Perfiles
Era bastante previsible, teniendo en cuenta la afinidad que siempre ha existido entre los detectives de las novelas policiacas y los periodistas y editores: el director de prensa y el editor del siglo XIX se parec¨ªan bastante a los detectives aristocr¨¢ticos de Conan Doyle y de Agatha Christie, mientras que los del siglo XX se repart¨ªan entre la figura del esc¨¦ptico desencantado, pero moralmente armado, como Smiley o Dalgliesh, y la del hombre de acci¨®n que se mueve en las trastiendas de los esc¨¢ndalos pol¨ªticos y econ¨®micos como Spade, Marlowe o Archer. Ten¨ªamos que habernos dado cuenta del cambio epocal la primera vez que vimos a Jason Gideon llegar con sus profilers a un pueblecito desolado en el que la polic¨ªa local est¨¢ desesperada y sin pistas para atrapar a un asesino en serie que aterroriza a los vecinos. Con una serenidad profesional en la que se mezclan la arrogancia y la ciencia, Gideon -como el jefe guerrero y juez b¨ªblico de quien toma su nombre- deslumbra a la concurrencia de traje azul desgranando el retrato mental del criminal: "Var¨®n blanco, de unos treinta y cinco a?os, tiene un trabajo estable y buena fama entre sus compa?eros, madre dominante, probablemente soltera o viuda joven, divorciado, con formaci¨®n en electr¨®nica y admiraci¨®n por las armas, corpulento y m¨¢s bien t¨ªmido; bebe ocasionalmente, tiene alg¨²n peque?o defecto f¨ªsico y es seguidor de los Lakers". La sustituci¨®n del polic¨ªa audaz y voluntarista por el cient¨ªfico sagaz ten¨ªa que tener tambi¨¦n su paralelismo en el mundo de las letras, en donde ya no basta con tener un ¨¦xito editorial o aumentar las ventas con una portada, sino que es preciso hacer la autopsia de los triunfos y los fracasos con la misma precisi¨®n y morosidad que un CSI, sin cejar en el empe?o hasta que aparezca en la impresora el retrato-robot de aquel a quien todos buscan incansablemente y que se oculta entre la maleza de la muchedumbre: el lector, el cliente, el comprador potencial. No solamente grandes negocios como J. K. Rowling o Stieg Larsson llevan asociado este fen¨®meno, el menor repunte en las ventas, en el n¨²mero de visitantes intern¨¢uticos o en las tiradas alerta a los expertos, que dan la alarma: las divisiones de marketing de las editoriales y las publicaciones peri¨®dicas se aprestan al examen minucioso del perfil del lector que hizo posible el milagro, y una vez establecido ("mujer blanca, de unos treinta y cinco a?os, empleada por cuenta ajena que abandon¨® sus estudios superiores, casada, sin hijos y le gusta Sabina") se entregan a su busca y captura sin descanso, descifrando hasta el m¨¢s peque?o de sus gestos y, como Gideon y los suyos, intentando adivinar su siguiente movimiento para llegar antes que ¨¦l (o ella) al quiosco y tener listo justamente lo que busca. La literatura y la prensa de nuestros d¨ªas huelen poderosamente a perfiles. Al mirar una portada o calibrar un t¨ªtulo, uno adivina ya en el dise?o ese retrato hueco, y teme por su cu?ado o por su suegra, que seguramente caer¨¢n en la trampa, porque -considerando que no se dirigen a un solo perfil, sino que intentan aunar una buena colecci¨®n de ellos- se trata de productos que m¨¢s que contenidos son contenedores, hechos para que en ellos vuelquen sus emociones ya previamente fabricadas unos lectores que habr¨¢n de prestarle su coraz¨®n al esquema perfectamente perfilado -pero por ello perfectamente esquem¨¢tico y vac¨ªo- que para ellos se ha ideado. Alg¨²n alma caritativa deber¨ªa decirles a quienes dan cr¨¦dito a estos nuevos gur¨²s, antes de que el da?o sea irreparable, que la televisi¨®n no refleja la vida, sino que la corrige, y que la clave del ¨¦xito de la literatura policiaca consiste en que tiene muy poco que ver con la realidad y es solamente ficci¨®n.
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