El Paralelo
Hubo un tiempo en que pasaban esas cosas. Hubo un tiempo en que el viejecito sentado tan cerca del escenario que casi lo tocaban los tacones de las vedettes se justificaba gritando: "?Yo vengo aqu¨ª por la m¨²sica!". Hubo un tiempo en que el artista Johnson, todo un gay digno de figurar en la historia de la ciudad, cantaba en el escenario: "Todos dicen con raz¨®n que soy un gran... brib¨®n"... Y siempre alguien del respetable respetable le gritaba: "?Un gran maric¨®n!". Johnson, sin perder la sonrisa, respond¨ªa: "T¨² calla, que al salir de aqu¨ª ser¨¢s m¨ªo".
Todo esto pasaba en El Molino, que seg¨²n los cronistas ten¨ªa el escenario m¨¢s peque?o del mundo, y en un tiempo feliz infeliz en el que te pod¨ªan detener por la calle, a¨²n duraba el hambre de la posguerra y las mujeres de los portales se escond¨ªan para esperar el ¨²ltimo cliente o derramar la primera l¨¢grima. Pero la gente quer¨ªa re¨ªr como fuese, iba en masa a ver la compa?¨ªa de Los Vieneses, se met¨ªa en un cine de dos pel¨ªculas y atracciones, llenaba el teatro c¨®mico y o¨ªa cantar a Carmen de Lirio "en la noche de bodas que haya en tu cama colcha de seda, colcha de seda...". Fue entonces m¨¢s verdad que nunca eso de que "el que canta sus males espanta".
Era el Paralelo.
El Paralelo empezaba a decaer, pero estaba lleno de cines, desde el elegante Avenida hasta el pat¨¦tico Hora, donde los asientos casi ten¨ªan que estar sujetos con alambres, pasando por el Condal, especializado en familias obreras que se llevaban la tortilla de patatas para cenar en el descanso. Hab¨ªa grandes teatros, desde el Espa?ol al Victoria o al Apolo, pasando por el legendario C¨®mico, que al principio de la guerra espa?ola fue colectivizado y donde todo el mundo ten¨ªa que ganar lo mismo, desde el acomodador a la primera vedette, hasta que un d¨ªa la primera vedette se plant¨® y dijo: "Pues que ense?e el culo el acomodador".
Estaban los grandes caf¨¦s, como el C¨®mico y el Condal, que juntos formaban el caf¨¦ m¨¢s largo de Europa; el Espa?ol, que hab¨ªa sido cuartel general del Lerroux revolucionario, y el Rosales, donde se sentaban a esperar las se?oritas horizontales de Barcelona, a veces acompa?adas de se?oras mayores que dec¨ªan ser sus mam¨¢s, y as¨ª cobraban m¨¢s. Estaban, por fin, los restos de un caf¨¦ donde antes de la guerra los anarquistas hab¨ªan preparado las bombas para sus atentados y que se llamaba Caf¨¦ La Tranquilidad.
Este era el Paralelo, esta era su gloria y al mismo tiempo su mentira, esta era la gran calle de la vida que pasa, donde la ciudad pagaba por la alegr¨ªa y a veces volv¨ªa la cabeza para esconder su l¨¢grima.
Hoy el Paralelo (que los a?os convirtieron en una simple calle dormitorio, con pisos hechos a la medida para que cupieran el matrimonio, dos hijos y el culo de la suegra) vuelve a despertar un poco, quiere revivir y no ser solo historia. El Ayuntamiento y alg¨²n empresario como Elvira V¨¢zquez, los promotores del Arteria, han puesto las primeras piedras y entonado las primeras canciones despu¨¦s del gran silencio, pero tiene que ser el p¨²blico el que quiera recuperar su vieja alegr¨ªa barata, vivir la peque?a aventura de la calle, ahogar en la noche la pena del d¨ªa y recordar que el Paralelo tuvo un alma.
Ojal¨¢ pueda volver a comprarse en ¨¦l la peque?a alegr¨ªa de la ciudad aunque sea mentirosa. Al fin y al cabo, ya hay demasiadas calles donde vendemos tristeza.
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