos en gran medida a los amigos en vez de a los enemigos. Eso, m¨¢s que ninguna otra cosa, explica la desconexi¨®n cada vez mayor entre la opini¨®n p¨²blica ¨¢rabe y el Gobierno de Obama.
La suposici¨®n, cara a los arquitectos del proceso actual, de que se puede lograr la paz metiendo una cu?a entre los "moderados" y los "extremistas" es una concepci¨®n fatalmente errada. En este caso la paradoja es doble. No solo se negocia con los "moderados" ileg¨ªtimos, sino que, adem¨¢s, precisamente por su d¨¦ficit de legitimidad es por lo que los moderados se ven obligados a mostrarse inflexibles sobre las cuestiones b¨¢sicas, no vaya a ser que los radicales los califiquen de traidores.
El peligroso d¨¦ficit de legitimidad de los negociadores palestinos -y, de hecho, la desorien
-taci¨®n de todo el movimiento nacional palestino- se refleja en el regreso de la OLP a su ¨¦poca anterior a Arafat, cuando era un instrumento de los reg¨ªmenes ¨¢rabes en lugar de un movimiento aut¨®nomo. Quien dio luz verde a los negociadores actuales fue la Liga ?rabe, no los representantes democr¨¢ticamente elegidos del pueblo palestino.
La aceptaci¨®n por parte de Obama de la afirmaci¨®n del primer ministro Netanyahu: "sorprender¨¦, porque no habr¨¢ l¨ªmites" si Israel es reconocido como un Estado jud¨ªo y se aceptan sus necesidades en materia de seguridad, ha hecho posible el proceso actual. Pero la seguridad m¨¢xima -por ejemplo, un calendario insoportablemente largo para la retirada, exigencias territoriales inmoderadas y presentadas como necesidades en materia de seguridad, una presencia israel¨ª en el valle del Jord¨¢n y un control completo del espacio a¨¦reo y del espectro electromagn¨¦tico- chocar¨ªa inevitablemente con la concepci¨®n que tienen los palestinos de lo que supone la soberan¨ªa.
Para Netanyahu, la creaci¨®n de un Estado palestino significa el fin del conflicto y tambi¨¦n de las reclamaciones. Al volver a plantear la exigencia por parte de Israel de ser reconocido como el Estado del pueblo jud¨ªo, est¨¢ obligando a los palestinos a insistir a¨²n m¨¢s en las cuestiones iniciales del conflicto, la primera de las cuales es el supuesto "derecho de regreso" de los palestinos que huyeron o fueron expulsados a consecuencia de la independencia israel¨ª en 1948.
Abbas es demasiado d¨¦bil y comprometido para aceptar soluci¨®n final alguna que pueda convenir a Netanyahu. Arafat estableci¨® el criterio de lo que es aceptable y lo que no y Abbas no puede permitirse el lujo de desviarse de ¨¦l. Como reconoci¨® en una reciente entrevista concedida al peri¨®dico palestino Al Quds, si se le presionara para que hiciera concesiones sobre principios palestinos sagrados, como, por ejemplo, los relativos a los refugiados, a Jerusal¨¦n y a las fronteras, "har¨ªa la maleta y se marchar¨ªa".
No es imposible que, con la participaci¨®n de Ham¨¢s, un acuerdo pudiera poner fin a la ocupaci¨®n, si no al conflicto. Dicho de otro modo, en semejante proceso se abordar¨ªan las cuestiones de 1967 -delimitaci¨®n de una frontera (incluida Jerusal¨¦n), retirada y desmantelamiento de los asentamientos, aplicaci¨®n de acuerdos en materia de seguridad y asunci¨®n por parte de los palestinos de la responsabilidad plena de la gobernaci¨®n-, al tiempo que se aplazaran para un momento futuro las de 1948.
Ham¨¢s es un interlocutor mucho m¨¢s c¨®modo para semejante soluci¨®n que la OLP. Curiosamente, Ham¨¢s e Israel podr¨ªan tener m¨¢s terreno com¨²n que Israel y la OLP. Israel quiere poner fin al conflicto, pero no es capaz de pagar el precio correspondiente, mientras que Ham¨¢s puede conciliar mejor su ideolog¨ªa con un acuerdo de paz con Israel, en caso de que no se lo considere definitivo.
El fin del conflicto, como el requisito de que se reconozca a Israel como un Estado jud¨ªo, es un concepto que ha adquirido innecesariamente un significado m¨ªtico. En lugar de insistir en lo que los palestinos no pueden conceder, Israel deber¨ªa centrarse en lo esencial: la legitimidad internacional de sus fronteras. Ya en 1947, la resoluci¨®n 181 de las Naciones Unidas reconoci¨® a Israel como Estado jud¨ªo e, incluso si los negociadores palestinos acordaran poner fin al conflicto de una vez por todas, la probabilidad de que todas las facciones palestinas acatasen semejante acuerdo es nula.
Sea cual fuere el rumbo que se siga, hoy la gran cuesti¨®n es la relativa al enigma que es Bibi Netanyahu, un aspirante a Churchill convencido de que su misi¨®n es la de frustrar los designios del nuevo imperio chi¨ªta del mal representado por Ir¨¢n, cosa que requiere la buena voluntad de la comunidad internacional, en particular del Gobierno de Obama.
No resulta totalmente tra¨ªdo por los pelos suponer que Netanyahu haya calculado finalmente que, si necesita mayor margen de maniobra para afrontar a Ir¨¢n, debe participar en el proceso de paz con los palestinos.
Pero en ese caso la aquiescencia iran¨ª, no las relaciones pac¨ªficas con una Palestina independiente, podr¨ªa ser el verdadero objetivo de Bibi.
Shlomo Ben Ami, ex ministro de Asuntos Exteriores de Israel, es vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo. Es autor de Scars of war, wounds of peace: the israeli-arab tragedy (Cicatrices de guerra, heridas de paz. La tragedia israelo-¨¢rabe). ? Project Syndicate, 2010. Traducido por Carlos Manzano.
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