Unos pactos amargos
En su af¨¢n por publicitar su producto estrella, Zapatero compar¨® el acuerdo social con los sindicatos y los empresarios con los Pactos de la Moncloa. Es una comparaci¨®n osada que no habr¨ªa hecho si no supiera que cada vez son menos los que tienen memoria activa de aquellos momentos. Los Pactos de la Moncloa fueron excepcionales porque una situaci¨®n de enorme fragilidad pol¨ªtica -el pasado no hab¨ªa muerto (en algunos sectores todav¨ªa vive) y el futuro no estaba siquiera dise?ado- coincid¨ªa con una grav¨ªsima situaci¨®n econ¨®mica. Era necesario demostrar a los espa?oles -tras 40 a?os de bombardeo ideol¨®gico contra partidos y sindicatos- que los nuevos actores sociales eran responsables y capaces de encontrar los acuerdos necesarios para estabilizar el pa¨ªs. All¨ª naci¨® el Estado del bienestar que este pa¨ªs no ten¨ªa y que el PSOE consolid¨® durante los a?os de Felipe Gonz¨¢lez. All¨ª surgi¨® el mito del consenso, que es lo que el presidente debe querer revivir en la memoria de aquellos ciudadanos que todav¨ªa lo recuerdan con cierta melancol¨ªa. Aquellos pactos fundaron una nueva etapa, estos, de momento, no pasan de ser un apa?o -con mucho enunciado y poca concreci¨®n- para presentarse en mejores condiciones ante los dos tribunales a los que el Gobierno espa?ol ha decidido resignadamente someterse: Angela Merkel y los mercados.
Como en 1977, Espa?a vive una situaci¨®n excepcional. No hay el riesgo pol¨ªtico que hab¨ªa entonces -a lo sumo puede darse la alternancia (que con la derecha que tenemos no es para dar saltos de alegr¨ªa)-, pero hay cambios profundos que afectan a la econom¨ªa, a la sociedad y tambi¨¦n a la pol¨ªtica. Si contemplamos la crisis financiera, que ha castigado a Espa?a m¨¢s que a la mayor¨ªa de pa¨ªses, con una mirada un poco larga, no ce?ida a los ¨²ltimos a?os sino a las ¨²ltimas d¨¦cadas, vemos algunos fen¨®menos de fondo en el sustrato de un mundo en movimiento acelerado. La larga resaca del hundimiento de los sistemas de tipo sovi¨¦tico que abri¨® el paso a la gran aceleraci¨®n del proceso de globalizaci¨®n; los cambios en las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n; el desplazamiento del eje del capitalismo de la industria al poder financiero; el crecimiento demogr¨¢fico y el aumento de la esperanza de vida; la irrupci¨®n de las potencias emergentes; la conversi¨®n de la econom¨ªa en ideolog¨ªa dominante (con una contribuci¨®n extraordinaria de las facultades de econom¨ªa y de las escuelas de negocios) sobre la base de presentar los fen¨®menos sociales y culturales como procesos naturales, y la utop¨ªa del modelo universal ¨²nico, basado en la econom¨ªa de mercado, como ¨²ltima promesa de redenci¨®n. Todos estos factores de fondo convergen en un proceso que va m¨¢s all¨¢ de esta crisis y que est¨¢ en el sustrato de cosas tan dispares como la regresi¨®n de Europa, las revueltas de los pa¨ªses ¨¢rabes o la consolidaci¨®n del despotismo chino.
Estamos, por tanto, en una fase excepcional de cambio. Y es l¨®gico que en ella reaparezca el mito del consenso, que en la transici¨®n acab¨® siendo tan pegajoso como la canci¨®n del verano. Pero esta crisis ha tenido la virtud de la obscenidad: ha mostrado con m¨¢s descaro que nunca lo que el pudor, por lo general, evita exhibir. De modo que ha quedado m¨¢s en evidencia que nunca la impotencia del poder pol¨ªtico ante el poder econ¨®mico. Y aqu¨ª est¨¢n las claves de la desubicaci¨®n de la izquierda, de la indiferencia de la ciudadan¨ªa y del descalabro pol¨ªtico europeo. Una pol¨ªtica que haga valer el inter¨¦s general es el ¨²nico amparo que tienen los ciudadanos ante la voracidad de los poderosos, que la crisis ha exhibido sin ning¨²n velo que la disfrazara. Y un partido de izquierdas no puede mirar a otra parte ante esta realidad. Entre otras cosas, porque, si lo hace, est¨¢ muerto para siempre.
Por eso estos pactos son amargos. Es imposible no ver detr¨¢s de ellos un esfuerzo voluntarista para dar satisfacci¨®n a los mercados. Es fastidioso tanto empe?o en desplegar un aparato propagand¨ªstico para disfrazar la impotencia de la pol¨ªtica. Es agobiante tanto ruido para convertir los recortes y las regresiones en conquistas. Y es lacerante ver c¨®mo Angela Merkel, en vez de liderar una respuesta unitaria europea desde el principio de la crisis para poner a los mercados en su sitio, se ha convertido en la prolongaci¨®n pol¨ªtica de las exigencias de estos. Y, por este procedimiento, Europa no ha hecho m¨¢s que empeque?ecer. La recuperaci¨®n de la pol¨ªtica solo puede hacerse a escala europea. Cada uno por libre no es nadie. Ni siquiera Alemania. Y, sin embargo, Europa se deja arrasar impunemente por la energ¨ªa transgresora de una econom¨ªa sin v¨ªnculos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.