Los difuntos
Algunos cient¨ªficos futuristas consideran que en fechas no muy lejanas nuestros cerebros podr¨¢n ser escaneados y reinstalados en un computer, sin que el tr¨¢nsito sea especialmente traum¨¢tico, no m¨¢s que muchas de las variaciones que experimentamos en nuestra vida, y que all¨ª seguir¨¢n funcionando con la misma ilusi¨®n de identidad personal que ten¨ªan en nuestros cuerpos. Instalados en un robot, ser¨ªamos inmortales, con lo que habr¨ªamos satisfecho una de las viejas aspiraciones humanas. Tengo mis dudas, sin embargo, de que mi cerebro pueda tener sentido alguno de identidad personal desgajado de su soporte biol¨®gico, de ese cuerpo fuente y soporte de impresiones, sensaciones, emociones, complejos, ¨¦xtasis y decaimientos, sea cual sea la memoria, sin duda fantasmal, que mi cerebro-en-robot guarde de su anterior soporte natural. Aunque es cierto que ese Yo trasplantado seguir¨¦ siendo Yo, sea igualmente cual sea la idea de m¨ª mismo que vaya desarrollando. Hasta ah¨ª el futuro, en cuya perspectiva no muy lejana otros ven posible incluso una inmortalidad menos mec¨¢nica, en la medida en que ser¨¢n nuestros cuerpos biol¨®gicos los que ir¨¢n robotiz¨¢ndose, convirti¨¦ndose en m¨¢quinas inmortales a base de pr¨®tesis, trasplantes, regeneraci¨®n de ¨®rganos y otras maravillas.
Seremos, pues, inmortales en un futuro pr¨®ximo. Y es penoso saberse mortal cuando se est¨¢ tan cerca del fin de nuestros desvelos. Achatarrado o no, me transporto a ese mundo inminente de inmortales y, no s¨¦ si por las fechas en que nos hallamos, me asalta como inmortal una honda melancol¨ªa en lugar del j¨²bilo que debiera asistirme. Pienso en mis muertos, y en los muertos de mis muertos, hasta remontarme al m¨¢s remoto de nuestros antecesores, y percibo en ellos un silencio abismal que no apreciaba cuando yo mismo era mortal. S¨®lo resta de ellos una estela de polvo, el mismo polvo que uno pod¨ªa presumir que nos correspond¨ªa a todos como destino, ese polvo com¨²n que los un¨ªa a nosotros y que los hac¨ªa vivir en tanto que nosotros vivi¨¦ramos. Pero ese destino suyo ya no es el nuestro, y eso los aleja definitivamente. ?Somos ya otra especie y ellos han sido apartados de la historia, abandonados a su silencio oscuro?
Me digo que tambi¨¦n ellos se sab¨ªan inmortales, o al menos eternos, y que pensaban durar con sus cuerpos transfigurados, esos que vemos ascender, como cuerpos gloriosos, en el fresco de Miguel ?ngel. Y desde mi inmortalidad escaneada o prot¨¦sica me pregunto si no habr¨¢n realizado su tr¨¢nsito, si no habr¨¢n despertado de sus almohadas de polvo que dec¨ªa George Herbert y habitar¨¢n un universo paralelo, que a nosotros nos habr¨¢ sido ya definitivamente negado. O si lo que a¨²n vive en su reposo de polvo es el deseo, el deseo de durar que revive en nosotros como herencia cuando los recordamos. Que al menos ese deseo, ese que nos ha hecho inmortales -su trabajado empe?o-, merezca nuestro homenaje y nos haga part¨ªcipes de su estirpe.
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