Mi vida como un hombre
A los 11 a?os de edad, Nadia tuvo la determinaci¨®n de sobrevivir bajo la piel de un chico
El rostro de Nadia Ghulam no tiene una edad clara. Es joven y maduro al mismo tiempo. Su juventud y el peso de las vicisitudes de su biograf¨ªa se superponen en esas facciones que saben tambi¨¦n ser impenetrables. Es como si las experiencias terribles por las que ha pasado hubieran acelerado el proceso natural de la vida y su piel guardara una memoria torturada, que asoma de pronto, en algunos gestos. Su pasaporte afgano dice que naci¨® mujer, el 4 de junio de 1985, en Kabul, pero ella ha vivido parte de su ni?ez y casi toda su adolescencia enfundada en una identidad masculina. Nadia fue Zelmai, el hermano mayor asesinado en la guerra civil que dio paso a la terrible paz de los talibanes, en 1996. Y lo fue con tanta intensidad y aplicaci¨®n que su identidad de mujer naufraga a veces en esa memoria que ella misma reconstruye, sentada ante una taza de t¨¦, una ma?ana de octubre, en una cafeter¨ªa de Barcelona.
"Ahora estoy contenta de ser mujer", dice Nadia, porque puede ser independiente y libre como las occidentales
Nadia encuentra el 'niqab' incomod¨ªsimo. Cuando era un chico, insist¨ªa en que su madre usara el 'burka'
Nadia viste de pies a cabeza ropa deportiva de una marca muy popular. "Me gusta mucho, es caliente y c¨®moda", dice. Botas de monta?a, pantal¨®n y chaqueta negra sobre un forro polar azul intenso. La comodidad lo es todo. A ella no le interesa la moda. Y eso que nada m¨¢s llegar a Espa?a, hace cuatro a?os, le hechizaban las tiendas. "Entraba y dec¨ªa: '?Puedo mirar?'. Y me dejaban. Mirar es la primera palabra que aprend¨ª".
No son las tiendas de lujo, ni los coches, ni los restaurantes, ni el brillo espectacular del mundo occidental lo que le tienta, sino la libertad de las mujeres. "Al principio lloraba y le dec¨ªa a la psic¨®loga que no quer¨ªa ser mujer, porque quer¨ªa ser independiente. Ella me dijo que aqu¨ª las mujeres son libres tambi¨¦n. Y es verdad".
Ahora va y viene sola, coge el metro, el tren de cercan¨ªas, el autob¨²s, y paladea todos los d¨ªas su libertad como un manjar exquisito. "Ahora me gusta ser mujer", dice, con una voz dulce y aguda, inequ¨ªvocamente femenina. Tiene rasgos grandes, piel muy oscura y unos ojos casta?os que miran al mundo sin miedo. Luce una melena negr¨ªsima, rizada, de la que parece estar muy orgullosa, y todos sus gestos trasmiten determinaci¨®n. "Cuando voy a Afganist¨¢n hay gente que me dice: '?Qu¨¦ te ha pasado? Tienes muchas marcas, est¨¢s muy quemada'. Y yo digo: 'Pues s¨ª, es as¨ª".
Sin embargo, despu¨¦s de 14 operaciones, las ¨²ltimas en una cl¨ªnica de Barcelona, Barnacl¨ªnic, que la atendi¨® gracias a la mediaci¨®n de dos ONG, Asda y Cirujanos Pl¨¢stikos Mundi, solo quedan en su rostro tenues huellas de las terribles heridas que sufri¨®.
Fue en 1993, cuando el mundo feliz de Nadia salt¨® por los aires. Una bomba destruy¨® su casa y le alcanz¨® a ella de lleno. Pas¨® seis meses en coma en un hospital de Kabul. Apenas recuperada, con el rostro deformado por las quemaduras y las heridas todav¨ªa abiertas, tuvo que dejar el hospital y ponerse a salvo, con el resto de su familia, de una guerra que hacia estragos por todas partes. No hab¨ªa d¨®nde refugiarse ni qu¨¦ comer. Su madre y ella peregrinaron como fantasmas por la ciudad en ruinas, mientras sus dos hermanas peque?as quedaban a cargo de una t¨ªa. Su padre y el hermano mayor, Zelmai, estuvieron perdidos mucho tiempo en el caos infernal de Kabul. Un d¨ªa, su hermano sali¨® a la calle en busca de comida y no regres¨® nunca. Un amigo les dijo que hab¨ªa sido asesinado por uno de los se?ores de la guerra. Su padre enloqueci¨®.
El triunfo de los talibanes, en 1996, fue un golpe m¨¢s en una sucesi¨®n de desastres. Las mujeres vieron mutilada su identidad de personas. Se les oblig¨® a cubrirse con el burka, se les impidi¨® trabajar y salir a la calle sin la compa?¨ªa de un hombre. Como consecuencia de estas leyes, muchas afganas murieron de hambre, solas y abandonadas.
Con el padre perturbado y el hermano muerto, no hab¨ªa futuro tampoco para Nadia, para su madre ni para sus hermanas. Entonces, con solo 11 a?os, tom¨® una decisi¨®n asombrosa: convertirse en un hombre. Enterrar a Nadia bajo capas de ropa masculina y convertirse en Zelmai, el hermano muerto. Lo pens¨® mientras convalec¨ªa de una nueva operaci¨®n en el hospital de Jalalabad, atendido por m¨¦dicos alemanes bajo la protecci¨®n de la Media Luna Roja. Su madre opuso mucha resistencia, pero al final se rindi¨®. Y Nadia se visti¨® ropas viejas de campesino y se cubri¨® la cabeza quemada con un turbante. As¨ª pudo trabajar y evitar que su familia muriera de hambre.
En el Kabul destruido por la guerra y aterrorizado por los talibanes, trabaj¨® como un campesino, cuid¨® del ganado, excav¨® pozos y recogi¨® excrementos humanos en el vecindario para utilizar como abono. Tambi¨¦n estudi¨® el Cor¨¢n, encontr¨® sosiego en una comunidad suf¨ª y hasta fue ayudante fiel de un anciano mul¨¢ en una mezquita de Kabul. "Era muy conocido all¨ª, me llamaban mul¨¢ y profesor", recuerda. "Yo fumaba hach¨ªs con los talibanes, que eran los vecinos del barrio. Pero pasaba tanto miedo que me escond¨ªa entre las plantas de ma¨ªz a llorar. Luego me dec¨ªan: 'Zelmai, cu¨¢nto has fumado, tienes los ojos rojos".
Aunque esta etapa est¨¢ asociada a los gritos de los ladrones a los que se aplicaba la sharia, y cuyas manos cortadas quedaban prendidas del tendido el¨¦ctrico, Nadia no comparte las cr¨ªticas occidentales a los talibanes. "La gente no sabe cu¨¢nto sufrimos antes con los muyahidin. Hab¨ªa mucha inseguridad y violencia con ellos. Con los talibanes hab¨ªa leyes rigurosas, pero si las cumpl¨ªas estabas seguro", dice. Excepto si eras una mujer. "Como un hombre, todo era m¨¢s f¨¢cil", reconoce.
Incluso en aquella c¨¢rcel gigantesca hab¨ªa peque?as fisuras, peque?as grietas por las que se filtraba la libertad, la vida en sus facetas m¨¢s inocentes. Hab¨ªa unos pocos cines clandestinos en los que se pod¨ªan ver pel¨ªculas de Bollywood. Las cintas se proyectaban en viejos televisores alimentados por la bater¨ªa de un cami¨®n del due?o del invento. A veces, la bater¨ªa se descargaba en el mejor momento y hab¨ªa que esperar a que llegara otro veh¨ªculo para ver el final. Todav¨ªa hoy, las pel¨ªculas de Bollywood son las que m¨¢s le gustan a Nadia. "Soy muy cl¨¢sica, me bajo de Internet las canciones de un cantante afgano, Ahmed Zahir
[muerto a finales de los a?os setenta], y me gustan las pel¨ªculas antiguas, no las que ven aqu¨ª los j¨®venes".
Nadia habla a borbotones en un castellano aceptable y apoya sus palabras con movimientos constantes de las manos. Son manos delicadas, sin huella ya de las penalidades que afrontaron mientras fue chico. El hambre y el p¨¢nico a ser descubierta estaban siempre presentes. Si sospechaban que bajo aquel turbante de tosca tela marr¨®n hab¨ªa una mujer, el castigo pod¨ªa ser terrible. Por eso, Nadia se afanaba en ocultar sus formas de mujer. Vest¨ªa bajo las ropas de hombre una camiseta apretada para aplastar sus pechos y usaba varias capas de ropa para dar a su cuerpo una apariencia casi informe. La ropa le hac¨ªa sudar a mares bajo el sol inclemente de Afganist¨¢n, pero no era nunca suficiente para preservarla del fr¨ªo en invierno. A los 13 a?os se enfrent¨® con horror a la primera regla pensando que estaba enferma, y solo gracias a la informaci¨®n que le proporcion¨® una de sus primas super¨® el susto.
A los 16 a?os, con la derrota de los talibanes, Nadia volvi¨® a la escuela. Aprendi¨® a escribir, fue a clases de matem¨¢ticas y despu¨¦s, sin despojarse de sus ropas de hombre, a un instituto femenino. Ella era una mujer, y ese era su sitio, pero tampoco pod¨ªa abandonar de golpe su identidad masculina, por eso se present¨® en el centro vestida de chico. "Yo era Zelmai, y no pod¨ªa ser otra persona de golpe". Y de nuevo tuvo que afrontar el rechazo de los otros. Iba mal vestida, ten¨ªa el rostro desfigurado y un aspecto inquietante para aquellas chicas, muchas de las cuales hab¨ªan vivido en el exilio los a?os de guerra. All¨ª volvi¨® a sentirse excluida. "A las chicas les asustaba verme, y yo ten¨ªa que meterme debajo de las mesas. Con los hombres, con mis amigos, no hab¨ªa problemas, pero las mujeres estaban muy protegidas, igual no hab¨ªan vivido en Afganist¨¢n durante la guerra, eran vanidosas, muy preocupadas de estar guapas, y he sufrido eso much¨ªsimo".
La nueva guerra desatada contra los talibanes, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cambi¨® tambi¨¦n la vida de Nadia. Llegaron legiones de periodistas y ONG a Afganist¨¢n. Y la historia de Zelmai/Nadia, el chico que era en realidad una chica, lleg¨® a o¨ªdos de algunas. Nadia se vio forzada a contar su vida para conseguir algo de ayuda. "A veces me trataban como a una esclava, me exhib¨ªan como si fuera un mu?eco de feria", dice. Por eso, ahora que es una mujer libre, ha escrito, con la ayuda de la periodista catalana Agn¨¨s Rotger, un libro que recoge su propia versi¨®n de esa etapa asombrosa de su vida. El secreto de mi turbante, el libro que publica ahora la editorial Planeta, contiene, adem¨¢s del relato estremecedor de su vida, algunas cr¨ªticas a las organizaciones no gubernamentales. "Las ONG no se dan cuenta de si lo que hacen est¨¢ bien o mal", cuenta. "Me ayudaron en unas cosas y me perjudicaron en otras. No quiero ser desagradecida, pero no creo que sepan tratar bien a la gente. Algunas creen que me han ayudado mucho y est¨¢n muy orgullosas, pero lo que Nadia sufri¨® no le import¨® a nadie".
La vida de Nadia inspir¨®, incluso, una pel¨ªcula, Osama, la historia de una ni?a que asume una identidad de chico para sobrevivir en Kabul. Cuando se estren¨®, en 2003, el primer filme rodado en Afganist¨¢n despu¨¦s de los horrores de la guerra y del dominio talib¨¢n, Osama tuvo un gran eco. Recibi¨® premios en los festivales internacionales y en Kabul caus¨® asombro. A Nadia le cost¨® mucho ir a verlo. Al final, tanto le insistieron algunos periodistas y miembros de ONG que no pudo negarse. "Fui al cine, pero me hizo mucho da?o verlo. Cuando sali¨®, me sent¨ª en peligro, porque era mi historia, y no quer¨ªa que me descubrieran. Mis amigos lo vieron y me lo contaban: 'Mira, es una chica que se disfraza como un chico'. Y yo me defend¨ªa. '?Pero eso no puede ser. Si me encontrara con un chico as¨ª, yo descubrir¨ªa que era una chica y la har¨ªa mi novia', les dec¨ªa".
El p¨¢nico regres¨®. Todav¨ªa eran muchos lo que no sab¨ªan que Zelmai era, en realidad, una joven. Todav¨ªa hoy, Nadia sigue siendo un hombre para muchos de los amigos que la trataron entonces en Afganist¨¢n. Todav¨ªa hoy, cuatro a?os despu¨¦s de llegar a Catalu?a para operarse de las cicatrices profundas de la guerra, tiene a veces dudas sobre s¨ª misma. Y se siente desubicada, como los exiliados. "S¨ª, cuando estoy aqu¨ª me acuerdo mucho de mi familia, de mi pa¨ªs. Cuando voy all¨ª me acuerdo de mis padres adoptivos y de mi vida aqu¨ª". Pero, puntualiza con mucha energ¨ªa, "no soy una exiliada, yo quiero volver y ayudar a mi pa¨ªs. Quiero prepararme para ayudar a Afganist¨¢n. No en pol¨ªtica, porque con la pol¨ªtica no se ayuda". Por eso estudia sin descanso: catal¨¢n, inform¨¢tica, integraci¨®n social y materias que tienen que ver con la calidad del trabajo de las ONG. "Y tengo muchos amigos. Mucha vida social".
Ha hecho varios viajes con su familia adoptiva, con la que vive en Badalona. Y ha ido a Italia como una turista m¨¢s con una amiga iran¨ª y otra catalana. "Uf, en Roma me pas¨® una cosa graciosa", dice Nadia conteniendo la risa. Estamos en un restaurante tailand¨¦s de Barcelona, que ha elegido ella misma. "Pues que estaba con mis amigas en una plaza con una fuente, y ellas fueron a comprar no s¨¦ que, y yo miro el fondo y veo que la fuente tiene dinero, muchas monedas. Y me lanzo y saco un mont¨®n de monedas de dos euros. Cuando vienen ellas y les cuento, me dicen: 'Pero Nadia, qu¨¦ has hecho, ese dinero lo tira la gente, es una costumbre". Era la Fontana di Trevi.
-?Y qu¨¦ hiciste con esas monedas?
-Ah, qued¨¢rmelas. Nos tomamos muchos capuchinos con ellas.
Nadia se r¨ªe un rato, completamente relajada. Si no fuera porque en Kabul ha quedado su familia, se podr¨ªa decir que es feliz. Pero en Kabul se han quedado todos. Su madre, analfabeta, prematuramente envejecida por la dureza de unas condiciones de vida que sit¨²an en 43 a?os la esperanza de vida media en Afganist¨¢n. Una mujer de hierro que luch¨® por la vida de Nadia con una tenacidad conmovedora. Y su padre, que perdi¨® la raz¨®n en medio de las atrocidades de la guerra; y sus hermanas peque?as, que la siguen viendo como el hermano represor y con las que nunca lleg¨® a comunicarse.
Nadia reconoce que quiz¨¢ fue dura, brutal, injusta, con ellas y con su madre. "Pero era mi supervivencia. Ten¨ªa que ser m¨¢s valiente que los otros hombres. Me dec¨ªan el loco, porque no era fuerte, pero tiraba piedras a quien me amenazaba".
Su fervor religioso la protegi¨® de situaciones dif¨ªciles m¨¢s de una vez.
-?Es creyente todav¨ªa?
-S¨ª, s¨ª, conozco el Cor¨¢n a fondo, y el islam es una religi¨®n muy buena. Lo malo son los fundamentalistas. El Cor¨¢n no dice que haya que pegar a las mujeres, ni encerrarlas.
A los 25 a?os, Nadia se siente con toda la vida por delante. ?Piensa en los chicos?, ?en encontrar alguno que le guste? ?en casarse?, ?quiz¨¢ en tener hijos? "Tengo muchos proyectos, no s¨¦, ya lo ver¨¦. Yo tengo que hacer mi vida, y con tiempo todo se arregla", responde enigm¨¢tica.
De momento, su libro ha recibido el Premio Bertrana, dotado con 42.000 euros. Un regalo excelente que se han repartido las autoras, Nadia y Agn¨¨s Rotger, que le acompa?a un rato en la entrevista.
"Mi ilusi¨®n es estudiar en la universidad y ayudar a mi familia, Tengo proyectos de ayudar a mi pa¨ªs". El libro ha sido el primer paso en la forja de ese nuevo yo. De esa identidad de mujer entregada a los suyos, a su pa¨ªs, a sus compatriotas. "Como mujer afgana y v¨ªctima de guerra, me ha parecido que mi historia pod¨ªa servir a otras personas que luchan. En Afganist¨¢n y fuera. Sobre todo, para los j¨®venes".
En los cuatro a?os que lleva viviendo en Badalona con su familia adoptiva ha visitado tres veces Afganist¨¢n. Ha ido en calidad de int¨¦rprete para una ONG, y tambi¨¦n con el equipo de una productora que prepara un documental sobre su segunda vida a caballo entre Espa?a y Afganist¨¢n.
Volver a casa remueve muchas cosas en su coraz¨®n. Cuando llega a Kabul, es como una especie de Pap¨¢ Noel. Y en su casa la siguen tratando con el respeto que se otorga a los hombres. "Siempre me ponen un vaso de t¨¦, y con mis hermanas sigo teniendo la relaci¨®n de hermano con sus hermanas". Eso s¨ª, tambi¨¦n se permiten algunas cr¨ªticas. Las ropas femeninas que lleva no les gustan. "Nadia, me dicen, te queda mejor la ropa de antes".
Pero volver es, todav¨ªa, claudicar. "Cuando voy, me tengo que poner un niqab para salir a la calle. Y es incomod¨ªsimo. No me imaginaba que fuera tan inc¨®modo cuando era un chico y le obligaba a mi madre a ponerse el burka para salir. Cuando visto el niqab, me pongo triste y termino llorando".
Su yo masculino era severo, pero valora todo lo que aprendi¨® a trav¨¦s de ¨¦l. "El papel de hombre me ense?¨® muchas cosas. Estoy muy contenta de ser una mujer, pero mi experiencia de hombre ha sido muy ¨²til". Por eso es capaz de romper una lanza a favor de los hombres de su pa¨ªs. "En Afganist¨¢n", dice, "tampoco los hombres tienen una vida f¨¢cil. Tambi¨¦n ellos est¨¢n sometidos al poder de las familias". Tambi¨¦n son v¨ªctimas de una historia de guerras encarnizadas que han hecho ingobernable este pa¨ªs de poco m¨¢s de 31 millones de personas con una organizaci¨®n social tribal. Afganist¨¢n solo superar¨¢ sus problemas, de eso Nadia est¨¢ segura, con mucha educaci¨®n, mucho estudio.
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