Renoir en el Museo del Prado
Los cuadros del pintor franc¨¦s transmiten una sensaci¨®n de gozo y misterio. El artista busca compartir la emoci¨®n que le causa estar en el mundo y disfrutar de ¨¦l. Su impresionismo es la historia de una mirada
Apollinaire dijo que la pintura era materia encantada, y Pierre-Auguste Renoir pinta para dejar constancia de la belleza del mundo. "Cuando se pasaba por el campo -escribe su hijo, el gran director de cine- a veces hacia bailes extra?os con la ¨²nica finalidad de no pisar una mata de diente de le¨®n. Consideraba que si se destru¨ªa una hormiga, se destru¨ªa tal vez el equilibrio de un gran imperio". Los cuadros de Renoir est¨¢n llenos de flores, ¨¢rboles, animales y jardines, pero detr¨¢s de ellos siempre est¨¢ la presencia y la mirada del hombre.
Muri¨® en 1919 con cerca de 80 a?os de edad, y, como sus compa?eros de escuela, tuvo que superar muchas dificultades en sus inicios profesionales, antes de ser reconocido y gozar de prestigio. Fue uno de los pintores impresionistas m¨¢s apreciados, debido al atractivo inmediato de sus temas: preciosos ni?os, flores, bonitas escenas y, sobre todo, seres encantadores. Estas obras revelan su extraordinaria habilidad para mostrar el color y textura de la piel de sus modelos. Su representaci¨®n de la gracia femenina no ha sido superada en la historia de la pintura moderna. Su arte es el arte de las sensaciones puras. Todo lo que pinta es cercano y misterioso, pues la realidad siempre es para ¨¦l un motivo de asombro.
En sus obras est¨¢ la luz, el oro de nuestros ideales, pero tambi¨¦n la oscuridad del deseo
Sus cuadros gustan tanto porque son un conjuro contra las p¨¦rdidas de la vida
En 1870 tuvo que alistarse en el ej¨¦rcito. Le destinaron a caballer¨ªa. No sab¨ªa nada de caballos pero enseguida aprendi¨® a manejarlos. Le asignaban los caballos m¨¢s nerviosos, y Renoir se las apa?aba muy bien con ellos. El capit¨¢n estaba encantado. "No hay nadie mejor con los caballos, dec¨ªa. Les deja hacer lo que quieren y al final son ellos lo que hacen lo que quiere ¨¦l". Esa misma actitud ten¨ªa con sus modelos. Nunca exig¨ªa su inmovilidad, y eran ellos los que le dec¨ªan sin darse cuenta c¨®mo deb¨ªa pintarlos. "Hay que dejarse ir por la vida, dec¨ªa, igual que un corcho por la corriente de un arroyo". Todas las creencias le parec¨ªan dignas de ser tenidas en cuenta, pues nunca pens¨® que hubiera una ¨²nica verdad. "Si me apetece adorar un conejo dorado, dec¨ªa, no veo por qu¨¦ me lo iba a impedir nadie". Y a?ad¨ªa divertido: "Encima, la religi¨®n del conejo dorado valdr¨ªa tanto como cualquier otra. Ya me estoy imaginando a los sumos sacerdotes tocados con largas orejas". Pintaba para captar la poes¨ªa del mundo. Un ni?o jugando con sus mu?ecos, una mujer recostada en un sill¨®n, un anciano paseando por un jard¨ªn, un grupo de excursionistas dormitando a la orilla de un r¨ªo, una muchacha subida a un columpio, eran para ¨¦l m¨¢s importantes que reyes, papas o artistas ilustres. La internacional de las j¨®venes "cuya piel no rechaza la luz" era una de las categor¨ªas del mundo de Renoir, mucho m¨¢s importante que las divisiones pol¨ªticas o religiosas.
Su obra ha sido reproducida miles de veces, muchas veces en calendarios y postales que, al alterar la calidad de sus colores y la riqueza de sus texturas, no le hacen honor. Pero se equivocan los que piensan que su pintura est¨¢ hecha de lugares comunes y temas manidos. Renoir admiraba a los pintores antiguos, que al pintar siempre los mismos temas no ten¨ªan que andar pendientes de la historia que contaban. Su libertad era entonces absoluta, pues pod¨ªan centrarse solo en esa aventura de la luz sobre las cosas. Esa aventura era la de su propia pintura, que era un di¨¢logo entre el hombre y la creaci¨®n. Renoir no pintaba sus modelos desde fuera, sino que se identificaba con ellos. La pintura para ¨¦l era un acto de comuni¨®n. Se fund¨ªa con sus modelos, y al pintarlos era a s¨ª mismo a quien pintaba. Un mundo de luci¨¦rnagas, de cuerpos encendidos de deseo, as¨ª es el mundo de Renoir.
Todo estaba vivo para ¨¦l. "Si no me lo pasara bien, dejar¨ªa de pintar", declar¨® una vez. Una parte importante de su obra habla del amor y de la inocencia. La pintura era para ¨¦l ilusi¨®n, deseo. Un deseo que, mientras estuvo vivo, nunca ces¨®. Una artritis reum¨¢tica le retuvo en una silla de ruedas los ¨²ltimos a?os de su vida, pero no dej¨® de pintar. Ten¨ªa deformadas las manos y ped¨ªa que le ataran el pincel a las manos para seguir pintando.
A Renoir le gustaba pintar mientras las muchachas cantaban a su alrededor. Las muchachas cantaban para celebrar los momentos especiales de la vida: cuando amaban a alguien, para preparar su llegada, para no estar tan solas cuando se iba. Y los cuadros de Renoir nacen del mismo lugar que aquellas canciones. Todo le interesa, en todo pone una atenci¨®n amorosa. Por eso nos conmueven sus cuadros, e incluso los que reflejan las escenas m¨¢s cotidianas, una verbena en el jard¨ªn, una comida campestre, nos transmiten una sensaci¨®n de gozo y misterio. No busca la perfecci¨®n en la copia, sino transmitir la emoci¨®n que le causa estar en el mundo y poder disfrutar de ¨¦l. "Somos de la misma sangre t¨² y yo" la frase que en El libro de la selva el gran oso le ense?¨® a decir a Mowgli en todos los idiomas de la selva para que no tuviera ning¨²n problema con ning¨²n animal, podr¨ªa ser el lema de toda la pintura de Renoir. "La pintura no se mira, sol¨ªa decir. Se vive con ella. Tienes en tu casa un cuadrito. No lo miras m¨¢s que de vez en cuando y, sobre todo, nunca te pones a analizarlo. Y se convierte en parte de tu vida". Eso es el impresionismo en Renoir, la historia de una mirada. "T¨² y yo somos de la misma sangre", les dice Renoir a sus modelos, pero tambi¨¦n a los troncos de los ¨¢rboles, a las hojas y las manchas de claridad que proyecta el sol sobre la hierba.
Renoir se comporta como el ni?o que tiende su ¨ªndice para se?alar lo que le sorprende. Se?ala algo, nos pide que lo miremos con ¨¦l. No busca espectadores, sino c¨®mplices. Su mundo recuerda el de Julieta, cuando se siente correspondida en su amor. Romeo acaba de abandonar a escondidas su cuarto y ella, a¨²n con el calor en su piel de sus caricias y besos, exclama: "?Solo deseo lo que tengo!". Para Renoir no hay escisi¨®n entre realidad y deseo. La realidad siempre es deseable, y los deseos siempre encuentran la manera de volverse reales. Su mundo es el mundo de la aquiescencia, el de aquellos para quienes la realidad es amiga. Sus cuadros son por eso una demostraci¨®n de igualdad. El fondo tiene tanta importancia como los primeros planos, las flores, los troncos de los ¨¢rboles, las ramas y la arena del camino, prolongan los rostros, las figuras y los vestidos de los hombres y las mujeres y hasta sus pensamientos y deseos se confunden con ese mundo de rumores, abejas y flores de tilo que hay a su alrededor. Esp¨ªritu y materia se confunden. La mancha clara del sol, el amarillo de las flores, el aire cargado de polen, prolongan el mundo de los deseos y los pensamientos de los hombres. Pero Renoir no es un pintor naif. En sus cuadros est¨¢ la luz, el oro de nuestros pensamientos e ideales, pero tambi¨¦n la oscuridad del deseo. La sorpresa del descubrimiento, pero tambi¨¦n el temor a lo que pueda pasar.
Renoir no pinta para preguntarse por el sentido de las cosas, sino para celebrar que est¨¦n a nuestro lado. Y esa es la raz¨®n por la que sus cuadros gustan tanto, porque son un conjuro contra las p¨¦rdidas de la vida. La pintura de Renoir no habla de lo que perdemos, sino de lo que inesperadamente regresa a nosotros. Toda la pintura de Renoir gira sobre el misterio de la proximidad. No le interesa tanto el objeto en s¨ª, o lo que representa, como su vecindad con los hombres. Si es una botella la que pinta lo har¨¢ para preguntarse por la mano que la acaba de coger; si es un p¨¢jaro, por los ojos que lo vieron; si es una barca, por los remeros que la acaban de abandonar. Pinta el objeto y pinta la mirada del que lo ve. Incluso cuando pinta lagos, bosques o flores, Renoir lo que pinta es a los hombres mirando. Sus cuadros hablan de ese misterio de la cercan¨ªa, que es el misterio de nuestra mirada.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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