Lejos del orientalismo
El 11 de abril de 1919 nac¨ªa en Bath un ni?o a quien pusieron de nombre Albert Raymond Maillard Carr. Su padre, Reginald, era un maestro de clase media baja, conservador y anglicano, imperialista y patriota, de car¨¢cter violento, que azotaba a su hijo con frecuencia, y que arrojaba los platos para protestar ante su madre. Ella, la madre, que por complacer al marido se hab¨ªa convertido del metodismo al anglicanismo, devoraba a escondidas noveluchas baratas simulando que le¨ªa la Biblia y, llevada por su fan¨¢tica abstinencia de alcohol, escup¨ªa el vino de la comuni¨®n en un pa?uelo: peque?os detalles de las admirables p¨¢ginas en las que Mar¨ªa Jes¨²s Gonz¨¢lez traza los primeros pasos por la vida de quien, andando el tiempo, llegar¨¢ a ser sir Raymond Carr.
Raymond Carr. La curiosidad del zorro. Una biograf¨ªa
Mar¨ªa Jes¨²s Gonz¨¢lez
Pr¨®logo de Paul Preston
Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores
Barcelona, 2010. 679 p¨¢ginas. 35 euros
Fue, al parecer, la comida, la dieta espantosa, pobre, mon¨®tona y mal cocinada, lo que empuj¨® a aquel joven a huir de sus or¨ªgenes y no descansar en su escalada hasta saltar de la clase media baja a la aristocracia. Un viaje fascinante por el universo de las escuelas brit¨¢nicas, con su divisi¨®n clasista, en el que Raymond, aficionado al jazz y a las humanidades, deb¨ªa aprender c¨®mo pronunciar how, now, brown cow... si quer¨ªa que su acento no desentonase con el mundo al que, por su inteligencia, estaba destinado, la Universidad. Lo consigui¨®, y aunque reci¨¦n llegado a Oxford apenas se atrev¨ªa a hablar, su padre nunca saldr¨¢ del asombro: ?qui¨¦n se iba a imaginar que un d¨ªa su hijo ser¨ªa don de New College!
Oxford o la fascinaci¨®n, titula la autora las p¨¢ginas, magistrales, que dedica al "Oxford rojo". Fascinaci¨®n es lo que seguramente ha sentido tambi¨¦n ella al recrear, con viveza y lucidez poco comunes, los debates, las conversaciones, las inquietudes, la homosexualidad como parte del mito y de la est¨¦tica de Oxford, las lecturas, el idilio plat¨®nico con la hermosa Clarissa Churchill, a quien Raymond sorprendi¨® por su tremenda, extraordinaria vitalidad. Raymond, claro est¨¢, se adapt¨® r¨¢pidamente: su acento cambi¨®, abandon¨® su atuendo provinciano, comenz¨® a vestir con la elegancia descuidada propia de la clase alta: Sara Strickland, una chica guapa, t¨ªmida, delgada, de ojos grandes, prima de su inseparable amigo Simon Asquith, lo convirti¨® en marido de una rica, aristocr¨¢tica, heredera.
O sea, que este afortunado joven lo ten¨ªa todo para reproducir, hacia 1950, el viaje por Espa?a como uno m¨¢s de los brit¨¢nicos a los que Gerald Brenan aconsejaba que no dudaran en venir por aqu¨ª porque encontrar¨ªan hoteles baratos, habitaciones limpias y comida sana y abundante. Era una ilusi¨®n, escrib¨ªa Brenan, creer que la alternativa a Franco pudiera consistir en una democracia parlamentaria. Nada de eso: si se convocaran elecciones y la izquierda triunfase, se producir¨ªa un nuevo golpe militar. Espa?a, afirmaba, "necesita vivir durante alg¨²n tiempo bajo un r¨¦gimen autoritario". Luego, ya se ver¨ªa. De momento, este caldero en que se hab¨ªan mezclado culturas de Europa, Asia y ?frica dejaba o¨ªr una nota dura y nost¨¢lgica como las de sus guitarras, nadie que la oyera podr¨ªa olvidarla. Las gentes del norte, conclu¨ªa Brenan, tienen un mont¨®n de motivos para viajar a Espa?a en la seguridad de que sus tierras les deparar¨¢n "new sensations". Raymond, reci¨¦n casado, se dispon¨ªa a sentir tambi¨¦n esas new, es decir, orientales sensaciones.
El reci¨¦n casado oy¨® tal vez esa nota y, aunque nunca la olvid¨®, sus sensaciones no tuvieron nada de orientales: sinti¨® la miseria en la que se debat¨ªa la mitad de los espa?oles, la sequedad de la tierra, la escasez de comunicaciones, el mal gobierno, el pesado fardo impuesto por curas y militares, y se aplic¨® a desentra?ar las razones de un atraso secular. Tal fue el punto de partida de un inter¨¦s perdurable, libre por completo de los t¨®picos del orientalismo, por la Espa?a del siglo XIX, la Espa?a liberal que en la d¨¦cada de 1940 hab¨ªa recibido lo que Jos¨¦ Mar¨ªa Jover llam¨® una condena oficial, basada en las posiciones men¨¦ndezpelayistas. Raymond Carr, como Jaume Vicens Vives, trat¨® de "europeizar" esa historia situando el liberalismo espa?ol como una variante del europeo en un relato que combinaba an¨¢lisis sociales con escenas pol¨ªticas.
El resultado fue, por una parte, "el Carr", o sea, Spain, 1808-1939, que luego, con la colaboraci¨®n de Juan Pablo Fusi, se ampliar¨ªa a 1975, y que sigue vivo y creciendo hasta el mismo d¨ªa de hoy. Por otra, el Iberian Center, fundado en el college de Oxford del que fue warden, St. Antony's, al que tambi¨¦n se dedican p¨¢ginas muy inspiradas en este "trabajo admirable que es much¨ªsimo m¨¢s que la biograf¨ªa de un solo hombre", como escribe Paul Preston. Lo es, sin duda, porque al trazar con mano maestra el retrato de Carr, de sus m¨²ltiples amistades, de su mundo y de sus amores, Mar¨ªa Jes¨²s Gonz¨¢lez nos ha dejado un espl¨¦ndido retablo de la educaci¨®n, la universidad y la ¨¦lite social e intelectual brit¨¢nica de su tiempo: la suya no es una sino la m¨¢s brillante biograf¨ªa que Raymond Carr pudo alg¨²n d¨ªa haber so?ado.

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.