La m¨²sica de Walcott
A Derek Walcott The Sunday Times le pidi¨® un poema cuando Obama era aspirante y otro cuando gan¨® las elecciones. Walcott cedi¨® a semejante petici¨®n e incluy¨® los dos poemas de ocasi¨®n en este libro cuyo inter¨¦s, sin embargo, no est¨¢ en esa periferia externa, medi¨¢tica y banal (adem¨¢s de muy bien pagada), sino en el centro de la existencia de su autor, marcada por el sentimiento opresivo de la vejez, el presentimiento de la muerte, el temor a la declinaci¨®n de sus dotes po¨¦ticas, y las secuelas, a veces devastadoras, del amor. La tendencia m¨¢s natural de Walcott es la recreaci¨®n sensitiva de la realidad, que adquiere una densidad penetrante, muy especialmente cuando de su isla natal antillana se trata. Una especie de aluvi¨®n de percepciones se acumula en sus poemas, creando estratos que se superponen y dan la sensaci¨®n de que lo que existe tiene una realidad a?adida, como una novedad que la alumbra y deslumbra a la vez. La necesidad, casi compulsiva, de absorber el mundo es al mismo tiempo una necesidad de reinventarlo, pero no desfigur¨¢ndolo, barroquiz¨¢ndolo, fantase¨¢ndolo, sino acat¨¢ndolo, acept¨¢ndolo en su riqueza y diversidad, proclamando as¨ª su soberan¨ªa ¨®ntica, su m¨¢s intensa autoafirmaci¨®n. Eso vale para todos los escenarios -Italia, Espa?a- pero muy especialmente para el m¨¢s amado de todos, el suyo propio, el de su isla natal, el de su reino absoluto. Volver al espacio primigenio del descubrimiento del mundo: he ah¨ª el espacio gravitatorio de este libro, del que depende su m¨¢s cautivadora fascinaci¨®n. Pero, junto a ese "ideal perpetuo del asombro", como dice en uno de sus poemas, aparece la muerte, la suya propia, presentida, inminente, y la de sus amigos desaparecidos (el muy amado Joseph Brodsky, entre otros), de tal modo que a la emoci¨®n celebrativa, puro entusiasmo, se une la emoci¨®n de la p¨¦rdida irreversible, pura ansiedad que reconoce el esplendor del mundo al mismo tiempo que su m¨¢s oscuro reverso. La mezcla es sabia y fulgura con tensi¨®n comedida, sin aspavientos, de manera epic¨²rea, integr¨¢ndonos a todos en ella, en un rito ¨ªntimo de perfecta piedad y belleza: "Antes de que ellos mueran [autores muy queridos y valorados por el autor, aunque no por la cr¨ªtica] debo hacer en mi cabeza / sitio para un santuario con luci¨¦rnagas y estrellas". Walcott es un virtuoso de la m¨¦trica, y esa m¨²sica de pies marcados y rimas sin fin se pierde en esta noble y esforzada traducci¨®n, que fracasa y triunfa a la vez, como todas las buenas traducciones que se las tienen que ver con huesos duros de roer.
Garcetas blancas
Derek Walcott
Traducci¨®n de Luis Ingelmo
Bartleby. Madrid, 2010. 211 p¨¢ginas. 17 euros
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