Fidel Castro rega?ado por su sobrina
Hace unos meses, Fidel Castro dej¨® atr¨¢s los a?os de convalecencia, se dio de alta m¨¦dica y se autodefini¨® como resucitado. Pareci¨® encantado de que tanto secreto estadounidense estuviese al alcance en WikiLeaks, y crey¨® entrever suficientes razones como para anunciar el fin del mundo.
Regresar a la vida p¨²blica era, sobre todo, convertirse en figura de primera plana, arrebatarle a su hermano Ra¨²l o a los presos de conciencia liberados la posibilidad de ser noticia. De manera que pronostic¨® el Apocalipsis e hizo que este coincidiera con el Mundial de F¨²tbol. Luego, cuando no vino a cumplirse, achac¨® el error a un multicopista que le hab¨ªa escamoteado datos esenciales para sus predicciones.
Pens¨® que su autocr¨ªtica por la represi¨®n a los homosexuales le dar¨ªa buenos titulares
Desde su atalaya de superviviente, divisaba el mundo. Barajaba asuntos internacionales, alcanz¨® a hablar de un lejano episodio de administraci¨®n interna. Una entrevistadora mexicana le pregunt¨® por el trato dispensado tres o cuatro d¨¦cadas antes a los homosexuales, y ¨¦l acept¨® su responsabilidad en lo ocurrido. Si exist¨ªa alg¨²n responsable (?qu¨¦ bien habr¨ªa estado la opci¨®n contraria!) era ¨¦l. El pa¨ªs se encontraba por entonces en peligro, ¨¦l deb¨ªa atender miles de asuntos y viv¨ªa acosado. "No pod¨ªa estar en ninguna parte, no ten¨ªa ni d¨®nde vivir", record¨®. La CIA lo emboscaba sin descanso. Al final, era culpa de la inteligencia estadounidense el que no llegara a oponerse a la persecuci¨®n de los homosexuales.
Por tres a?os, de 1965 a 1968, religiosos de diversos credos, hippies, homosexuales y toda clase de sujetos considerados problem¨¢ticos fueron confinados en Unidades Militares de Ayuda a la Producci¨®n (UMAP), campos de concentraci¨®n, no de exterminio. Cuatro d¨¦cadas despu¨¦s, Castro no negaba que se hubiera cometido un error y disimulaba su homofobia, aquellas intervenciones p¨²blicas en las que clamaba contra los degenerados. (Fragmentos de esos discursos pueden encontrarse en el documental que Manuel Zayas dedic¨® a Reinaldo Arenas: Seres extravagantes).
El tiempo trajo sus apaciguamientos. El Castro m¨¢s visible de la generaci¨®n siguiente a la suya dirig¨ªa en la actualidad el Centro Nacional de Educaci¨®n Sexual (Cenesex), abogaba por los derechos de homosexuales y transexuales y, de paso, imped¨ªa un asociacionismo independiente. Pudo deberse al influjo de Mariela Castro que recapacitara sobre el tema, aunque ella confes¨® haber perdido contacto personal con su t¨ªo desde que enfermara.
La misma l¨®gica de guionista de pel¨ªcula de cat¨¢strofe que le hizo combinar Apocalipsis con Copa Mundial debi¨® sugerirle a Castro que saldr¨ªan buenos titulares de alg¨²n reblandecimiento suyo, y se mostr¨® autocr¨ªtico. Tuvo un gesto perteneciente al futuro. Adopt¨® maneras de fiscal de r¨¦gimen venidero, juzg¨® un episodio del castrismo, entr¨® por un momento en la posdictadura. Si acaso fue calculada, su determinaci¨®n no andaba lejos de aquella de los comunistas yugoslavos en los a?os setenta: "Despu¨¦s de Tito, Tito".
Y en este punto su sobrina se atrevi¨® a contradecirlo: ¨¦l no pod¨ªa echarse encima aquella responsabilidad, por mucho esp¨ªritu quijotesco que lo asistiera. En tanto directora del Cenesex, ella hab¨ªa dialogado con especialistas del ej¨¦rcito y de la polic¨ªa pol¨ªtica, testigos de la ¨¦poca. Y todos le confirmaron que las UMAP fueron desmanteladas apenas se recibieron las primeras quejas de la poblaci¨®n, apenas la alta jefatura tuvo noticias de que aquellos campamentos exist¨ªan.
Cierto que tres a?os fueron suficientes para lastimar a mucha gente. Ella se preocupaba por que las v¨ªctimas gestionaran sus traumas, pues "mientras no elaboren lo vivido, no van a procesar ese sufrimiento". Pero no alud¨ªa al destino de aquellos especialistas del ej¨¦rcito y de la polic¨ªa pol¨ªtica que consultara. Las UMAP hab¨ªan funcionado bajo jurisdicci¨®n de su padre, Ra¨²l Castro. A ninguno de esos hombres, especialistas o presidente, parec¨ªa corresponderle la tarea de administrar remordimientos o traumas personales.
No val¨ªa la pena pedir perd¨®n, sostuvo Mariela Castro. Pedir perd¨®n habr¨ªa sido una hipocres¨ªa. (En su escala de valores era mejor ser criminal que insincero). Mejor apostar por leyes y reglas que impidieran episodios semejantes, apostar por campa?as educativas que eliminaran los prejuicios. Porque, tal como record¨®, ni siquiera el proceso de N¨²remberg consigui¨® suprimir los prejuicios antisemitas.
Sent¨ªa mucho tener que contradecir a su t¨ªo, pero no deb¨ªa permit¨ªrsele juguetear con las responsabilidades. Cualquier amago de enjuiciamiento, incluso en una entrevista, resultaba peligroso. (No por casualidad cit¨® el proceso contra la alta jerarqu¨ªa nazi). Y, si quedaba algo pendiente en aquel episodio de las UMAP, era la gesti¨®n de los da?os sufridos por parte de las v¨ªctimas y los empe?os pedag¨®gicos del Cenesex. Nada de hurgar en responsabilidades sobre circunstancias terribles.
Su admirado t¨ªo podr¨ªa considerarse a s¨ª mismo renacido, en la posdictadura o en la eternidad que segu¨ªa a la explosi¨®n del mundo, pero ella, sus hermanos, primos y diversas generaciones de la familia Castro ten¨ªan por delante las responsabilidades de un Kim Jong-nam, hijo de Kim Jong-il. Ella, sus hermanos, primos y diversas generaciones de la familia Castro ten¨ªan por delante las responsabilidades de un Teodor¨ªn, hijo de Teodoro Obiang Nguema.
Antonio Jos¨¦ Ponte es vicedirector de Diario de Cuba (www.diariodecuba.com).
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