"Me siento bombardeada con tanto Facebook"
La artista de origen palestino-liban¨¦s retrata la violencia de las instituciones
Aterrada ante el n¨²mero de c¨¢maras de vigilancia instaladas en Londres y la indiferencia general, no dud¨® en someter su cuerpo al escrutinio de una c¨¢mara endosc¨®pica y reflejarlo despu¨¦s en una videoinstalaci¨®n en los noventa. Sentada ahora ante una espl¨¦ndida merluza, Mona Hatoum lanza de vez en cuando una mirada sospechosa hacia la grabadora encima de la mesa.
"?Tienes que apuntar todo lo que como? Puedes escribir que no tomo vino. Antes s¨ª, bastante, pero ya no me sienta bien", cuenta la artista mientras esquiva las l¨¢minas de ajo en el plato por cortes¨ªa -"me encanta, pero suelo limitar a comerlo en casa con mi marido"-. Pronto coge confianza y se olvida de las fichas que trajo consigo para explicar la exposici¨®n Le Grand Monde, abierta hasta el 9 de enero en la Fundaci¨®n Marcelino Bot¨ªn de Santander.
De origen palestino-liban¨¦s, se confiesa algo cansada de que los medios busquen en ella la voz del pueblo, asalt¨¢ndola con preguntas sobre el conflicto de Oriente Pr¨®ximo y la influencia de su herencia cultural en la mirada al mundo que propone. Es curioso que, habiendo vivido de cerca el desgarro del exilio y la guerra, dedicara gran parte de su obra a la violencia que las instituciones infligen al individuo en Occidente para controlarlo. "La intrusi¨®n est¨¢ llegando hasta nuestros propios cuerpos. Hay violencias invisibles, est¨¢n all¨ª aunque no las veamos", resume, empe?ada en llegar a donde las palabras no alcanzan. Undercurrent, una de las piezas expuestas en Santander, recoge muy bien esta idea: consiste en una alfombra tejida con cables el¨¦ctricos, cuyos flecos se iluminan y apagan lentamente, simulando la respiraci¨®n de un demonio escondido sobre el que caminamos todos los d¨ªas sin saberlo.
La artista recomienda a quien quiera entender el destierro en toda su complejidad la lectura de Reflexiones sobre el exilio, de su admirado Edward W. Said. Afincada en Londres, aunque pasa largas temporadas en Berl¨ªn, se siente particularmente orgullosa del Premio Sonning que la Universidad de Copenhague le concedi¨® en 2004 en reconocimiento a su contribuci¨®n a la cultura europea. La mareante lista de sus predecesores incluye a Winston Churchill, Hannah Arendt, J¨¹rgen Habermas o Vaclav Havel, entre tantos otros. "Cuando tengo un mal d¨ªa, me pongo a repasar la lista para subirme el ¨¢nimo", reconoce.
No es una entusiasta de las redes sociales en Internet. "Cada vez que recibo una invitaci¨®n para entrar en Facebook, la rechazo. Me siento bombardeada. Ya hay demasiadas maneras de contactar conmigo", explica. Tambi¨¦n recuerda la primera vez que busc¨® su nombre en Google. "Fue muy molesto. Cualquiera pod¨ªa escribir lo que quisiera sobre m¨ª. Pens¨¦: 'Esa no soy yo'. Es como un peri¨®dico sin editor".
Tras un caf¨¦ y con la grabadora ya apagada, la artista nos invita a acompa?arla a la sala de exposiciones para explicar de primera mano su obra. Perfeccionista hasta el punto de limpiar con la manga del jersey, poco antes de la apertura al p¨²blico, las impurezas acumuladas en alguna escultura, procura acudir siempre a montar ella misma la muestra en vez fletar las obras y desentenderse. Para los artistas j¨®venes, tiene un consejo: "Que consigan tener suficiente confianza en s¨ª mismos para que su pasi¨®n les sostenga".
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