T¨² eres muy especial
La democracia ha generalizado a todos los ciudadanos la autoconciencia aristocr¨¢tica ?Es ¨¦sta la ¨²ltima palabra sobre el hombre? No y no
Hay dos maneras de distinguirse sobre la "indistinta" median¨ªa: siendo excepcional o siendo extraordinario
Me hallaba yo en el regocijo familiar durante estas fiestas navide?as cuando, animado por el honesto prop¨®sito de compartir un rato con mi hija, que ve¨ªa en el sal¨®n un episodio de la serie Hannah Montana, me sent¨¦ paternalmente a su lado en el sof¨¢. Nos mostraba la pantalla una pareja de escolares imp¨²beres que, abandonados a una org¨ªa de tics actorales y a la inanidad de los m¨¢s enlatados lugares comunes, coqueteaban a la salida del instituto, mientras una m¨²sica de fondo suger¨ªa al espectador que se avecinaba un momento emocionante, quiz¨¢ tierno. Y as¨ª fue, en efecto. El chico, elev¨¢ndose a la mayor sublimidad amorosa que los tiempos permiten, le endilg¨® a su amiga el socorrido "t¨² eres muy especial", algo as¨ª como la declinaci¨®n pop de aquel "?ojal¨¢ no mueras nunca!" que es para el poeta la esencia del amor. No contento con ello, el contumaz enamorado continu¨® el cortejo y reincidi¨® en el dichoso concepto abundando en que ella le inspiraba algo muy especial y que tenerla cerca hac¨ªa que tambi¨¦n ¨¦l se sintiera muy especial (la aludida le asegur¨®, afectando turbaci¨®n y timidez, que reciprocaba su sentimiento). Al punto, una vieja interrogaci¨®n volvi¨® a interpelarme: hoy la forma suprema de la individualidad se compendia en la categor¨ªa de "lo especial". ?Realmente es tan maravilloso, tan deseable y tan apetitoso ser especial?
S¨®lo muy recientemente el hombre ha querido ser tal cosa. Tradicionalmente se consider¨® que el mundo conformaba una realidad acabada y normativa, y que, ante una perfecci¨®n ya completa, al hombre s¨®lo le era dado reiterarla, reproducirla, copiarla, por lo que deb¨ªa abstenerse de inventar ocurrencias subjetivas o de concebir nuevos mundos que s¨®lo pod¨ªan redundar en desviaciones monstruosas de una norma inmutable. Los entes individuales, en el cosmos premoderno, participan de una normatividad com¨²n y general: ser "algo" quiere decir que "en ese algo" se confirma la regularidad de su g¨¦nero, y as¨ª, por ejemplo, el hombre es hombre cuando demuestra poseer los atributos que son propios al espec¨ªfico g¨¦nero humano: racionalidad, moralidad, sociabilidad, lenguaje, etc¨¦tera. Experimentar es entonces generalizar, hallar en cada cosa su gen¨¦rica verdad (y bondad y belleza). Y como lo general es lo normal, la cultura premoderna concedi¨® a la normalidad una preponderancia ontol¨®gica.
Todav¨ªa a fines del XVIII Samuel Johnson, portavoz de una larga tradici¨®n, ense?aba a sus contempor¨¢neos la "grandeza de la generalidad", que es como decir la grandeza de la normalidad. Pero preciso es reconocer que esta normalidad se hab¨ªa tornado invivible, insoportable, en la Europa del XIX, y el hombre occidental le retir¨® de golpe su anterior homenaje. Se observa en particular en la literatura de la Inglaterra victoriana, que novela las vidas de personajes alienados por una normalidad social que quisiera aplastarlos bajo el manto de asfixiantes convenciones sociales. No es casual que, precisamente en esas fechas, Stuart Mill compusiera en su ensayo On Liberty el himno m¨¢s vibrante nunca escrito en loor de la excentricidad individual: "La excentricidad y la fuerza de car¨¢cter marchan a la par, pues la cantidad de excentricidad que una sociedad contiene est¨¢ en proporci¨®n a su cantidad de genio, de vigor intelectual y de coraje moral". Edith Sitwell -English Eccentrics (1933)- la entroniz¨® como propiedad definitoria de la aristocracia de su pa¨ªs, pero antes que ella ? rebours (1884), de J. K. Huysmans, cre¨® el tipo del exc¨¦ntrico por antonomasia en la persona de un decadente duque franc¨¦s, Des Esseintes, que mand¨® chapar en oro la coraza de su tortuga dom¨¦stica. En realidad, la excentricidad es un fen¨®meno de toda la conciencia decimon¨®nica europea, que durante el siglo XX se masifica y se constituye en la nota distintiva de la subjetividad moderna, con independencia de las clases: ser hombre es ser distinto del mundo y de los dem¨¢s hombres, y as¨ª lo individual del individuo, en esta postrera vulgarizaci¨®n del concepto, ha de discernirse en lo diferente, ¨²nico, original, ex¨®tico, inusitado e irrepetible residente en ¨¦l. Y de ah¨ª, cayendo por una pendiente inclinada, se va en derechura a la industria del entretenimiento de Disney Channel: ser hombre es -idealmente- ser especial, como dice el escolar enamorado a la salida del instituto.
La democracia, en consecuencia, ha generalizado a todos los ciudadanos la autoconciencia aristocr¨¢tica reservada a los estratos socialmente superiores, en lugar de alumbrar una idea igualitaria de la subjetividad basada en la misma dignidad de todos los hombres y en su com¨²n mortalidad. ?Es ¨¦sta la ¨²ltima palabra sobre el hombre? No y no. Dejar¨¦ para mejor ocasi¨®n una exposici¨®n m¨¢s detallada del asunto. Dir¨¦ tan s¨®lo que comprendo los recelos hacia cualquier empe?o por restituir una normalidad que tuviera como efecto la nivelaci¨®n castrante de todo impulso de distinci¨®n y excelencia. S¨®lo que no toda distinci¨®n humana ha de conducir, por fuerza, a la extravagancia. Hay dos maneras de distinguirse sobre la "indistinta" median¨ªa: siendo excepcional o siendo extraordinario. Es excepcional quien se singulariza sali¨¦ndose de la norma com¨²n, como hacen la mayor¨ªa de los extravagantes h¨¦roes de las novelas modernas; es extraordinario quien sigue esa norma, pero destaca sobre los dem¨¢s al llevarla a un rango superior de perfecci¨®n y cumplimiento. No es lo mismo el suicida Werther o el homicida Raskolnikov que el Aquiles hom¨¦rico o Alejandro Magno, los cuales, a diferencia de los anteriores, re¨²nen todos los bienes deseables en la vida griega -fuerza, belleza, riqueza, placer, gloria y virtud-, pero elevados a un grado eminente. Hay, pues, una distinci¨®n no extravagante.
Entr¨® mi mujer en el sal¨®n y me encontr¨® absorto en mis pensamientos y sin mi hija, que, aburrida de m¨ª, me hab¨ªa abandonado sin yo notarlo. Volvi¨® la mirada a la pantalla, que segu¨ªa emitiendo el episodio de la serie infantil, y murmur¨®, con un moh¨ªn de incredulidad ante una nueva prueba de mi extravagancia: "Javier: lo tuyo no es normal".
!["La normalidad se hab¨ªa tornado invivible, insoportable, en la Europa del XIX y se observa en la literatura victoriana", opina Gom¨¢.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/RCOLZLRP3NUDL35HGCDU7AEFKQ.jpg?auth=701c966426611f4f645cc9304f5df2c3a9eef01bf8c81f482bd832f1fba378a8&width=414)
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.