Espacios que hablan
Como si fuera nuestra sombra, el af¨¢n de contar historias nos acompa?a siempre y el impulso a llevarlas a la imagen no le va a la zaga. Dexter Dalwood (Bristol, 1960) se ha empleado a fondo en esta ¨²ltima tarea durante quince a?os. Como hicieron los antiguos, sus obras se refieren tanto a la historia como al mito, a lo que ocurri¨® y a lo que podr¨ªa ocurrir. El puente del Enterprise o Manderley comparten su inter¨¦s con acontecimientos pol¨ªticos, como la I Guerra del Golfo o la ca¨ªda de Nixon, mientras que figuras de la jet (Jackie Kennedy o Diana Vreeland) alternan con m¨²sicos (Sid Vicious), activistas (Ulrike Meinhof), l¨ªderes pol¨ªticos (Gorbachov) o pensadores (Wittgenstein). Dalwood ofrece as¨ª una suerte de mosaico de la historia cultural del siglo XX, pues si recoge a Montaigne o Rimbaud, lo hace desde esa perspectiva en la que ambos siguen siendo contempor¨¢neos.
Dexter Dalwood
Centro de Arte Contempor¨¢neo M¨¢laga
Avenida de Alemania, s/n. M¨¢l
Hasta el 28 de noviembre
Dalwood s¨®lo busca ofrecer "una experiencia individual del mundo contempor¨¢neo"
Contempor¨¢nea es tambi¨¦n su forma de narrar. Ciertamente sus obras cumplen la parad¨®jica condici¨®n de ese tipo de trabajos, es decir, no ser narrativas sino impulsar al espectador a componer la historia, pero la forma de contar es t¨ªpica de nuestra ¨¦poca. En otro tiempo cada narraci¨®n se recortaba sobre alguna Historia con may¨²sculas, fuera de la salvaci¨®n, de la raz¨®n, la lucha de clases, la naci¨®n o el Estado. Dalwood, al contrario, s¨®lo busca ofrecer "una experiencia individual del mundo contempor¨¢neo", que adem¨¢s se organiza a partir de citas, sea de los medios de comunicaci¨®n, la novela ocasional o el comentario de grupos de opini¨®n. As¨ª, los cuadros tienen algo de diario personal y a la vez de apunte cercano a un pensamiento que es consciente de no poder (ni querer) decir nada que cierre el discurso y excluya otras visiones posibles.
Este modo de abordar las historias de nuestro tiempo es coherente con la elaboraci¨®n de la obra: Dalwood parte de collages que construye con fragmentos de im¨¢genes significativas, unidas tentativamente. De esos ensayos (material de trabajo que aqu¨ª, afortunadamente, se expone) surgen los cuadros. Estos tienen dos caracter¨ªsticas decisivas: son espacios vac¨ªos: conectados al individuo o a los protagonistas del suceso que sin embargo no aparecen. Tales espacios, adem¨¢s, se construyen con grandes planos de color, que aluden frecuentemente a la pintura moderna y contempor¨¢nea.
Contar la historia mediante sus espacios es una propuesta de alcance: rememorar la paranoia de Mobutu a trav¨¦s de un degradado Versalles en la jungla, la muerte de Brian Jones mediante una piscina vac¨ªa o la figura de Bill Gates con un fr¨ªo dormitorio son otros tantos modos de invitar al espectador a componer un mundo (el de esos personajes y el de nuestra ¨¦poca), evitando que quede anclado en la indignaci¨®n, la compasi¨®n o la fama. Las obras punzan el pensamiento y la muestra se recorre varias veces como si uno quisiera buscar nuevas asociaciones que han ido germinando al recorrer estas obras-fragmento.
Desde un punto de vista conceptual, es inevitable pensar en Warhol y en Richter. Dalwood medita la relaci¨®n entre pintura y fotograf¨ªa, y la atenci¨®n prestada a sucesos dram¨¢ticos (la muerte de Jimi Hendrix o los lamentables acontecimientos que rodearon la queja contra el poll-tax) hace pensar en el llamado realismo traum¨¢tico de Warhol. Pero todo ello se traduce en una estrategia de apropiaci¨®n que convierte la memoria de Gatsby en una piscina de Hockney, el apartamento de Diana Vreeland en r¨¦plica del Estudio Rojo de Matisse, mientras multiplica las alusiones a Bacon, Lichtenstein, Picasso e incluso Millais. Hay as¨ª un eficaz distanciamiento que asegura la recepci¨®n conceptual y no anecd¨®tica de su trabajo, y lo convierte en agudo ejercicio de la memoria.
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