'El sheriff ' que se convirti¨® en asesino
El alba?il Pere Puig Punt¨ª, acusado de matar a sangre fr¨ªa a cuatro personas en Girona, es un tipo hura?o con gran pasi¨®n por la caza
Por las noches, una de las cosas que m¨¢s le gustaba al alba?il Pere Puig Punt¨ª era vestirse con su sombrero, ponerse una placa de sheriff en el pecho, enfundarse unas pistolas de pl¨¢stico e irse a caminar por las monta?as que rodean su pueblo, Sant Esteve d'en Bas, en el interior de la provincia de Girona, junto a Olot, una tierra donde los cr¨ªmenes no paran de sucederse. "Me llaman el Rambo porque suelo ir vestido de cazador. Pero yo les digo que soy el sheriff del condado", le cont¨® el viernes al titular del juzgado de instrucci¨®n n¨²mero 2 de Olot, David Torres. Puig est¨¢ detenido desde el pasado mi¨¦rcoles por matar con un rifle de alta precisi¨®n a sus jefes y a dos empleados de la caja de ahorros donde ten¨ªa una cuenta con un saldo de apenas un euro.
Puig ha declarado que, de haber tenido formaci¨®n, le habr¨ªa gustado ser polic¨ªa o mosso d'esquadra
Asesin¨® a sangre fr¨ªa a las cuatro personas, en apenas 15 minutos, el mi¨¦rcoles. Primero se present¨® en el bar La Cuina de l'Anna, en La Canya, donde desayunaban sus jefes (los constructores Joan Tubert, de 61 a?os, y su hijo ?ngel, de 35). Se par¨® en medio del local y grit¨®: "?Esto es un atraco!" Encar¨® el arma y dispar¨® a bocajarro a Joan, que cay¨® de bruces contra el suelo, con el pecho reventado por un balazo. Cuando el seco estampido a¨²n resonaba en el local, volvi¨® a apretar el gatillo y abati¨® a ?ngel, que tuvo tiempo de pedir una ambulancia antes de exhalar su ¨²ltimo aliento.
Luego Puig subi¨® a su Suzuki azul y condujo en l¨ªnea recta, unos dos kil¨®metros, hasta la oficina de la Caja de Ahorros Mediterr¨¢neo (CAM), en el centro de Olot, junto a la residencia geri¨¢trica La Caritat, donde hace unas semanas un celador confes¨® haber asesinado a 11 ancianos haci¨¦ndoles ingerir lej¨ªa o un producto desincrustador.
Puig dej¨® el coche en mitad de la calle, con el motor encendido y las llaves puestas. A las 9.13 entr¨® en la sucursal bancaria empu?ando su rifle. "?Manos arriba! ?Esto es un atraco!", volvi¨® a gritar entre el miedo y la incredulidad de los empleados. En un abrir y cerrar de ojos mat¨® a Rafael Turr¨®, de 35 a?os, subdirector de la entidad, y a Anna Pujol, de 52, tambi¨¦n empleada en la oficina, porque le reclamaban el pago de los intereses de un cr¨¦dito de 4.000 euros que ¨¦l sostiene que ten¨ªa abonados.
?l mismo ha confesado que, adem¨¢s de las cuatro v¨ªctimas, ten¨ªa previsto dar muerte a otros dos hombres: el due?o de un bar y un cliente porque hab¨ªan cometido el delito de "mirarle mal" y hacer comentarios despectivos hacia ¨¦l. Ambos est¨¢n vivos porque el cazador no los encontr¨®. De haberlos encontrado, uno y otro estar¨ªan ahora con el cuerpo agujereado por una bala y sepultados bajo tierra.
Puig declar¨® ante el juez que perpetr¨® tal carnicer¨ªa porque "con el pan de la mesa no juega nadie" y porque se sinti¨® "dominado por una serpiente en el est¨®mago y el cerebro", seg¨²n abogada, Nuria Mas¨®.
?Qu¨¦ le pas¨® a Pere Puig por la cabeza? En el bar D'en Bas, lugar de reuni¨®n de lugare?os, se hace el silencio cuando en la pantalla de la televisi¨®n aparece Pere esposado y acompa?ado por dos mossos d'esquadra que le ponen la mano en la cabeza para evitar que se golpee al entrar al coche policial que le lleva de nuevo al calabozo. Desde el viernes est¨¢ en la c¨¢rcel, sin fianza, como presunto autor de cuatro asesinatos.
El pueblo, un n¨²cleo de unos mil habitantes donde las gentes se conocen por el mote, no se esfuerzan en excusarle, pero tampoco le culpan. Le definen como un tipo hura?o, raro, que gustaba m¨¢s de la soledad que de la compa?¨ªa. Cuando el municipio, dado a las actividades en grupo, organizaba la caminata anual de unos 20 kil¨®metros por la monta?a, Pere hac¨ªa su propia ruta. Si los vecinos sal¨ªan a las nueve de la ma?ana desde un punto, a ¨¦l le encontraban en ese mismo sitio, pero ya de vuelta, despu¨¦s de recorrer los bosques bajo la luz de la luna. "Le gustaba pasear por la noche. Se pon¨ªa su gorro, su estrella de sheriff, llevaba el cuchillo en el cinto y se perd¨ªa por el bosque", recuerda un amigo de infancia
Puig fue al colegio del pueblo hasta los 14 a?os, donde no destacaba. "Era de los que necesitaba que la letra entrase con sangre", comenta otro compa?ero. En su declaraci¨®n ante los mossos, ¨¦l mismo dijo el pasado mi¨¦rcoles que lee y escribe "un poco". En octavo curso, cuando tocaba decidir si seguir estudiando, Puig prefiri¨® irse a trabajar unos a?os a Olot, donde se inici¨® en el oficio de lampista.
En su casa no hab¨ªa tradici¨®n por el mundo de la construcci¨®n. Puig es el mayor y le segu¨ªa su hermana Merc¨¨, que muri¨® hace unos a?os, y Pilar. De siempre los Puig eran conocidos como los de Can Quineta, una casa en la entrada del pueblo que perteneci¨® a sus abuelos, donde se hab¨ªan dado comidas (popularmente les llamaban tambi¨¦n Can Cassoles ). Su padre, Llu¨ªs, trabaj¨® en la f¨¢brica textil del pueblo hasta que cerr¨®. Antes se hab¨ªa dedicado a cultivar unas tierras, pero poco tiempo. Vendieron lo que ten¨ªan y se quedaron con una modesta casa amarilla en el centro del pueblo donde hasta hoy viv¨ªan padre e hijo. Su madre, Carme, muri¨® hace unos a?os.
A excepci¨®n de los inicios como lampista, que no cuajaron, Puig se hab¨ªa dedicado toda su vida a trabajar como alba?il. Antes de emplearse con los Tubert, hab¨ªa pasado por un par de empresas del ramo de la construcci¨®n. Pero fue Joan, un contratista con cierto renombre en la zona, quien deposit¨® en ¨¦l su confianza y lo mantuvo hasta el final, cuando las cosas ya no iban bien y hab¨ªa echado a casi todos sus trabajadores. Cada ma?ana, Puig sol¨ªa coger el transporte p¨²blico, un autob¨²s que hace trayectos locales, y se iba a la obra que le tocase. Con los Tubert trabaj¨® durante 15 a?os, hasta que el mi¨¦rcoles les mat¨® porque le deb¨ªan un par de pagas extra y porque se retrasaban en el abono de las mensualidades.
El asesino ten¨ªa incluso las llaves de las obras de los edificios que estaban construyendo junto al bar donde el mi¨¦rcoles se present¨® con su rifle, su ¨²ltimo juguete, por el que hab¨ªa pagado unos 1.000 euros. Sent¨ªa verdadera admiraci¨®n por su arma, que iba exhibiendo a sus amigos de la sociedad de caza Coll de Bas-Joanetes, de la que formaba parte desde hace 10 a?os.
Lo suyo era el jabal¨ª. Quedaba con la pandilla y se iba campo a trav¨¦s a cazar animales. Eso le hac¨ªa feliz. Por las noches, muchas veces se pintaba la cara de negro, de camuflaje, para que no le viesen los animales. Puig se perd¨ªa entre el bosque hasta entrada la ma?ana. Nunca se le conoci¨® una novia. "Un tipo raro", admiten sus vecinos. En pleno invierno no era raro verle en manga corta, en un lugar donde los term¨®metros rara vez pasan de los cuatro grados cent¨ªgrados.
El mi¨¦rcoles, cuando Puig acab¨® su matanza, ten¨ªa la intenci¨®n de plantar cara a los polic¨ªas hasta que le redujesen. "Estaba decidido a liarme a tiros y a que me matasen", cont¨® al juez. Pero en el ¨²ltimo momento se lo pens¨® mejor y se entreg¨®.
El viernes le cont¨® al juez que no se sinti¨® querido por sus jefes y que por eso les mat¨®. Dijo que de haber sido una persona formada le habr¨ªa gustado ser mosso d'esquadra o polic¨ªa.
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