T¨²nez, la esperanza
El ¨¦xito de la rebeli¨®n popular y la huida de Ben Ali pueden ser el inicio de una nueva era democr¨¢tica en el peque?o pa¨ªs magreb¨ª. ?Se extender¨¢ la Revoluci¨®n de los Jazmines por otras naciones ¨¢rabes?
Que el nuevo Gobierno tunecino no es lo que esper¨¢bamos? Ya veremos. ?Que las milicias de Ben Ali a¨²n no han depuesto las armas? Paciencia. No dejemos que el fervor se transforme en melancol¨ªa. Alimentemos la gran esperanza nacida en ese peque?o pa¨ªs. Permanezcamos junto a ese pueblo que rechaza el caos que dejaron atr¨¢s sus opresores antes de huir como ladrones acorralados. Sobre todo, aferr¨¦monos a las dos o tres cosas que la historia nunca podr¨¢ borrar. Recordemos: primero, el martirio de Mohammed Bouazizi, ese vendedor ambulante que, seguramente, el d¨ªa en que se prendi¨® fuego no sospechaba que fuera a desencadenar semejante insurrecci¨®n. Despu¨¦s, la reacci¨®n del pueblo llano tunecino, que se sinti¨® obligado a estar a la altura de ese martirio prolongando la inmolaci¨®n de uno a trav¨¦s de la rebeli¨®n de todos. Y m¨¢s tarde, el alivio de las ¨¦lites, por fin liberadas de su humillante par¨¢lisis tras un largo periodo de sumisi¨®n y desencanto.
Ni el arabismo ni el islam son en s¨ª mismos incompatibles con la democracia
Alimentemos la gran esperanza nacida en ese pa¨ªs. Permanezcamos junto a ese pueblo
Finalmente, y aqu¨ª es donde quer¨ªa llegar, Rachid Ammar, el general tunecino que desobedeci¨® la orden del presidente Zine el Abidine Ben Ali de abrir fuego contra los manifestantes. Un acto decisivo, fundador, determinante. Cuando se supo en los otros Estados ¨¢rabes, todos los d¨¦spotas se asustaron. Si el Ej¨¦rcito se levanta, el poder ya nada puede. En el instante en que su desobediencia fue dada a conocer, los m¨¢s perspicaces comprendieron que Ben Ali estaba acabado. Y despu¨¦s, cuando este ¨²ltimo destituy¨® a Rachid Ammar, todos comprendieron que el general se hab¨ªa convertido en un h¨¦roe nacional.
Pero lo que nadie imaginaba es que ejercer¨ªa una autoridad tan eficaz y discreta, que dar¨ªa muestras de una determinaci¨®n tan h¨¢bil. Fue ¨¦l, en efecto, quien desbarat¨® los complots de los polic¨ªas y milicianos fieles a Ben Ali aconsejando a los ciudadanos que organizaran su autodefensa. Fue ¨¦l quien hizo posible que el pueblo recuperase el orgullo y la confianza. Finalmente, fue Rachid Ammar quien, sin pretender desempe?ar papel pol¨ªtico alguno y evitando presentarse como un posible sucesor del d¨¦spota, hizo posible que los tunecinos demostraran una admirable dignidad.
En el momento en que escribo, y pese a los muchos muertos que han dejado los enfrentamientos, la situaci¨®n parece tranquilizadora. Sobre todo porque no se ha o¨ªdo ni un solo grito contra los extranjeros, Francia, Occidente o el sionismo. A este respecto, tengo que decir que las declaraciones de Mich¨¨le Alliot-Marie, que ofreci¨® su ayuda para "mantener el orden", me parecieron un desliz tan absurdo como chocante. Pero como escribe B¨¦chir Ben Yahmed, ninguna potencia ni ning¨²n pa¨ªs ¨¢rabe conden¨® a Ben Ali antes de que su pueblo lo repudiase.
Quisiera continuar con el debate que suscita esta revuelta popular ¨¢rabe con aspiraciones democr¨¢ticas. Algunos se han permitido decir, ignorando m¨²ltiples ejemplos, que el arabismo es insoluble en la democracia. Me limitar¨¦ a recordar el caso de Egipto y el partido Wafd, cuando Nahas Pach¨¢ form¨® su Gobierno a comienzos de los a?os treinta. Tampoco se deber¨ªa hablar de incompatibilidad entre islam y democracia, porque ser¨ªa ignorar todo lo ocurrido en Turqu¨ªa y en Asia. En cambio, la cuesti¨®n sigue siendo saber si un Estado teol¨®gico isl¨¢mico permite el ejercicio de la democracia. Cuando los argelinos tomaron la grave decisi¨®n de interrumpir una consulta electoral tras la victoria de los islamistas en la primera vuelta, cometieron un acto antidemocr¨¢tico para desbaratar la victoria de un partido que proclamaba su voluntad de acabar con la democracia.
Por otra parte, algunos parecen concluir de la emergencia del movimiento popular tunecino que la libertad cuenta tanto o m¨¢s que el pan. Seg¨²n las Escrituras, en efecto, "el hombre no vive solamente de pan". Pero si un vendedor ambulante al que la polic¨ªa le hab¨ªa requisado su medio de vida no se hubiera suicidado hace tres semanas, ?cu¨¢nto tiempo habr¨ªa tenido que pasar para que estallase la insurrecci¨®n? En todos los pa¨ªses ha habido guerras del pan. En Francia desencadenaron las revueltas campesinas conocidas como jacqueries. Y uno de los esl¨®ganes del Frente Popular era: "primero pan, luego paz y por ¨²ltimo libertad".
Con todo esto pretendo recordar que, contra la opini¨®n general, hubo un periodo, digamos los dos primeros quinquenios de Ben Ali, en el que al pueblo tunecino no le falt¨® el pan. En el que ning¨²n jefe de Estado, y no solo los franceses, hubiera dudado en estrecharle la mano a Ben Ali, porque en T¨²nez hab¨ªa poco paro, menos analfabetos que en otros lugares, la econom¨ªa era estable y las mujeres, libres. En cuanto al car¨¢cter arbitrario y olig¨¢rquico del despotismo, como la supresi¨®n de la libertad de prensa, no data de la ¨¦poca de Ben Ali. Tengo que recordar, apesadumbrado, pues le profesaba gran admiraci¨®n, que, en los 10 ¨²ltimos a?os de su mandato, Burguiba, el Combatiente Supremo, el fundador del T¨²nez moderno, tras haber sido uno de los mayores estadistas del Mediterr¨¢neo y del mundo ¨¢rabe, tuvo caprichos caligulescos.
En otras palabras, cuando el poder de Ben Ali pas¨® a ser escandalosamente policiaco y prevaricador, no es que el d¨¦spota se acabase de quitar la m¨¢scara, sino que hab¨ªa sufrido un cambio radical. Si el poder corrompe, a ¨¦l lo corrompi¨® completamente. Lo que nadie hab¨ªa previsto es que esa corrupci¨®n coincidir¨ªa con la emergencia de la crisis, el paro y la miseria, en unas regiones en las que ni siquiera la conocida solidaridad de las gentes del Sur consegu¨ªa ya garantizar la subsistencia. Lo que tampoco hab¨ªa previsto nadie es que este eficaz polic¨ªa, que con tanta habilidad hab¨ªa sabido escenificar el poder heredado de Burguiba, llegar¨ªa a depender de una familia cuyo comportamiento lo conducir¨ªa a una huida tan vergonzosa como la del sah de Ir¨¢n.
?Cu¨¢l es el mayor problema que van a encontrar los tunecinos para construir una democracia? Algunos animadores pol¨ªticos, pose¨ªdos por una excitaci¨®n revolucionaria que les transporta a 1789, desean reunir una Asamblea Constituyente. La dificultad reside en la elecci¨®n de unos constituyentes representativos de la rebeli¨®n, cuando pr¨¢cticamente todo el mundo, salvo algunas valientes v¨ªctimas del r¨¦gimen, se hab¨ªa adherido o sometido a ¨¦l. Por supuesto, en los ¨²ltimos meses hubo algunas manifestaciones de las Mujeres Dem¨®cratas, la Liga de los Derechos Humanos, el Colegio de Abogados y los sindicatos tunecinos que intentaban resistir. Pero el hecho es que, en cada uno de mis viajes, o¨ªa c¨®mo las ¨¦lites m¨¢s exigentes se resignaban a la impotencia y la humillaci¨®n. Muchos se refugiaron en la pr¨¢ctica del islam, como para protestar contra los abusos del terror ejercidos contra los islamistas y, poco a poco, vimos c¨®mo numerosas mujeres, en un pa¨ªs en el que, desde Burguiba, las mujeres estaban orgullosas de ser las primeras ¨¢rabes emancipadas, adoptaban el velo hasta en esas luminosas playas que invitan a la libertad.
As¨ª que hoy es f¨¢cil condenar a la familia de Ben Ali, tan corrupta, c¨ªnica y tr¨¢gicamente culpable, y arrancar a aquellos que fueron sus c¨®mplices o sus protegidos su poder y su altaner¨ªa. Pero, si de lo que se trata es de formar una nueva ¨¦lite dirigente, va a ser muy dif¨ªcil distinguir entre quienes colaboraron con Ben Ali y quienes realmente se opusieron a ¨¦l.
Soy un hombre mayor, pero en estos ¨²ltimos a?os se han producido dos acontecimientos que me han hecho rejuvenecer: el primero es la llegada de Obama a la Casa Blanca; el segundo, presenciar la primera revoluci¨®n en un pa¨ªs ¨¢rabe tras la descolonizaci¨®n. En su d¨ªa, vi c¨®mo T¨²nez conquistaba su independencia, y lo hice con la misma pasi¨®n con la que hoy veo c¨®mo conquista su libertad. Pero en ambas ocasiones aprend¨ª a preferir lo posible a lo ideal, lo bueno a lo mejor; prefiero las grandes reformas a las revoluciones inciertas. Esa es mi apuesta para T¨²nez.
Todo el mundo se pregunta, y con raz¨®n, si la Revoluci¨®n de los Jazmines se extender¨¢ a otros pa¨ªses ¨¢rabes. Es evidente que otros pueblos pensar¨¢n que ahora es posible un levantamiento. Pero el estado de la opini¨®n p¨²blica argelina no tiene por qu¨¦ ser el mismo. Ese pueblo sufri¨® demasiado a causa de la guerra civil contra los islamistas: ?casi 200.000 muertos! Puedo equivocarme, pues en este momento todo es imprevisible, pero supongo que los argelinos se lo pensar¨¢n dos veces antes de arriesgarse a una nueva guerra civil. En cualquier caso, lo que tienen en com¨²n las naciones del Magreb es que los padres murieron para conseguir la independencia de unos pa¨ªses de los que los hijos solo quieren partir
. Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur. Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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