Un pinganillo para el andaluz
Ahora que el Senado ha repartido pinganillos para que los representantes puedan seguir las intervenciones en las diferentes lenguas del Estado, no estar¨ªa de m¨¢s inventar un admin¨ªculo para que se dejara de despreciar la forma de hablar de los andaluces y, de paso, a nuestra tierra. Claro que el cacharrito habr¨ªa que distribuirlo entre millones de espa?oles que consideran su forma de hablar el castellano m¨¢s culta y correcta que la de los andaluces.
De momento me conformar¨ªa con que el mencionado pinganillo se repartiera entre los medios de comunicaci¨®n -especialmente sus directores, guionistas y presentadores-, as¨ª como entre aquellos pol¨ªticos que consideran una superioridad moral la pronunciaci¨®n de las "eses" finales de las palabras.
Mi propuesta tiene base legal, no se crean. En la Constituci¨®n, en el mismo art¨ªculo 3 que establece el castellano como lengua oficial y la cooficialidad del resto de las lenguas aparece este apartado que naufraga en el mar del olvido: 3.3. La riqueza de las distintas modalidades ling¨¹¨ªsticas de Espa?a es un patrimonio cultural que ser¨¢ objeto de especial respeto y protecci¨®n.
Los que piensan que el andaluz es una forma incorrecta de hablar castellano, no hacen sino mostrar su propia incultura y desconocimiento hist¨®rico. El andaluz es una evoluci¨®n hist¨®rica del castellano que ha tenido una fuerte influencia en la mitad sur de la pen¨ªnsula y en el espa?ol de Am¨¦rica. Fue, adem¨¢s, la lengua que gener¨® la primera gram¨¢tica y que a punto estuvo, si no hubiera sido por los azares hist¨®ricos, de ser la norma oficial del castellano. El segundo argumento contra el andaluz suele ser su falta de uniformidad y su diversidad de hablas. A los que esgrimen estos argumentos les recomiendo una lectura atenta de los manuales iniciales de ling¨¹¨ªstica, preferentemente Saussure, para comprender que tan importantes son los rasgos presentes de la lengua como los ausentes. Es decir, no importa si la s final se aspira o se abren las vocales, lo importante es que ning¨²n andaluz tiene la "ese" final castellana. Por eso, aunque unos aspiremos y otros no, aunque unos seseemos, otros ceceemos y otros distingan c y s, cuando salimos de nuestra tierra somos reconocidos inmediatamente como andaluces.
Pero, el argumento m¨¢s miserable contra el andaluz, es confundirlo el uso vulgar de la lengua. Un andaluz inculto introduce los mismos vulgarismos que un vallisoletano de su nivel y muchos menos que un madrile?o inculto porque rara vez comete errores sint¨¢cticos. Sin embargo, un andaluz culto hablar¨¢ sin asomo alguno de vulgarismos en su lenguaje. Pero, los prejuicios consiguen que se perciban como m¨¢s correctas las barbaridades gramaticales y sint¨¢cticas de Bel¨¦n Esteban o el acento gutural e impreciso de los catalanes cuando hablan castellano, que la forma de hablar de los andaluces. En este caso, es la historia reciente de Andaluc¨ªa la que nos condena porque se asocia el uso del andaluz al subdesarrollo.
Algunos andaluces han interiorizado la idea de este desprestigio y apenas ascienden en la escala social se apresuran a pronunciar unas "eses" esperp¨¦nticas, verdadero testimonio de su complejo de inferioridad. Los que se atreven a exhibir la cuidada y hermosa forma de hablar andaluza muestran a todos la riqueza de nuestro patrimonio ling¨¹¨ªstico y su capacidad de comunicaci¨®n.
Y es que tiene el andaluz una riqueza singular, una gran vitalidad expresiva y creativa , un vocabulario rico y, sobre todo, una eficaz modernidad. Como se sabe, el idioma tiende a la econom¨ªa, y a largo plazo triunfan las opciones m¨¢s ligeras. Por eso, rasgos t¨ªpicos del andaluz como la relajaci¨®n de las consonantes finales e intervoc¨¢licas o el ye¨ªsmo se van imponiendo soterradamente en los ¨²ltimos a?os. Los que ahora se r¨ªen, a largo plazo hablar¨¢n un castellano fuertemente influido por el andaluz. Mientras tanto, que les coloquen de una vez el pinganillo del respeto a Andaluc¨ªa y a nuestra hermosa forma de hablar.
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