El derecho a canibalizar la vida de los dem¨¢s
En un art¨ªculo publicado por Maupassant en junio de 1883 en Gil Blas, in¨¦dito hasta hoy en espa?ol y recientemente recuperado en una antolog¨ªa de textos, se comenta cierta cuesti¨®n que, casi ciento cincuenta a?os despu¨¦s, no s¨®lo no ha perdido su vigencia sino que parece haber sido escrita al hilo de los acontecimientos m¨¢s recientes. El diario alem¨¢n Bild destapaba el caso haciendo saber que a uno de los mineros chilenos se le hab¨ªa hecho llegar (cuando a¨²n estaba bajo tierra) un contrato por valor de 40.000 d¨®lares a cambio de la exclusividad de sus declaraciones durante 72 horas. La cultura, dice Maupassant, como no pod¨ªa ser de otra forma, siempre se ha alimentado can¨ªbalmente de las vidas ajenas. Y no digamos los medios. Nuestra fascinaci¨®n por el biopic, por los poemas (un tanto chuscos) y p¨®stumos de Marilyn, por la confesi¨®n, nuestra sed de intimidad ajena, de secreto ajeno, del porno ajeno, pone de manifiesto dos cuestiones claras y en cierto modo contrapuestas; por un lado, que todos nos sentimos con derecho a juzgar y, por otro, que nadie parece saber vivir a derechas su propia vida y necesita devorar c¨®mo otras personas, en el cerco privado de su intimidad, han resuelto lo que no hemos sabido resolver nosotros; el amor, la enfermedad, la soledad o la muerte. M¨¢s a¨²n si esas personas han tenido una dimensi¨®n p¨²blica. Y m¨¢s a¨²n si se han demostrado poco solventes en esas lides.
Es curioso que Maupassant abogue tan sanamente por el derecho al canibalismo de la cultura. El artista tiene derecho a servirse de todo, a canibalizarlo todo. Cosa muy distinta es que tenga derecho a juzgarlo todo. Misterioso resulta tambi¨¦n comprobar que la tan pintoneada sociedad laica, lejos de liberalizar los juicios, los haya promovido con tanta furia. Parece un contrasentido que cuanto m¨¢s laicos nos hemos vuelto, m¨¢s se haya desarrollado en nosotros, como sociedad y en todas sus manifestaciones (pol¨ªtica, cultural y medi¨¢tica), una vena moralista. Y como cada vez nos sentimos m¨¢s acogotados entre lo que es conveniente y no decir, cada vez nos sentimos con m¨¢s derecho a lapidar en la plaza p¨²blica a quien no ha dicho lo conveniente o a quien se ha re¨ªdo de lo que no deb¨ªa. "El d¨ªa que sea posible representar en escena a un obrero deshonesto el teatro franc¨¦s habr¨¢ demostrado su mayor¨ªa de edad", escribi¨® Flaubert a Colette. Tanto se podr¨ªa decir del cine espa?ol. El d¨ªa en el que un artista espa?ol no tenga miedo de crear un personaje femenino que haya sufrido maltrato de g¨¦nero y sea, a la vez, una mala persona, habremos dado un paso de gigante, ya no estaremos representando discursos, sino personas. Canibalicemos pues la vida ajena como artistas, pero sin juzgarla, como exige Maupassant, y sin hacer entrar en nuestros libros la realidad a patadas en tres t¨®picos maltrechos. El canibalismo, tratado as¨ª, bien puede convertirse en una de las bellas artes.
Sobre el derecho del escritor a canibalizar la vida de los dem¨¢s. Guy de Maupassant. Traducci¨®n y edici¨®n de Antonio ?lvarez de la Rosa. El Olivo Azul. C¨®rdoba, 2010. 184 p¨¢ginas. 17,95 euros. Andr¨¦s Barba (Madrid, 1975) ha publicado recientemente la novela Agosto, octubre (Anagrama. Barcelona, 2010. 152 p¨¢ginas. 15 euros)
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