Los tesoros de Esther Tusquets
Esther Tusquets dej¨® hace un a?o su piso de la Bonanova, en Barcelona, y se traslad¨® a otro m¨¢s peque?o y m¨¢s c¨¦ntrico en el Eixample. No se lo pudo llevar todo, pero s¨ª lo que m¨¢s quer¨ªa. Prescindi¨®, por ejemplo, de los libros de ensayo. "He descubierto m¨¢s la realidad a trav¨¦s de la historia que del ensayo. Lo que s¨¦ del mundo y de la vida lo he aprendido en las novelas". Vendi¨® una primera edici¨®n de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. "Era valioso, pero no me doli¨®". No pudo prescindir, en cambio, de su edici¨®n de Salom¨¦, de Oscar Wilde, ilustrada por Beardsley, ni de su excelente colecci¨®n de libro infantil del siglo XIX, ni de sus figuritas centroeuropeas que colecciona desde peque?a.
La casa es luminosa y en uno de sus extremos ha instalado su despacho, donde trabaja y se divierte, rodeada con sus objetos y papeles preferidos que, en buena parte, resumen sus 40 a?os al frente de la editorial Lumen. Archivado con esmero, conserva el original con las correcciones a mano de Una casa en la arena, de Pablo Neruda, junto al orden del libro y la correspondencia que gener¨®. En otros archivadores, las cartas de Rafael Alberti, que parecen casi dibujos, de Delibes, de Cort¨¢zar, de Carpentier, de Caballero Bonald... O su ¨¢lbum de dedicatorias, de piel, con su nombre grabado. "Lo empec¨¦ en 1952, cuando ten¨ªa 16 a?os, y contin¨²o".
Siempre cerca, tiene una cer¨¢mica modernista, El pet¨® perdut (El beso perdido), de Lambert Escaler, que compr¨® cuando gan¨® el Premio Ciudad de Barcelona, en 1979, con su segunda novela, El amor es un juego solitario.
Tusquets (Barcelona, 1936) utiliza el ordenador tanto para trabajar como para jugar al bridge. Es una experta de las cartas. "Soy mala en el bridge y buena en el p¨®quer, pero con el p¨®quer puedo hacer locuras".
Acaba de publicar Peque?os delitos abominables (Ediciones B), un cat¨¢logo irreverente de buenas maneras, ilustrado por Finn Campbell-Notman. "No es literatura, pero me he divertido". La escritora arremete contra lo que no le gusta, como la man¨ªa de prohibir, el neoconservadurismo de las ordenanzas y normas, que "han reducido m¨¢s que nunca las libertades personales"; contra los que se quejan de pagar impuestos; contra la campa?a de "gozosa ferocidad antitabaco" (Esther no fuma); la taca?er¨ªa de los ricos, la vanidad, el arribismo o la indiferencia ante el dolor ajeno.
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