Mar¨ªa Rosa Lida o las luces de la filolog¨ªa
Hoy, 7 de noviembre, se cumple un siglo del nacimiento de Mar¨ªa Rosa Lida en Buenos Aires, y pronto har¨¢ medio de su muerte en California, el 26 de septiembre de 1962. A quien no sepa qu¨¦ alturas de excelencia alcanz¨® en la filolog¨ªa y en la historia de la literatura, quiz¨¢ quepa suger¨ªrselo resumiendo que en ella confluyen y se incrementan todas las virtudes de las tradiciones en que se form¨® y cuyo entrelazarse fue el tema central de sus estudios: las tradiciones de Atenas y Jerusal¨¦n, la Argentina de la Weltliteratur, la Espa?a del Centro de Estudios Hist¨®ricos.
De familia asquenaz¨ª decidida a arraigarse en una nueva cultura, un hermano suyo, el admirable Raimundo Lida, la recordaba "muy ni?a, inclinado el rostro -hora tras hora, domingo tras domingo, verano tras verano- sobre las p¨¢ginas amarillentas de la Biblioteca Cl¨¢sica" de Hernando. La inicial vocaci¨®n de helenista se troc¨® en entusiasmo por la literatura espa?ola al entrar (1933) en el Instituto de Filolog¨ªa que Amado Alonso, su gran maestro (y acaso su gran pasi¨®n voluntariamente ignorada), dirig¨ªa como espl¨¦ndida prolongaci¨®n de la escuela de Men¨¦ndez Pidal.
La gran fil¨®loga argentina aun¨® Atenas y Jerusal¨¦n, Espa?a y Am¨¦rica
Pero el Instituto eran tambi¨¦n Pedro Henr¨ªquez Ure?a, Alfonso Reyes, Am¨¦rico Castro, hombres con la misma amplitud de horizontes que don Amado, y precisamente en una Buenos Aires le¨ªda y cosmopolita hasta el exceso, la Buenos Aires de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, donde Mar¨ªa Rosa se codeaba con ambos dando por radio una conferencia o publicando en Sur un ensayo sobre el mito de Helena, y ¨²nicamente echaba en falta una colecci¨®n de libros antiguos como las mejores europeas.
A principios de los a?os cuarenta, ten¨ªa poco menos que terminado un estudio monumental en torno a la huella de Flavio Josefo en las letras hisp¨¢nicas desde la Edad Media hasta el periodo colonial, con frecuentes miradas a otros dominios y un mont¨®n de estupendas digresiones. No hab¨ªa elegido el asunto al azar: Josefo, el jud¨ªo helenizado y civis romanus, no pod¨ªa resultarle sino ¨ªntimamente atractivo; y acotar su influencia en tal marco, del viejo al nuevo mundo, era como situarse ah¨ª ella misma.
Ese trabajo, donde se aprecian ya en plenitud las que ser¨ªan para siempre las coordenadas mayores de su quehacer, qued¨® sin embargo in¨¦dito (solo p¨®stumamente ha ido lleg¨¢ndonos a retazos), mientras por los mismos a?os Mar¨ªa Rosa empezaba a dar a luz una serie de art¨ªculos que, cordialmente pregonados por Amado Alonso, causaron el deslumbramiento de todos los lectores, con don Ram¨®n a la cabeza, y le ganaron un prestigio con aureola de mito. Eran art¨ªculos, como Transmisi¨®n y recreaci¨®n de temas grecolatinos en la poes¨ªa l¨ªrica espa?ola o Dido y su defensa en la literatura espa?ola, en los que la autora indagaba la Nachleben, la pervivencia de los motivos cl¨¢sicos con una erudici¨®n y un discernimiento como nunca se hab¨ªan visto despu¨¦s de Men¨¦ndez Pelayo.
Trasladada a los Estados Unidos, en 1948 se cas¨® con el insigne romanista Yakov Malkiel. La relaci¨®n entre ambos hab¨ªa comenzado por v¨ªa epistolar, en una correspondencia, por fortuna conservada, que constituye un paradigma de elegancia y artes de seducci¨®n (en Espa?a se publicar¨¢ con el t¨ªtulo de Amor y filolog¨ªa); y el mismo d¨ªa en que se vieron y se tutearon por primera vez se prometieron en matrimonio.
En Berkeley, donde ense?aba su marido y por tanto no pod¨ªa hacerlo ella (as¨ª estaban las cosas), con solo breves etapas de visitante en otras universidades, los tres lustros escasos que le quedaban de vida fueron de una fecundidad pasmosa. A las m¨²ltiples aportaciones en revistas especializadas, vinieron entonces a sumarse los grandes libros sobre Juan de Mena (1950), la idea de la fama en la Edad Media (1952) y La originalidad art¨ªstica de La Celestina (1962), el gigantesco volumen al que hab¨ªa dedicado tanto esfuerzo y talento y que no lleg¨® a ver impreso.
En las pocas l¨ªneas que aqu¨ª son posibles, no me siento con fuerzas para explicar a quienes no lo hayan apreciado por s¨ª mismos el valor de esos trabajos y de la entera obra de Mar¨ªa Rosa Lida. Quiz¨¢ la clave ¨²ltima est¨¦ en que solo por excepci¨®n abordaba y dilucidaba un punto concreto sin contemplarlo a la vez como elemento de una serie literaria, no en el sentido del formalismo ruso ni de una sosa b¨²squeda de fuentes e influencias, sino en cuanto eslab¨®n de una cadena, ideal o real, de potencialidades expresivas, de capacidades de comunicaci¨®n. En la tradici¨®n literaria de Europa y Am¨¦rica, en particular, de la Antig¨¹edad a nuestros d¨ªas, un texto se lee siempre a la luz de otros, se entiende y cambia de sentido a la luz de otros, y cada uno afianza la unidad del conjunto. La turbaci¨®n de Melibea al o¨ªr el nombre de Calisto es y no es la de Fedra y la de Ana Ozores.
Mar¨ªa Rosa Lida no tuvo disc¨ªpulos, porque solo breve y ocasionalmente ejerci¨® la docencia; y no crear escuela fue el precio de poseer unas dotes tan excepcionales. Mucho me temo que hoy tampoco se la recuerde ni se siga su ejemplo como merecer¨ªa. Yo confieso con cu¨¢nta nostalgia estoy evocando la estrella fugaz "la cui fiamma pass¨° sulla mia giovinezza" y ha continuado gui¨¢ndome incluso cuando me tocaba disentir.
Francisco Rico es miembro de la Real Academia Espa?ola.
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