No es la econom¨ªa, est¨²pido, es la pol¨ªtica
Las fuerzas pol¨ªticas de nuestro pa¨ªs siguen enmara?adas en y por la crisis econ¨®mica. El Gobierno, en una duda sistem¨¢tica sobre la lidia que, a pesar de los esfuerzos, viene perfumando toda su faena, a?ade ahora en Zaragoza la confusi¨®n sobre su propio liderazgo. Por su parte, la oposici¨®n no logra disipar en Sevilla su temerario dontancredismo y oculta sus verg¨¹enzas a la espera de que el mero transcurso del tiempo le entregue, desollados, los restos del morlaco.
Crisis y destino. Como el dualismo fatal de Dostoievski, la misma causa parece conducir a unos a la gloria, a otros al abismo. Como una grave cornada, la crisis es profunda, con afectaci¨®n general, tratamiento impreciso y dudosa recuperaci¨®n. Pero, ?supone esto que el PSOE tenga de antemano perdida la batalla de 2012 y que la sola inercia lleve a los conservadores a La Moncloa? La ¨²nica hip¨®tesis es que la situaci¨®n econ¨®mica conducir¨¢ irremediablemente a lo uno y a lo otro; que no puede ser de otra manera sino que una amplia mayor¨ªa del electorado castigue al Gobierno de la crisis y d¨¦ paso a la ¨²nica alternativa posible.
El PSOE debe afrontar su duda existencial: ?habr¨¢ vida despu¨¦s de la muerte? Reinventarse o morir
Ganar¨¢ quien ofrezca salir de la crisis con el reparto m¨¢s justo de los esfuerzos
Pues, categ¨®ricamente, eso es una conjetura osada para el PP y negligente para el PSOE. Por sorprendente que pueda parecer, los polit¨®logos no han podido constatar esa hip¨®tesis -crisis econ¨®mica sin¨®nimo de castigo al Gobierno- en casi ning¨²n pa¨ªs y en casi ning¨²n momento. Habr¨¢ que buscar por otro lado y, a pesar de la celebrada frase de Clinton enfatizando la econom¨ªa, los datos apuntan m¨¢s bien a la pol¨ªtica.
Como puede imaginarse, siendo el pron¨®stico electoral el centro de la sociolog¨ªa pol¨ªtica, las relaciones entre las preferencias de voto y muy diversas circunstancias de todo orden, las econ¨®micas en primer¨ªsimo lugar, se han estudiado abundantemente. Es com¨²n la expresi¨®n de voto econ¨®mico para reflejar el modelo que, por pura l¨®gica, presume que los ciudadanos tienden a refrendar a los Gobiernos en ¨¦pocas econ¨®micamente exitosas y a castigarlos en las de crisis.
Pero todo eso est¨¢ muy lejos de haber sido refrendado por la investigaci¨®n cient¨ªfica. Al contrario, en no pocas ocasiones se ha podido literalmente descartar, comprobando que, en ciertos escenarios, la relaci¨®n es inversa, esto es, que un Gobierno al que le fallan los indicadores econ¨®micos puede llegar a vencer holgadamente en unas elecciones.
En efecto, no hab¨ªamos comenzado en 1977 nuestra reciente andadura democr¨¢tica cuando los cl¨¢sicos (Farlie y Budge, entre ellos) ya pon¨ªan en solfa aquello de que los ciudadanos votan sobre todo por razones econ¨®micas, fueran personales o tocantes a la situaci¨®n general. Desde esos a?os, la bibliograf¨ªaest¨¢ repleta de estudios que relativizan la propensi¨®n a votar al Gobierno o a la oposici¨®n seg¨²n hayan ido las rentas reales de los electores. El primero, quiz¨¢, el an¨¢lisis de Kramer sobre la historia electoral americana. Despu¨¦s, Paldam vino a precisar que, en el mejor de los casos, las condiciones econ¨®micas no explican ni un tercio de los cambios en las intenciones de voto. Finalmente, casi todos convienen en que si la econom¨ªa tiene alguna influencia no es por el juicio de los electores sobre la gesti¨®n de un Gobierno, sino, principalmente, por las expectativas que tengan de c¨®mo lo pueda hacer en el futuro una u otra opci¨®n pol¨ªtica. Nada definitivo, pues.
Nuestro pa¨ªs es tambi¨¦n un vivo ejemplo de que la econom¨ªa raramente ha determinado los resultados electorales, al menos como causa inmediata y directa. Por supuesto que no lo hizo en las primeras elecciones democr¨¢ticas de 1977, que nos sacaron del t¨²nel del tiempo, aun cuando ya se barruntaba una crisis de envergadura que solo pudo ser embridada con los Pactos de la Moncloa. Incluso dos a?os despu¨¦s, con la econom¨ªa a rastras, UCD volvi¨® a ganar las elecciones con un resultado m¨¢s que digno. Lo que en 1982 le hizo perder no fue el incremento del paro o la disminuci¨®n del PIB, sino un fin de ciclo marcado por su propia descomposici¨®n interna y un intento de golpe de Estado.
Despu¨¦s, el primer periodo socialista ofrece hasta paradojas. Algunas legislaturas, marcadas por reconversiones y desempleo, convivieron con altos ¨ªndices de aceptaci¨®n. Por el contrario, la fase de reactivaci¨®n econ¨®mica, que de 1986 a 1993 viene de la bajada de los precios del crudo, no logra contener la incipiente desafecci¨®n al PSOE. Aun as¨ª, enfangado y desgastado, se enfrenta en el 93 a un emergente partido conservador cuya ¨²nica estrategia fue la bronca deslegitimaci¨®n del Gobierno y, contra todo pron¨®stico, el PP tuvo que esperar cuatro a?os m¨¢s. ?Qu¨¦ decir, por ¨²ltimo, de marzo de 2004! Cualquiera habr¨ªa deseado con todas sus fuerzas que el centro de esas elecciones hubiera sido la situaci¨®n econ¨®mica y no la gesti¨®n del 11-M.
El paradigma de la elecci¨®n racional que es fundamento del voto econ¨®mico seg¨²n la cual los individuos nos informamos suficientemente, sopesamos esa informaci¨®n y sus consecuencias y, finalmente, inferimos la opci¨®n que nos resulta m¨¢s ventajosa, es un proceso intelectual lejos de la realidad. Hoy m¨¢s bien se entiende que la mayor¨ªa forma su adhesi¨®n pol¨ªtica en virtud de circunstancias de muy distinto orden y recorrido, en un encadenado de afinidades que van precipitando en una determinada direcci¨®n. Ojo pues con la sacralizaci¨®n de la econom¨ªa y sus consecuencias pol¨ªticas: una votaci¨®n no es la aprobaci¨®n de un balance contable ni el ciudadano un miembro de consejo de administraci¨®n.
No se entienda esto como un desprecio ingenuo del papel de las circunstancias econ¨®micas. Todo influye, pero siempre bajo el prisma y la supremac¨ªa de la pol¨ªtica.
Por eso, en la traves¨ªa hacia 2012, a¨²n est¨¢ por ver c¨®mo termina respondiendo cada cual a las cuestiones esenciales. En primer lugar y aunque parezca una obviedad, lo que importa es el futuro. Qu¨¦ hayan hecho Zapatero y Rajoy de bueno o de malo hasta ahora contar¨¢ lo justo y, en buena medida, est¨¢ ya amortizado. Lo que decidir¨¢, llegado el momento, es la percepci¨®n que tengan los ciudadanos de lo que cada uno pueda hacer los a?os inmediatos. Y aqu¨ª el presidente tiene todav¨ªa recursos, incluida la acci¨®n de oro, es decir, la posibilidad de dar paso oportunamente a un mejor colocado.
Despu¨¦s decidir¨¢ la confiabilidad de los candidatos, entendida esta como una sutil mezcla de saber hacer y determinaci¨®n. Visto retrospectivamente, el gran desgaste de Zapatero no es tanto consecuencia de los par¨¢metros de la crisis, sino de sus reiteradas vacilaciones para diagnosticarla y gestionarla. Toda votaci¨®n es elecci¨®n de rumbo y un pasaje atribulado siempre exige total resoluci¨®n y saber a qu¨¦ atenerse.
Por ¨²ltimo, el voto nunca es la expresi¨®n de una preferencia id¨ªlica. Un m¨¢s que razonable escepticismo llevar¨¢ a la mayor¨ªa a elegir simplemente la promesa que ofrezca m¨¢s certidumbre en solventar la crisis con el reparto m¨¢s justo de los esfuerzos. Tambi¨¦n aqu¨ª, unos partidos los gana un equipo; otros, simplemente los pierde el contrario. Consta que Rajoy es un gran aficionado al deporte.
Por lo tanto, a¨²n hay mucho por delante. Zapatero y el PSOE deben, a pesar de todo, afrontar de inmediato su duda existencial: ?habr¨¢ vida despu¨¦s de la muerte? Reinventarse o morir. Y, de otro lado, ?lo mejor que puede hacer Rajoy es irse a la cama? El l¨ªder conservador y sus sherpas creen que la estrategia ¨®ptima ante el temporal es ganar la inmaterialidad, la sublimaci¨®n, hibernar en la esperanza de una obligada primavera; y ya se ve como imponente oso triunfador, en un camino que podr¨ªa conducir, parad¨®jicamente tambi¨¦n, a la rid¨ªcula vulgaridad de la marmota.
Antonio Kindel¨¢n Jaquotot es soci¨®logo, director de Opin¨¢tica del Grupo An¨¢lisis e Investigaci¨®n.
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