Envidiable mortalidad
Esta es una novela distinta. Una novela que ha de irritar a muchos y parecer fascinante a otros. Me encuentro entre los segundos. Lo que s¨ª necesita es un lector amante de la literatura y dispuesto a aceptar novedades de concepci¨®n y estilo. Creo tambi¨¦n que es una de las novelas del a?o.
En el libro se unen dos mundos: el de los mortales y el de los dioses. Uno de estos ¨²ltimos, Hermes, es la voz narradora. La mirada de Hermes se tiende sobre la familia Godley en un momento en que el patriarca, Adam Godley, Sr., un reputado cient¨ªfico, se encuentra en coma a pocos pasos de su muerte. Junto a ¨¦l se encuentran en la casa familiar de Arden (?un gui?o a Nabokov, este nombre?) su segunda mujer, Ursula, alcoh¨®lica; su hija Petra, medio autista, y su hijo Adam, Jr., junto con su esposa, la bella Helen. Tambi¨¦n forma parte de la casa Ivy Blount, de origen aristocr¨¢tico reducida al estado de criada; Duffy, un campesino analfabeto, y dos visitantes: Roddy Wagstaff, pretendido cortejador de Petra, pero que en realidad ronda a Adam, Sr., con la intenci¨®n de ser su bi¨®grafo, y Benny Grace, un gordinfl¨®n desali?ado, descalzo y ladino, que tambi¨¦n parece ser una encarnaci¨®n del dios Pan.
Los infinitos
John Banville
Traducci¨®n de Benito G¨®mez Ib¨¢?ez Anagrama. Barcelona, 2010
296 p¨¢ginas. 19,50 euros.
Con estos mimbres construye Banville una cesta ins¨®lita donde cabe una historia m¨ªnima y vulgar de relaciones familiares entre individuos afectados por problemas comunes al resto de los mortales que son contemplados por unos dioses inmortales y aburridos de su inmortalidad. La novela, por tanto, y la vida con ella, se mueve entre la muerte y la eternidad. Mientras Hermes relata las peque?as pasiones de los humanos siente a la vez pena y cierta envidia de ellos por el hecho de que lo que a sus ojos son peque?as reyertas y dificultades sean, precisamente, lo que da viveza y entretenimiento a sus actos, algo de lo que los dioses carecen, como carecen del horizonte de finitud de aquellos. Todos los dioses soportan mal la eternidad y su ¨²nico entretenimiento es jugar con el destino de los humanos, sin beneficio para ellos ni para los humanos, aunque ellos lo hacen por divertirse, por pasar el rato, mientras que los mortales lo pagan con el dolor. Cuando Zeus, el padre de Hermes, despierta de su siesta, dirige su apetito sexual hacia Helen, la mujer de Adam, Jr., y, vali¨¦ndose del ardid de posesionarse de la voluntad de Roddy, la lleva junto al bosque y la besa apasionadamente ocasionando una peque?a cat¨¢strofe entre los mortales; despu¨¦s, como un ni?o con un juguete usado, lo aparta y vuelve a su estado de aburrimiento al comprobar que las envidiadas pasiones no son para los dioses.
La relaci¨®n entre unos y otros la ofrece Adam, Sr., cuyas operaciones matem¨¢ticas acabaron dando con una fisura en el tiempo que permite abrir la cerrada l¨ªnea entre dioses y hombres. Por eso Adam, Sr., tomar¨¢ la palabra -pese a su estado de coma- en dos ocasiones a lo largo del relato, para aportar la memoria, pero es la creaci¨®n de ese tiempo entre hombres y dioses lo que dota a la novela de un ritmo como de c¨¢mara lenta y de una cierta ingravidez de los acontecimientos que est¨¢ admirablemente conseguida gracias al estilo, a la escritura (aqu¨ª, un alto para apreciar la muy buena traducci¨®n de Benito G¨®mez Ib¨¢?ez). Un ritmo que incluye escenas tan notables como la seducci¨®n de Helen o la sobrecogedora decisi¨®n de Petra junto al lecho donde yace su padre.
La descripci¨®n es variada, compleja y minuciosa, tanto de los sucesos como de lo material de esas vidas humanas, de la casa, del terreno, incluso de ruidos y actos (por ejemplo, la actividad de Helen en el cuarto de ba?o). Es la descripci¨®n morosa de asuntos cotidianos, peque?os, que llaman la atenci¨®n del dios narrador del mismo modo que se la llama la vida de los insectos a un curioso observador, con la diferencia de que Hermes es consciente de las pasiones y los miedos de los humanos. Lo que para estos es el sentido de sus vidas, para los dioses no pasa de ser un juego que, en el fondo, les atrae tanto como les disgusta; as¨ª dice Hermes hablando de Zeus, su padre: "Ah, s¨ª, amor, lo que ellos llaman amor: eso lo saca de quicio, porque es una de las dos cosas que no podemos experimentar los de nuestra especie; la otra, evidentemente, es la muerte". Y, por supuesto, de lo que habla esta novela es del sentido de la vida y de la muerte de los hombres desde una perspectiva no por fantasiosa menos efectiva ni convincente. La escena final, formidable, un remate genial, expone lo que es toda la novela, toda novela en general: una representaci¨®n.
Edici¨®n en catal¨¢n: Els infinits. John Banville. Traducci¨®n de Eduard Castanyo Montserrat. Bromera.Alzira, 2010. 246 p¨¢ginas. 19,50 euros
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