Made in Mou Dos
En el episodio anterior, un preparador de f¨²tbol apodado Mou, abrumado por la responsabilidad de triunfar en el Real Club Central, viajaba hasta la isla veneciana San Michele para pedir consejo al fantasma de un famoso entrenador residente en aquel prestigioso cementerio. En realidad, Mou no admit¨ªa m¨¢s consejo que el de su espejo. Pero una dosis de brisa de ultratumba siempre resulta saludable para mitigar el orgullo y, sin duda, le ayudar¨ªa a sobrellevar los aires contaminados que, con el subterfugio de atraer sobre s¨ª las cr¨ªticas y salvaguardar a sus jugadores, ¨¦l mismo hab¨ªa propiciado a su llegada al nuevo club, provocando m¨¢s odios que simpat¨ªas. En eso se parec¨ªa al viejo difunto entrenador, cuyas petulantes declaraciones en vida todav¨ªa se recordaban despu¨¦s de muerto. "Ganaremos sin bajar del autob¨²s", "con diez se juega mejor" o la m¨¢s rotunda proclama de las muchas que se hab¨ªa llevado a la tumba: "Nadie conoce al Real Madrid mejor que yo". Pertinente aseveraci¨®n si no se refiriese al equipo de Di St¨¦fano, Puskas y Gento, al que hab¨ªa derrotado en la final de la Copa de Europa, Viena 1964, cuando estaba al mando del mismo Inter que, 45 a?os despu¨¦s, Mou tambi¨¦n har¨ªa campe¨®n.
Provocaba m¨¢s odios que simpat¨ªas, atra¨ªa las cr¨ªticas. En eso se parec¨ªa al viejo difunto entrenador
Las diferencias existentes entre aquel hist¨®rico Real Madrid y el hipot¨¦tico Real Club Central de Florentino son obvias. No obstante, por maliciosa curiosidad, traer¨¦ aqu¨ª a colaci¨®n la opini¨®n que el viejo difunto entrenador ten¨ªa sobre aquel crepuscular Real Madrid de anta?o: "El Real Madrid es una excelsa muestra de f¨²tbol ret¨®rico", dec¨ªa, "Eso s¨ª, el mejor en su g¨¦nero", precisaba; "pases cortos, frecuentemente superfluos, a la espera del destello individual, dan ocasi¨®n al repliegue defensivo", y proclamaba exultante: "Sab¨ªa c¨®mo jugarles porque siempre jugaban igual. A Di St¨¦fano, el mejor jugador moderno de todos los tiempos, empezaba a fallarle su m¨¢s extraordinaria cualidad: la fulgurante conexi¨®n de las piernas con el cerebro. A Puskas, siempre est¨¢tico, bastaba con evitar que el bal¨®n le llegara al pie, ya que ¨¦l no dar¨ªa un paso para buscarlo. En cuanto a Gento, zurdo perdido, era preciso obligarle a driblar hacia el interior, meti¨¦ndolo en un embudo defensivo, para controlar sus alocadas galopadas...".
Como relat¨¢bamos en el episodio anterior, el fantasma del viejo difunto entrenador, conocido en vida por sus siglas y apodado El Mago, jugaba a las tabas con el fantasma de Edra Pound, vecino de cementerio, sobre la tumba de Stravinsky que paseaba por el jard¨ªn del brazo de Diaghilev. A Mou le llam¨® la atenci¨®n cierta similitud entre la fisonom¨ªa del difunto entrenador y la del espectro de Pound. Mal¨¦volos ojillos vivaces y penetrantes, p¨¦trea y amplia testuz, corva y potente nariz y un rictus que pon¨ªa de relieve hasta qu¨¦ punto la muerte no hab¨ªa doblegado sus respectivas voluntades. Ni su supuesta paranoia. Amablemente, los anfitriones invitaron a sentarse al inesperado visitante y Mou sinti¨® el fr¨ªo de la losa en sus nalgas. Un fr¨ªo que trep¨® por su espinazo cuando el viejo entrenador le susurr¨® al o¨ªdo: "Lo que eres, fui. Lo que soy, ser¨¢s". No era advertencia ni amenaza, sino un golpe bajo a su vanidad.
Mou prefiri¨® no darse por aludido. No dejaba de ser parad¨®jico que el aserto proviniera de uno de los entrenadores m¨¢s egoc¨¦ntricos y vanidosos que, antes del advenimiento de Mou, ocupara un banquillo. "En mis tiempos, ve¨ªamos los partidos a ras de hierba desde un foso", rememor¨® el difunto entrenador retomando el pensamiento de su colega; "y del foso a la fosa no hay m¨¢s que un paso", brome¨® sard¨®nico. Mou carec¨ªa de sentido del humor y no hab¨ªa viajado hasta San Michele para o¨ªr nefastos augurios. Pero, cuando se dispon¨ªa a volver, el fantasma del viejo entrenador, con su chirriante voz de gozne desvencijado, le espet¨® a modo de despedida: "?Si tuvieras en tu equipo, Dios no lo quiera, a uno de esos jugadores que galopan y cocean y no juegan sin bal¨®n, contabiliza las jugadas que mueren en sus pies y act¨²a en consecuencia antes de que sea demasiado tarde!". El soniquete admonitorio y la ambig¨¹edad de la frase persist¨ªan en los t¨ªmpanos de Mou cuando el vaporetto surcaba las aguas rumbo a Venecia.
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