Miradas fotogr¨¢ficas
Dos hombres j¨®venes andan atareados al mismo tiempo por las ciudades modernas de mil novecientos treinta y tantos, cada uno armado con su c¨¢mara fotogr¨¢fica, con una actitud parecida de curiosidad y de urgencia, y no es probable que se hayan cruzado alguna vez, y ni siquiera que hayan sabido el uno del otro. Santos Yubero, nacido en Madrid, en 1903, trabaja de reportero gr¨¢fico en su ciudad, que conoce como la palma de su mano, con el conocimiento ¨ªntimo de un autodidacta que se ha ganado desde ni?o la vida con trabajos azarosos, entre ellos el de la fotograf¨ªa, para el que parece que s¨®lo hace falta arrojo y un m¨ªnimo de destreza t¨¦cnica. Horacio Coppola es tres a?os m¨¢s joven y proviene de una familia culta y burguesa de Buenos Aires. Santos Yubero va de un lado para otro con sus gafas redondas de miope y su c¨¢mara y su tr¨ªpode a cuestas, acuciado por la actualidad de las grandes circunstancias pol¨ªticas, los cr¨ªmenes escandalosos, las celebraciones populares de un Madrid que parece agitado por un trastorno permanente de multitudes: las que llenan los estadios de f¨²tbol y las explanadas de los m¨ªtines, las que se congregan para saludar el advenimiento de la Rep¨²blica o el entierro de un torero o el sprint final de una carrera ciclista.
Horacio Coppola pasea su mirada afable de extranjero por paisajes desiertos o muy poco habitados de capitales europeas que no son nunca Madrid: Budapest, Par¨ªs, Berl¨ªn, Londres, y en sus fotos no ocurre nada, o casi nada, y cuando ocurre algo lo sabemos a trav¨¦s de indicios no subrayados: en una calle de Berl¨ªn cuelgan banderolas de verbena y cada una de ellas lleva impresa una esv¨¢stica; en otra un trabajador montado en una bicicleta mira de soslayo con recelo, contra un fondo de bloques de viviendas obreras de estilo Bauhaus; quiz¨¢s vigila la posible aparici¨®n de una patrulla motorizada de provocadores con camisas pardas. En las fotos de Santos Yubero la historia contempor¨¢nea estalla con el chasquido de un flash fotogr¨¢fico: Manuel Aza?a, gordo e ¨ªntimamente angustiado, se abre paso entre periodistas y curiosos por un corredor muy estrecho nada m¨¢s recibir el encargo de formar a toda prisa el primer Gobierno del Frente Popular; Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera y un grupo de seguidores salen retadoramente a una calle hostil despu¨¦s de dar uno de los primeros m¨ªtines de la Falange y ya han encendido cigarrillos y se llevan las manos hacia el interior de los abrigos con un adem¨¢n que no se sabe si es el de guardar el mechero o el de palpar una pistola; junto a la entrada del Dep¨®sito de Cad¨¢veres de Madrid yace un cuerpo que tiene algo de gui?apo manchado de sangre y el fot¨®grafo ha reconocido hace un momento, con la primera claridad del d¨ªa, la cara de Jos¨¦ Calvo Sotelo. Antes de irse, los ejecutores dejaron en el suelo el sombrero del muerto.
Las fotos de Horacio Coppola est¨¢n en el C¨ªrculo de Bellas Artes, en una exposici¨®n al cuidado del galerista Jorge Mara. Basta cruzar la calle de Alcal¨¢ para encontrarse con las de Santos Yubero, que ha seleccionado y ordenado Publio L¨®pez Mond¨¦jar, archivero de la memoria fotogr¨¢fica espa?ola. Como tantas veces, la pura coincidencia revela conexiones y disonancias que de otro modo no ser¨ªan visibles. No es s¨®lo que las ciudades de Coppola est¨¦n muchas veces desiertas y en el Madrid de Santos Yubero haya un desbordamiento de humanidad. Coppola retrata a la gente de lejos o de espaldas: en las fotos de Santos Yubero nos miran de frente fieras pupilas espa?olas. Tambi¨¦n la mirada de cada fot¨®grafo implica una actitud hacia el mundo que se vuelve m¨¢s singular cuando se la compara con la del otro. Horacio Coppola, que hab¨ªa sido compa?ero de Borges en sus caminatas de noches enteras hasta los confines de Buenos Aires, es un observador tranquilo y ocioso, que se fija con preferencia en lo que no tiene ninguna importancia, que elude cuidadosamente el ¨¦nfasis de un motivo demasiado ostensible. Se hab¨ªa comprado en Berl¨ªn una Leica de 35 mil¨ªmetros, y da la impresi¨®n de que la usara como un peque?o cuaderno de notas, como un diario de viaje en el que se apunta r¨¢pidamente algo para no olvidarlo luego o se dibuja un boceto. El gran motivo de las artes en la segunda y la tercera d¨¦cadas del siglo pasado, la ciudad moderna mecanizada y masificada, surgi¨® al mismo tiempo que se perfeccionaban los adelantos t¨¦cnicos m¨¢s adecuados para retratarlo, la c¨¢mara de cine y la c¨¢mara Leica. Las otras artes les van a la zaga: la novela, la pintura, incluso la poes¨ªa. Y todas imitan de un modo u otro los ritmos entrecortados del montaje cinematogr¨¢fico, las yuxtaposiciones del collage, el efecto de aluvi¨®n humano, instantaneidad y choque de mundos simult¨¢neos que se hab¨ªan convertido en la materia cotidiana de la fotograf¨ªa. El poeta de entonces es un caminante tan alucinado como el fot¨®grafo: Lorca por Nueva York, T. S. Eliot por Londres, C¨¦sar Vallejo por Par¨ªs, Ra¨²l Gonz¨¢lez Tu?¨®n por Buenos Aires.
Horacio Coppola hab¨ªa asistido en 1929 a una conferencia de Le Corbusier que le hizo mirar de otra manera las ciudades. Se mov¨ªa, igual que Borges, en la ¨®rbita del selecto vanguardismo porte?o de Victoria Ocampo, y en 1931 public¨® algunas fotos en la reci¨¦n fundada Sur. Viaj¨® a Europa para estudiar en la Bauhaus, pero lleg¨® a Berl¨ªn justo cuando los nazis celebraban sus primeros triunfos. Se bajaba de un tren y empezaba a caminar por una ciudad desconocida y ya estaba subyugado por ella. "Hay una primera Londres: ya avanzada la noche llego a Victoria Station y atravieso, en largo recorrido, el rastro de una ciudad inm¨®vil, ofreci¨¦ndome su intimidad silenciosa". Como un cuaderno instant¨¢neo su c¨¢mara captaba lugares en los que nadie m¨¢s hab¨ªa reparado, y les otorgaba un misterio que es el de las cosas m¨¢s comunes cuando alguien que mira y sabe m¨¢s que nosotros nos hace un gesto indic¨¢ndonos que nos fijemos en ellas. Retrat¨® solares vac¨ªos, paredes medianeras vistas desde un tren elevado, calles adoquinadas de casas bajas en barriadas perif¨¦ricas, mendigos dignos con sombrero y corbata y pu?os gastados y agujeros en el abrigo, escaparates de ferreter¨ªas pobres. Volvi¨® a Buenos Aires en 1936 y unos pocos a?os despu¨¦s algunas de las ciudades de sus fotograf¨ªas eran monta?as de escombros.
Me dice Jorge Mara que Horacio Coppola sigue vivo y l¨²cido a los 104 a?os. Santos Yubero muri¨® en 1994, con 91, despu¨¦s de abarcar con una energ¨ªa prodigiosa la historia entera de medio siglo, como un Balzac o un Gald¨®s de la fotograf¨ªa, con la misma indiscriminada vocaci¨®n de contarlo todo. En 1939 tom¨® fotos del primer Desfile de la Victoria franquista igual que las hab¨ªa tomado en 1931 de la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica y en 1936 de los batallones de milicianos euf¨®ricos por la toma del Cuartel de la Monta?a, y retrat¨® igual el miedo en la cara afilada de Manolete que en las de los presos pol¨ªticos arrodillados obligatoriamente en una misa carcelaria. A diferencia de Coppola, no es muy probable que se viera a s¨ª mismo como un artista.
El Madrid de Santos Yubero. Cr¨®nica gr¨¢fica de medio siglo de vida espa?ola. 1925-1975. Fondo del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Sala Alcal¨¢ 31. Madrid. Hasta el 16 de enero de 2011. www.madrid.org. Horacio Coppola. Los viajes. C¨ªrculo de Bellas Artes. Madrid. Hasta el 26 de enero de 2011. www.circulobellasartes.com
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