Mars¨¦, cal¨ªgrafo
Se llama Mingo, que es un rid¨ªculo hipocor¨ªstico de Domingo, pero quiere que le llamen Ringo, como el personaje de John Wayne en La diligencia, de John Ford. Lo recordar¨¢ alg¨²n lector de esta novela como uno de los adolescentes de Si te dicen que ca¨ª, el que tiene un padre m¨¢s declaradamente "rojo". Aqu¨ª ha cumplido quince a?os, es hijo adoptado y acaba de perder un dedo en el taller de joyer¨ªa donde trabaja. Y quiere ser pianista. Nada es lo que parece, o lo que la gente quisiera que fuera, en 1948... En la primera escena de Caligraf¨ªa de los sue?os, una mujer desesperada se tiende sobre las v¨ªas del tranv¨ªa pero no son m¨¢s que dos trozos de ra¨ªl que sobrevivieron a la retirada del servicio. Y la calle donde sucede todo tiene el nombre evocador de Torrente de las Flores aunque parece que recibi¨® su designaci¨®n por los dos apellidos de un antiguo propietario, el se?or Torrente Flores. Tambi¨¦n Victoria Mir, la suicida, se hace llamar "quinesi¨®loga y quiromasajista" pero ejerce de curandera en su propia casa y hace sus ung¨¹entos con las hierbas que recoge en la Monta?a Pelada. Fue la mujer del alcalde de barrio falangista, que se suicid¨®; su amante, Benito Alonso, fue futbolista y ahora y siempre ser¨¢ un don nadie fantasioso y con pocos escr¨²pulos, como lo son casi todos: como el capit¨¢n Blay y el se?or Sucre a quienes ya conocimos en El embrujo de Shanghai.
Caligraf¨ªa de los sue?os
Juan Mars¨¦
Lumen, Barcelona, 2011
496 p¨¢ginas. 22,90 euros
Novela a novela, el escritor ha descubierto que la memoria es cada vez menos exacta. Pero tambi¨¦n sabe que quien la cuenta es el que manda
Esta vez el relato tiene un tono m¨¢s reposado y menos tenso, con algo de piedad bienhumorada y con un manifiesto deseo de final feliz
Nada es lo que parece pero todav¨ªa es peor en "el culo del mundo" -se repite varias veces- que era la Barcelona de entonces (Ringo y sus amigos no olvidar¨¢n nunca que el "malo" de la pel¨ªcula El signo del Zorro -era Basil Rathbone; el "bueno" era Tyrone Power y la chica, Linda Darnell; el director, Rouben Mamoulian- hab¨ªa sido profesor de esgrima en Barcelona: jam¨¢s pudieron imaginar que el nombre de su ciudad se oyera en un filme de Hollywood). Pero Ringo intuye pronto la inestabilidad fantasmal de lo que le rodea: "Como suele sucederle en los sue?os, percibe en todo lo que est¨¢ pasando aqu¨ª una mezcla de veracidad y absurdo", leemos al comienzo de la novela. Es su frase clave, si a?adimos tambi¨¦n a los ingredientes una tragedia impotente y un choteo resignado. Juan Mars¨¦ ha averiguado que la fidelidad a la memoria supone confiar en un material muy fr¨¢gil que el tiempo y el ego¨ªsmo modifican inexorablemente. Novela a novela, el escritor ha descubierto que la memoria es cada vez menos exacta (al menos, desde la vuelta de tuerca que supuso Un d¨ªa volver¨¦). Pero tambi¨¦n sabe que quien la cuenta es el que manda. Y los requisitos son dos, que conoce muy bien: hay que tener fuerza para evocar ("?te sit¨²as?", repite aqu¨ª el contador de aventis, como si esto fuera una consigna literaria y quiz¨¢ un recuerdo de aquella compositio loci que recomiendan los Ejercicios Espirituales ignacianos) y el recuerdo debe acompa?arse de un cierto rencor justiciero (Ringo "contempla la ciudad que se extiende hasta el mar bajo una lev¨ªsima neblina y rechina los dientes": en el rechinar de dientes est¨¢ lo que se?alo).
Posiblemente, en la mutilaci¨®n del muchacho, el testigo principal, haya algo de simb¨®lico en orden a lo que se viene diciendo; perder el dedo fue una renuncia a su sue?o y quiz¨¢ un autocastigo, pero sabemos que mediante ellos se gan¨® la toma de posesi¨®n de su verdadero destino: tener derecho a narrar. Para alcanzarlo, ha debido soportar la identidad borrosa de un ni?o adoptado e incluso ser el culpable de peque?as crueldades imborrables -la muerte de un gorrioncillo, no haber llegado a entregar una carta que se trag¨® la cloaca, tratar mal a Violeta y aprovecharse sexualmente de su pasividad- que generaron la mala conciencia y el apartamiento un poco soberbio que siempre habr¨¢ de tener un narrador conspicuo. En el cap¨ªtulo hom¨®nimo del libro, 'Caligraf¨ªa de los sue?os', se escenifica la toma de posesi¨®n de esa dignidad de testigo: Ringo coge una hoja limpia de la libreta y un l¨¢piz afilado, y sabe que ya no le interesar¨¢ la sopa de m¨²sicas peliculeras en la que vive sino "la melod¨ªa de las palabras que ahora vuelven", aquel "mutilado conjunto de notas que la memoria auditiva hab¨ªa guardado y ahora convert¨ªa en palabras [...]. Y corrige y concluye el que ser¨¢, aunque todav¨ªa no lo sepa, p¨¢rrafo seminal". En toda novela de Mars¨¦ hay uno de esos p¨¢rrafos: madeja que se devana, centro que irradia calor e incendia el resto de los p¨¢rrafos.
La potestad de narrar hay que merecerla... Juan Mars¨¦ lleva m¨¢s de medio siglo haci¨¦ndolo y, por supuesto, Ringo tiene mucho de ¨¦l. No es una novela autobiogr¨¢fica. Pero quien sea habitual de los relatos del escritor dir¨ªa que se trata de nueva destilaci¨®n de la autobiograf¨ªa en forma de novela: en El amante biling¨¹e ya jug¨® con la doble identidad del personaje central -Faneca y Mar¨¦s- con ¨¢nimo de crear un fantasma suyo en el relato y as¨ª burlarse de todos los participantes en la habitual rebati?a de las identidades ling¨¹¨ªsticas excluyentes. Aqu¨ª, en torno al inicio de una vocaci¨®n (y de un oficio y de un destino), ha reelaborado o inventado con ternura y sarcasmo las huellas de su propio pasado, lo que incluye el relato de su propio nacimiento y el recuerdo de unos padres adoptivos, que seguramente no tuvieron mucho que ver con los reales: la espl¨¦ndida Berta de esta novela, siempre confiada en la suerte, y Pep, el Matarratas, anticlerical y republicano, a ratos contrabandista y otros secuaz de un grupo de ayuda a pr¨®fugos rojos, que adem¨¢s trabaja en un centro clandestino de torrefacci¨®n de caf¨¦ (cuyo olor tambi¨¦n impregnaba el cuerpo de Juanita, en Si te dicen que ca¨ª, y el de Rosita, en Ronda del Guinard¨®).
Despu¨¦s de una novela como Canciones de amor en Lolita's Club, que ten¨ªa algo de violento reportaje, de respuesta visceral a lo que ahora mismo est¨¢ pasando, Juan Mars¨¦ nos ha vuelto a contar muchas de las razones por las que persiste su fidelidad a un barrio, a unos tipos humanos y a una manera de narrar: en escenas demoradas cuando se siente a gusto en ellas, calibrando cada adjetivo, sumando bul¨ªmicamente cada detalle o cada imagen, hasta lograr la intensidad que se busca. Esta vez el relato tiene un tono m¨¢s reposado y menos tenso, con algo de piedad bienhumorada y con un manifiesto deseo de final feliz. O casi, ya que, a la postre, lo que parec¨ªa una deriva de episodios a medias entre la fantas¨ªa y la verdad acaba por revelar su entra?a de sordidez. Ringo-Mars¨¦ la ha descubierto y tiene de qu¨¦ seguir escribiendo: por ejemplo, haci¨¦ndolo de "los buenos prop¨®sitos y su flagrante inanidad"... Lo cual quiere decir que escribir¨¢ de la vida misma-
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