Esquerra y la cultura de gobierno
La tajante desautorizaci¨®n del consejero de Gobernaci¨®n, Jordi Aus¨¤s, por el presidente Jos¨¦ Montilla a prop¨®sito de la campa?a de agitaci¨®n independentista de los referendos -a la que el primero pretend¨ªa aportar urnas oficiales- es solo el pen¨²ltimo bot¨®n de muestra de la permanente confusi¨®n exhibida por los republicanos desde 2003 entre sus objetivos partidistas y los de la coalici¨®n de gobierno de la que forman parte.
Esta confusi¨®n ha sido un desastre para el tripartito de las izquierdas, porque ha tendido a diluir el programa pactado por los aliados, y en gran medida aplicado, en la nube de las enso?aciones del independentismo, para el que todo lo que haga un Gobierno sabe siempre a poco o a nada mientras no sea la proclamaci¨®n del Estado catal¨¢n desde un balc¨®n de la plaza de Sant Jaume.
Las concesiones de Joan Puigcerc¨®s al radicalismo no han impedido las sucesivas fugas
Lo m¨¢s llamativo del caso es, no obstante, que la direcci¨®n de ERC no parece ser en absoluto consciente de que el da?o infligido a la coalici¨®n por esta deriva no se traduce en absoluto en beneficio alguno para el propio partido. Todo lo contrario. Es un caso de manual de lo perniciosa que puede llegar a ser la debilidad de la direcci¨®n ante aquellos que se erigen, en ella o ante ella, en depositarios de las esencias, guardianes del purismo y adalides del programa m¨¢ximo siempre dispuestos a quemar etapas en pos de un futuro cuya brillantez desluce cualquier eventual logro del presente.
No es ret¨®rica. El entonces secretario general de ERC, Joan Puigcerc¨®s, abandon¨® por voluntad propia el Gobierno de la Generalitat en marzo de 2008 con la excusa de que la direcci¨®n del partido requer¨ªa un atenci¨®n que no le pod¨ªa prestar siendo consejero de Gobernaci¨®n. Un a?o despu¨¦s, sin embargo, se produjo en ERC la escisi¨®n del sector del partido encabezada por Joan Carretero, el mismo que en la legislatura anterior hab¨ªa empujado con ¨¦xito a ERC a rechazar la reforma del Estatuto en aras de la pureza independentista, en contra del criterio inicial de Josep Llu¨ªs Carod Rovira y Joan Puigcerc¨®s.
Con aquella escisi¨®n pareci¨® que el partido se desprend¨ªa del radicalismo. Pero result¨® que no era as¨ª. Los republicanos vivieron inmediatamente despu¨¦s la no menos traum¨¢tica guerra interna encabezada por el propio Puigcerc¨®s, con el apoyo de la plataforma radical creada por el ex dirigente de las juventudes Uriel Bertran, para descabalgar a Carod como l¨ªder del partido. Carod era su presidente y principal figura pol¨ªtica e institucional, pero en aquella batalla se le presentaba como m¨¢ximo exponente del sector moderado. La operaci¨®n consolid¨® a Puigcerc¨®s al frente de ERC y le allan¨® el camino para convertirse en su cabeza de cartel para las pr¨®ximas elecciones al Parlament, las del 28 de noviembre. No como un moderado, claro. Uriel Bertran, su fiel aliado interno, se lanz¨® junto con una serie de grupos radicales ajenos al partido, e incluso con la indirecta intervenci¨®n de un ala de Converg¨¨ncia Democr¨¤tica, a una campa?a de agitaci¨®n consistente en organizar votaciones populares sobre la independencia de Catalu?a. Simple desestabilizaci¨®n antiautonomista que contribuye a menoscabar al Gobierno y su acci¨®n.
Esta campa?a se ha convertido, en la pr¨¢ctica, en el vivero en el que han crecido los afiliados de los nuevos partidos creados por Carretero y por el ex presidente del FC Barcelona Joan Laporta. Con ellos se ha ido tambien Uriel Bertran y la plataforma que hab¨ªa creado en ERC. Entre todos amenazan con arrebatarle a Puigcerc¨®s una parte de su electorado.
El balance provisional de todo este proceso de ERC no es nada halag¨¹e?o. La incapacidad para resistir a la presi¨®n radical que no cesa de gritar "?independencia, independencia!" ha impedido a Esquerra lograr uno de sus principales objetivos de 2003: pasar de partido de reivindicaci¨®n y agitaci¨®n a fuerza de gobierno, adquirir el perfil de socio fiable, constructivo, capaz de gestionar la Administraci¨®n aun a costa de sacrificios partidistas.
En suma, todo lo contrario a prestar urnas oficiales para la agitaci¨®n pol¨ªtica.
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