Competiciones f¨²nebres
En un breve y atinado art¨ªculo de hace unas semanas, S¨¢nchez Ferlosio llamaba la atenci¨®n sobre la est¨²pida costumbre imperante de aplaudir en todas las ocasiones, sea o no la ovaci¨®n merecida, venga o no a cuento, y se?alaba dos lugares especialmente impropios para esas salvas: el Congreso y el cementerio, y el mal efecto que le produc¨ªan. Debo confesar que en el primero de esos sitios ya no me sorprenden. La ¨²ltima vez que me escandalic¨¦ al o¨ªrlas fue en 2003, y despu¨¦s de eso nada de lo que acontezca en el Parlamento puede indignarme, ni siquiera un actor dando voces para interrumpir una sesi¨®n -sin pistola, por suerte-, y quej¨¢ndose luego de haber sido desalojado y moment¨¢neamente detenido "por ejercer la libertad de expresi¨®n". Bien es verdad que no se desaloj¨® ni detuvo, como deber¨ªa haberse hecho, a la bancada entera del Partido Popular, en aquella votaci¨®n de 2003, cuando prorrumpi¨® en una atronadora ovaci¨®n hacia s¨ª misma por haber aprobado, con su mayor¨ªa de entonces, que Espa?a se involucrara en una guerra ilegal, injusta e innecesaria. Pero ni aunque se hubiera tratado de la guerra m¨¢s necesaria, justa y legal, por ejemplo la que en 1939 se declar¨® contra Hitler: eso no puede ser nunca motivo de regocijo, sonrisas, parabienes y aplausos, sino siempre de tristeza, luto y silencio. La algarab¨ªa de los "populares" ante la perspectiva de una matanza me pareci¨® indecente y no la olvidar¨¦ jam¨¢s, ni perdonar¨¦, en mi fuero interno, a ninguno de sus diputados all¨ª presentes.
A lo de los entierros, funerales y capillas ardientes, en cambio, no he logrado acostumbrarme, y, como le pasa a Ferlosio, esos aplausos "disuenan" en mis o¨ªdos y me causan gran verg¨¹enza. Porque, si bien se mira, es evidente que al muerto no se lo est¨¢ aplaudiendo, puesto que ya no oye ni se entera; tampoco a sus familiares, que en esos momentos no est¨¢n para v¨ªtores y que adem¨¢s s¨®lo comparten indirectamente los m¨¦ritos del finado, en el mejor de los casos. Por lo que cabe concluir que, cuando los presentes baten palmas en un funeral o en un entierro, en realidad se est¨¢n aplaudiendo a s¨ª mismos, por seguir vivos, y estar all¨ª, y asistir, y sobre todo por "querer tanto al muerto". (La ¨²nica otra interpretaci¨®n posible ser¨ªa a¨²n m¨¢s grave y de peor gusto, aunque no es descartable a nivel inconsciente: se aplaude la muerte del muerto, se celebra que haya desaparecido del mapa, que ya no arroje su sombra sobre los vivos, que no subraye con su talento la mediocridad de tantos. Es como si los aplaudidores exclamaran con alivio para sus adentros: "Uno menos de val¨ªa, ahora tocaremos a m¨¢s brillo".) Ese exhibicionismo del pesar y del afecto estar¨ªa, adem¨¢s, en consonancia con lo que de un tiempo a esta parte viene ocurriendo en Espa?a cada vez que fallece alguien c¨¦lebre: al leer las declaraciones de los supervivientes, o sus art¨ªculos de loa (no se los puede llamar "necrol¨®gicas", g¨¦nero mucho m¨¢s sobrio), se tiene la impresi¨®n de que se ha abierto una competici¨®n de admiraci¨®n y cari?o, y de que la mayor¨ªa pugna por demostrar que es ¨¦l -o ella- quien m¨¢s ha lamentado y llorado el ¨®bito, quien ha estado a punto de hacerse el harakiri al enterarse, y por supuesto, tambi¨¦n, quien trat¨® m¨¢s y conoci¨® mejor al difunto. Y as¨ª, a lo largo de varios d¨ªas se suceden unos ditirambos tan superfluos como sonrojantes, con los que los "dolientes" rivalizan unos con otros a ver qui¨¦n est¨¢ m¨¢s desolado y la suelta m¨¢s gorda, qui¨¦n arde m¨¢s en la pira.
El espect¨¢culo resulta obsceno. Si muere Manuel Alexandre, un buen actor secundario, hay que o¨ªr que de secundario nada, que era genial y uno de los mejores de la historia, incluyendo a James Stewart y a Charles Laughton. Si el que muere es Berlanga, que hizo unas pocas pel¨ªculas excelentes -s¨ª, unas pocas-, hay quien grita que superaba a John Ford y a Dreyer, no recuerdo si juntos o por separado, para que quede bien claro que el grit¨®n est¨¢ destrozado. O bien hay otros pla?ideros, a¨²n m¨¢s desvergonzados, que aprovechan que Berlanga ya no puede decir nada, para contar c¨®mo ¨¦ste "encomi¨®" su trabajo y los inst¨® a presentarse a un premio del que el cineasta era jurado (y que ganaron). Esa figura del "arrimista" es muy antigua, pero en estos tiempos desfachatados ha prescindido ya de todo disimulo: su obituario o su columna consisten en contar lo mucho que el muerto lo quer¨ªa y lo admiraba, la estrech¨ªsima relaci¨®n que tuvieron y lo c¨®mplices que fueron, todo a mayor gloria del que escribe y no del desaparecido. Hasta los curas, prevenidos contra la vanidad, incurren en esto: hace no mucho vi a un jerarca de la Iglesia, director de no s¨¦ qu¨¦ revista, que, al pregunt¨¢rsele sobre Juan Pablo Wojtyla, s¨®lo acert¨® a exclamar: "Qu¨¦ voy a decir de ese Papa admirable, si me orden¨® a m¨ª cuando visit¨® Valencia", dejando bien claro que el mayor m¨¦rito de su largo pontificado hab¨ªa sido hacerlo a ¨¦l sacerdote. Nunca mejor dicho: santo cielo.
[PS. Hace un par de meses escrib¨ª aqu¨ª un art¨ªculo sobre Mourinho que no cay¨® nada bien y que me trajo multitud de cartas en las que se me hablaba de "eficacia" y de "triunfos" y se me invitaba a dejar de ser madridista, si tan incompatible me sent¨ªa con su estilo, su aburrimiento y sus m¨¦todos. Tras medirse el Madrid por fin con un equipo en verdad fuerte (el Mil¨¢n es demasiado a?oso), he aqu¨ª el resultado: 5-0 en contra, la peor visita al Camp Nou en muchos a?os. Me gustar¨ªa recibir alguna?carta m¨¢s sobre la "eficacia". Aunque mi depresi¨®n y mi bochorno no disminuir¨ªan por ello.]
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.