El retorno del corporativismo
Del mismo modo que se dice que la guerra es la continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios podr¨ªamos definir la pol¨ªtica como una especie de guerra incruenta. Por eso los interesados se esmeran en aprender sus reglas. En particular aquella m¨¢xima del viejo maestro chino Sun Tzu que consideraba el enga?o como el fundamento del arte de la guerra. O las de un compatriota suyo, el an¨®nimo compilador de Las 36 estratagemas, que, ahondando en la misma idea, mostraba las ventajas que pod¨ªan obtenerse en la batalla fingiendo atacar en un punto para golpear en el opuesto.
?Por qu¨¦ traemos estas sabias m¨¢ximas a colaci¨®n? Pues porque, preocupados por la ofensiva neoliberal de las ¨²ltimas d¨¦cadas, los ciudadanos no hemos prestado suficiente atenci¨®n al devastador ataque que nos llegaba desde las filas de un neocorporativismo que, al menos en ciertos aspectos, es casi lo opuesto al liberalismo.
La UE entroniza un supergobierno, la Comisi¨®n, conservador e irresponsable. Todo un sue?o autoritario
Los Gobiernos usan a Europa como coartada para tomar medidas impopulares
Porque si bien es cierto que las sucesivas oleadas privatizadoras se amparan todas en la ideolog¨ªa liberal del Estado-gendarme, ¨²nicamente preocupado por el mantenimiento de la ley y el orden, ser¨ªa injusto reducir a esa f¨®rmula el credo liberal. Uno de los mejores legados del liberalismo cl¨¢sico es la tajante distinci¨®n que estableci¨®, al menos en el plano doctrinal, entre la esfera de los intereses particulares y el inter¨¦s p¨²blico. Los primeros son asunto de los individuos o de lo que se denomina la sociedad civil, mientras que la defensa del segundo ata?e al Estado.
Fue justamente esa distinci¨®n la que se esforzaron en borrar los reg¨ªmenes corporativos que cambiaron el mapa pol¨ªtico europeo a partir de la d¨¦cada de 1920, con el fascismo italiano como iniciador de una trayectoria que no se cerrar¨ªa hasta el final de las dictaduras portuguesa y espa?ola a mediados de los setenta. Los reg¨ªmenes corporativos auspiciaban una nueva doctrina sobre los fines del Estado, que asum¨ªa como propios los intereses de los distintos sectores econ¨®micos e integraba a los representantes de estos en el aparato estatal, en funciones consultoras, reguladoras, de arbitraje, etc¨¦tera. Es para referirnos a ese modelo pol¨ªtico para lo que utilizamos el t¨¦rmino corporativismo; no en el m¨¢s habitual de defensa cerrada de los intereses de un grupo profesional.
El corporativismo nunca desapareci¨® del todo de una cultura pol¨ªtica como la espa?ola, tan influida por la Iglesia cat¨®lica, para la que en un cierto momento el ideal corporativo fue algo as¨ª como la doctrina pol¨ªtica oficial. Pero su retorno al primer plano se ha visto impulsado por los dos cambios institucionales m¨¢s importantes que ha experimentado nuestro pa¨ªs en el ¨²ltimo cuarto de siglo: el ingreso en la Uni¨®n Europea y el desarrollo de las Comunidades Aut¨®nomas.
La primera ha legitimado una idea que figur¨® siempre entre las m¨¢s queridas por los te¨®ricos y los pol¨ªticos del corporati-vismo: la del gobierno de los t¨¦cnicos.
Sin que ninguna de las fuerzas pol¨ªticas europeas con capacidad de decisi¨®n lo haya puesto nunca seriamente en tela de juicio, salvo los euroesc¨¦pticos brit¨¢nicos, la Uni¨®n Europea ha supuesto la entronizaci¨®n de un supergobierno, formado por la Comisi¨®n y las reuniones de ministros sectoriales, que pretende situarse al margen de la pol¨ªtica (normalmente una coartada para esconder opciones conservadoras) y que es pr¨¢cticamente irresponsable: el sue?o de todos los gobernantes autoritarios.
En cuanto a esa se?a de identidad del modelo corporativo que es la desaparici¨®n de la frontera entre lo privado y lo p¨²blico, ah¨ª est¨¢ la legitimaci¨®n de los grupos de inter¨¦s en los mecanismos de toma de decisiones en Bruselas, o el ejemplo de la Pol¨ªtica Agraria Com¨²n, el coraz¨®n de la pol¨ªtica comunitaria, que es un verdadero jard¨ªn en el que florecen los intereses de una categor¨ªa particular de ciudadanos, y en especial de los m¨¢s pudientes entre ellos, elevados a la categor¨ªa de inter¨¦s general.
Por lo que se refiere a nuestras Comunidades Aut¨®nomas, su entusiasmo, digamos, identitario, no se ha quedado en puras proclamas rom¨¢nticas, sino que est¨¢ inspirando pol¨ªticas en el terreno econ¨®mico cuyo norte es primar, siempre que se pueda, a las empresas locales, mimetizando as¨ª el nacionalismo econ¨®mico que era otra de las se?as de identidad del viejo corporativismo. Con la ventaja de que lo que pod¨ªa ser mirado con sospecha cuando se hac¨ªa en nombre del nacionalismo espa?ol, queda santificado si la inspiraci¨®n es el andalucismo, el catalanismo, etc¨¦tera.
Por ejemplo, en el caso que tengo m¨¢s cerca, la Junta de Extremadura vive un permanente idilio con las empresas extreme?as, sobre todo cuando estas se integran en asociaciones (llamadas clusters en algunos casos, sin duda porque el nombre resulta m¨¢s moderno dicho en ingl¨¦s) que pueden ser tuteladas por el Gobierno regional. Naturalmente la contrapartida de todo ello son las subvenciones con fondos p¨²blicos, que se han convertido en un instrumento privilegiado de la acci¨®n de gobierno.
El ¨²ltimo paso en esta direcci¨®n, y aparentemente el m¨¢s ambicioso desde el punto de vista pol¨ªtico, es el proyecto de ley de Responsabilidad Social Empresarial presentado por el Gobierno regional al Parlamento extreme?o. Seg¨²n el resumen que ofrec¨ªa el suplemento de Negocios de este peri¨®dico (EL PA?S, 10-10-2010), el proyecto de ley tiene por objeto promover la responsabilidad social de las empresas extreme?as. Estas pueden alcanzar la calificaci¨®n de "empresa socialmente responsable" cumpliendo una serie de requisitos e inscribi¨¦ndose en un registro; lo que en su momento les dar¨¢ derecho a subvenciones, beneficios fiscales y prioridad en la contrataci¨®n p¨²blica. El proyecto tambi¨¦n prev¨¦ la creaci¨®n de un Consejo auton¨®mico para el fomento de la responsabilidad empresarial. Ning¨²n te¨®rico del corporativismo hubiera so?ado con algo mejor.
?En qu¨¦ sentido este renacimiento del corporativismo, en un contexto afortunadamente muy diferente de sus or¨ªgenes en la Europa de 1920, constituye una amenaza?
La amenaza m¨¢s directa procede de sus tendencias antidemocr¨¢ticas, como ponen de manifiesto los mecanismos de gobierno de la Uni¨®n Europea. Es un tema al que nuestros pol¨ªticos suelen referirse, en tono compungido, con el eufemismo del "d¨¦ficit democr¨¢tico" de las instituciones europeas. Aunque pese a esos lamentos, el mentado d¨¦ficit tiene todos los visos de durar, por lo funcional que resulta para los Gobiernos nacionales, que con frecuencia usan a Europa como coartada para tomar decisiones impopulares. Adem¨¢s, frente al darwinismo econ¨®mico de los liberales, que apuesta por la supervivencia de los m¨¢s aptos, o el af¨¢n reformista o revolucionario de la izquierda, el corporativismo es una doctrina defensiva de los intereses establecidos. Y una mentalidad defensiva no parece lo m¨¢s adecuado en tiempos de cambio acelerado.
Pero hay m¨¢s. El corporativismo supone una visi¨®n idealizada del mundo de las relaciones econ¨®micas, que pretende que los agentes econ¨®micos, gracias a su integraci¨®n en las instituciones p¨²blicas, o a su conversi¨®n a la ideolog¨ªa de la responsabilidad social, como ve¨ªamos en la ley extreme?a, se convertir¨¢n autom¨¢ticamente en impulsores del bien com¨²n y no en esos potenciales corruptores de los agentes p¨²blicos que los liberales tem¨ªan, y de ah¨ª su insistencia en la tajante separaci¨®n de lo p¨²blico y lo privado.
Los abundantes casos de corrupci¨®n de pol¨ªticos que la actualidad nos sirve d¨ªa tras d¨ªa muestran sin embargo que el pesimismo de los liberales tiene m¨¢s base que el, llam¨¦moslo as¨ª, optimismo de los corporativistas. Y que los recelos respecto al papel social de los capitalistas, caracter¨ªsticos del periodo obrerista de la izquierda, no estaban del todo desprovistos de fundamento.
Mario Trinidad, ex diputado socialista, es escritor.
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